Científicos buscan descifrar la vida del pejegallo, el extraño pez con boca de trompeta y cola de rata

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Ana Guzmán-Castellanos recuerda entre risas cuando en 2016, en medio de una conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), vio desde la ventana de la sala de ponencias en la Universidad de Ciencias del Mar de Valparaíso llegar un bote con quimeras. “Salimos corriendo dejando al ponente solo en el aula para ver a este bicho raro que solo conocíamos en libros, lo tocamos, nos sacamos fotos”, cuenta la bióloga mexicana.

Eran pejegallos (Callorhinchus callorhynchus) y el pescador, divertido por la reacción de los científicos, les explicó que la captura de dicha especie era muy común en la costa chilena. Guzmán-Castellanos quedó aún más sorprendida.

Las quimeras son un subgrupo perteneciente a los peces cartilaginosos que, tal como lo anuncia su nombre, su esqueleto es de cartílago y no de hueso. Entre los peces cartilaginosos se encuentran, además de las quimeras, los tiburones y las rayas, pero a diferencia de estos, las quimeras son desconocidas para muchos. De hecho, aunque han estado en los océanos durante más de 450 millones de años, “se conocen muy poco”, asegura Francisco Concha, Doctor en Ecología y Biología Evolutiva y director del Laboratorio de Biología y Conservación de Condrictios (Chondrolab) de la Universidad de Valparaíso en Chile.

La principal razón es que estos peces habitan en aguas muy profundas de más de 1000 metros y de muy difícil acceso. Por eso, ante las pocas posibilidades de avistar una quimera, para Guzmán-Castellanos lo que vivió en Chile en el año 2016 fue un descubrimiento sin igual. “No podía creer estar viendo a estos bichos raros con mis propios ojos, fue un hecho inédito en mi vida”, recuerda la investigadora, y fue esa experiencia la que despertó en la científica el interés por dilucidar la biología e historia de vida de esta especie, puntapié inicial del inédito Estudio Pejegallo que actualmente lidera.

El pejegallo, la quimera de aguas superficiales

Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) —organismo que elabora el inventario más completo del estado de conservación de animales y plantas a nivel mundial—, 106 especies de peces cartilaginosos habitan en aguas chilenas. De ellas, 58 son tiburones, 40 son rayas y seis son quimeras, un número nada despreciable considerando que apenas hay 45 especies de estos animales en todo el mundo.

La rareza de las quimeras es evidente a la vista, de ahí su nombre. En la mitología griega la quimera es un monstruo formado por partes de diversos animales y el aspecto de estos peces es justamente ese. Algunos los describen con una gran cabeza, una boca que se asemeja a la de un conejo y una larga cola que recuerda a la de una rata.

Mauricio Hoyos, biólogo marino experto en el estudio del tiburón blanco (Carcharodon carcharias) y que también es parte del equipo del Estudio Pejegallo, ha desafiado por más de 18 años las aguas del Caribe y el Pacífico mexicano, pero solo ha logrado ver a las quimeras en la isla Guadalupe, ubicada en México, “a casi 300 metros de profundidad y dentro de un submarino”, asegura.

En cambio, el pejegallo o quimera nariz de arado como se conoce en otras partes del mundo, nada en aguas superficiales, a 40 metros, muy cerca de la costa, por lo que es un importante recurso pesquero artesanal para numerosas comunidades costeras en Chile y también de Argentina.

Sebastián Serrano, pescador artesanal de la caleta Higuerillas, pertenece a la tercera generación de una familia dedicada a la pesca del pejegallo que se realiza en época de verano. Según el pescador, su carne es sabrosa y muy parecida a la reineta. Además, es una especie económica, puesto que en los tiempos de mayor captura y por ende, abundancia, el kilo puede costar menos de un dólar.

Concha recuerda que hace 20 años la captura del pejegallo era una de las más importantes del país junto con la raya volantín (Dipturus chilensis), pero que “de a poco han bajado los niveles de desembarque”, dice el investigador. Un estudio realizado por la Universidad de Concepción confirma que los desembarques de pejegallo han disminuido sistemáticamente desde 1992. Ese año, se registró un total de 4.729 toneladas, pero esa cifra disminuyó drásticamente a 613 en 2008.

Datos recientes confirman la baja. El Servicio Nacional de Pesca (Sernapesca), encargado de fiscalizar los recursos pesqueros y acuícolas, informó que los desembarques del pejegallo en Chile, durante la última década, han fluctuado entre 1023 y 221 toneladas.

Debido a esta tendencia, a la falta de sitios de conservación para la especie, a que faltan estudios para evaluar correctamente la población, pero sobre todo, según Concha, a la “sobreexplotación” del pejegallo, la UICN clasificó a este pez en la categoría de Vulnerable.

Para el director regional del Grupo de Expertos en Tiburones para Sudamérica de la UICN, Carlos Bustamante, el Estudio Pejegallo es muy valioso ya que responde a una necesidad del país, debido a que la captura de esta especie “es importante para numerosas comunidades costeras”, afirma el científico. “Obtener información de la especie tanto biológica como pesquera proporcionará un marco regulatorio para realizar explotaciones sustentables”, explica.

Otra buena noticia para las quimeras es que un equipo de científicos, liderado por Bustamante, tendrá la misión este año de actualizar el Plan de Acción Nacional para la conservación de tiburones (PAN-Tiburones) que las incluye.

Un estudio inédito

Maximiliano Moreno, biólogo marino y miembro del equipo de investigadores en terreno del Estudio Pejegallo, cuenta que una vez al mes, al atardecer, y durante doce meses, se adentraron al gélido océano Pacífico con el objetivo de calar dos redes de enmalle, una a 20 y otra a 40 metros de profundidad, desafiando el frío, la lluvia y la alerta sanitaria mundial provocada por el Covid-19.

A bordo del bote Mary, comandado por Serrano, el pescador de la caleta Higuerillas, los investigadores iniciaron lo que Mauricio Hoyos define como “el estudio más completo acerca de una quimera que se realizará por primera vez en el mundo”.

Moreno recuerda que en el primer mes de trabajo capturaron más de 500 pejegallos. “Fue una locura sin precedentes”, dice el científico. No obstante, señala que a medida que pasaron los meses la situación cambió abruptamente, llegando incluso a obtener menos de 50 ejemplares. ¿La razón de la disminución? “Aún se estudia”, dice Guzmán-Castellanos. Lo que sí está claro es que “la zona es muy importante para la especie”, recalca la experta.

La directora del Estudio Pejegallo maneja diferentes hipótesis del porqué se encuentra la especie en esa área específicamente. Cuando en un sitio se observan y se capturan solo especies adultas, como ha sido el caso, se piensa que se está frente a una segregación sexual, explica Guzmán-Castellanos. Ese término se refiere a la época de apareamiento donde los adultos se congregan en una sola área, pero además, se suma una segregación sexual por tallas, es decir, que los más pequeños se quedan en una zona, los juveniles en otra y los adultos buscan un sector diferente.

Para ser más exactos en la búsqueda de información, el equipo de investigación realizó, con la ayuda de un robot submarino, un estudio del fondo del mar para saber qué se encuentra en el hábitat escogido por las quimeras.

Concha explica que se midieron todos los parámetros físico-químicos de la temperatura, salinidad, profundidad, “para saber qué los atrae y mantiene en esa zona”. Según el experto, se hizo hincapié en esa medición sobre todo porque cuando empezaron a hacer el muestreo, encontraron muchas hembras con cápsula en su interior, que es una estructura de protección donde se aloja el huevo, además de cápsulas atrapadas en la red. El investigador explica que, muchas veces, ante estímulos externos, como al ser capturadas en la red, “las hembras expulsan los únicos dos huevos que ponen”.

El estudio arrojó que se trata de un área habitada principalmente por moluscos y crustáceos, y que el fondo marino es un área arenosa y fangosa llena de microorganismos en estados larvales, por lo que “creemos que esa zona sirve de alimento para las crías de las quimeras”, dice Guzmán-Castellanos. Además, el tamaño de estos microorganismos se condice con el porte de la boca de las quimeras recién nacidas, pero es una “hipótesis que aún se estudia”, aclara la científica.

El equipo logró capturar, con las redes de enmalle, más de 30 cápsulas con sus respectivos huevos al interior, las que fueron llevadas hasta unos acuarios ubicados en un cuarto oscuro del laboratorio de la Universidad de Valparaíso para simular su hábitat natural (sin luz). Además, se acondicionó un sistema de aireación y oxigenación. Moreno se encargó del monitoreo midiendo día a día la temperatura del agua para que no existiera variación y, por lo tanto, perturbación en el proceso de eclosión de los huevos.

El resultado final fue muy exitoso y gratificante para el equipo del Estudio Pejegallo. “Logramos la eclosión del 90 % de los huevos”, afirma Guzmán-Castellanos, y agrega que a su vez se pudo identificar la talla de nacimiento y el período de gestación de “las quimeritas”, información que en mayo de este año se presentará en el Congreso de Ciencias del Mar.

Pero sin duda el dato revelador de este estudio está centrado en saber la edad de las quimeras. “No es casual que hasta el momento la ciencia no haya podido determinarla”, dice Concha, ya que, según explica, para determinar la edad de las especies usualmente se estudian las vértebras, pero el pejegallo no tiene, más bien su esqueleto se puede comparar a “una barra de silicona”, dice el experto. De hecho, para confirmarlo le sacaron una radiografía a la especie y “no se veía nada, pareciera que no tuviese esqueleto”, cuenta el investigador. Por ello, el equipo está analizando vías alternativas para saber su edad, una investigación en curso que, según los investigadores, camina “lento pero seguro”.

El estudio ya finalizó la primera etapa de muestreo, logrando analizar 1156 quimeras, de diversos tamaños y sexo.

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