El Proyecto Guacamayo Rojo de Iberá comenzó en el año 2014 cuando arribaron a Corrientes los primeros individuos de la especie que serían liberados en el Portal Cambyretá, al norte de la provincia. Desde entonces, todas las etapas del proyecto estuvieron marcadas por un fuerte proceso de manejo adaptativo. Un proceso que implica ir aplicando distintas acciones de manejo de los guacamayos en base a lo aprendido sobre la marcha para adaptarnos y mejorar.
Así ha pasado con las técnicas de rehabilitación de los guacamayos que ingresan al proyecto, el entrenamiento para vuelo, la liberación y el manejo posterior, el monitoreo y finalmente el diseño e instalación de nidos artificiales.
Pero no todo es color de rosa. Por citar algunos de los inconvenientes que nos fuimos encontrando con respecto a los nidos artificiales puedo nombrar, el excesivo peso de los primeros nidos que eran de polipropileno, la colonización de las cajas de madera por abejas y la utilización de las mismas por otras especies como lechuzas. Así entonces, por ejemplo, cambiamos el diseño y material de los primeros nidos, comenzamos a tratar a las cajas de madera con un repelente de abejas y agregamos una tapa de madera blanda fácilmente rompible para los guacamayos para evitar que otras especies aniden dentro. Muchas de estas ideas habían sido desarrolladas en otros proyectos de psitácidos, los cuales pudimos conocer personalmente o a través de intercambios de correos electrónicos. Uno de estos proyectos es el Macaw Society- Sociedad ProGuacamayos en Perú que tuve la oportunidad de conocer en 2019.
Esa organización lleva más de 30 años trabajando con poblaciones silvestres de guacamayo rojo (Ara chloroptera), guacamayo escarlata (Ara macao) y guacamayo azul y amarillo (Ara ararauna) en una porción de selva amazónica dentro de la Reserva Nacional Tambopata.
Se dedican a la recolección de datos y generación de información sobre uso de hábitat y reproducción de esos psitácidos en la Reserva, además de la instalación de nidos artificiales y el manejo de los huevos y pichones en temporada reproductiva. Un viaje de casi ocho horas en lancha río arriba del Tambopata, desde Puerto Maldonado, nos llevaría hasta las instalaciones del Centro de Investigaciones Tambopata dentro de la Reserva Nacional. A poco más de cuatro horas para llegar una bandada de unos 6 guacamayos nos aturdió con sus vocalizaciones. Esos son de los nuestros dijimos y los vimos cruzar de un lado al otro del río. Cuatro horas después ya sabríamos que esa era una escena típica en esa selva y que muchos otros colores y vocalizaciones la decoraban.
En el centro de investigaciones nos esperaba Roshan Tailor, jefe de campo del proyecto que, sin perder tiempo, esa misma tarde nos llevó a los senderos dentro de la selva para ver algunas de las cajas nido de las que ellos instalan. Absorbimos toda la información que pudimos en los dos días que teníamos y partimos.
El regreso a Corrientes
Apenas dos días después de volver de Perú y con los ojos todavía llenos de asombro por haber visto semejante despliegue de guacamayos y exuberancia de la selva, fui con mi compañero Julio, en ese entonces voluntario en nuestro proyecto, a revisar la caja nido de Nioky y Sopa.
Nioky y Sopa son, por lejos, los dos guacamayos más avistados en la zona de uso público del Portal Cambyretá, Corrientes, ya que muy cerca de ahí está el nido artificial que eligieron ocupar y defender de otros guacamayos e incluso de los monos carayá que viven en ese monte. Normalmente no subimos al árbol cuando los guacamayos están en las inmediaciones de la caja, pero ese día, simplemente decidimos revisar el nido a pesar del comportamiento territorial que estaban demostrando. A medida que iba ascendiendo, Nioky y Sopa perchados en la entrada de la caja comenzaron a vocalizar fuerte y a acercarse a los picotazos.
Finalmente, se alejaron unos metros dándome la oportunidad de abrir la puerta inferior y visualizar los tres huevos. Rápidamente, entre emocionada y aturdida por los gritos de los padres, me bajé del árbol para abrazarme con mi compañero, los dos sabíamos bien lo que significaba y corrimos para dar la noticia a todo el equipo.
Para los días siguientes decidimos poner turnos de vigilancia debajo del nido. Con una silla plegable, un anotador y unos binoculares pasamos 12 horas viendo a Nioky y Sopa entrar y salir de la caja más de cincuenta veces por día, irse por ratos largos para forrajear y echar a los otros guacamayos que se acercaban al monte. Luego de unos cinco días siguiendo esa rutina, resolvimos aprovechar uno de los ratos en que Nioky y Sopa salieron para ir a forrajear y subimos para ver los huevos otra vez y nos encontramos con que los habían roto, estaban aplastados.
La frustración fue grande porque las expectativas habían sido altas. Rápidamente me volví a poner en contacto con Gabriela Vigo, coordinadora de la Macaw Society- Sociedad ProGuacamayos, para contarle lo que había pasado buscando alguna explicación sobre lo que en ese momento consideramos un revés. Gabi, con tranquilidad, me explicó que ese era un suceso común en una pareja de principiantes como lo son Nioky y Sopa y que criar pichones que lleguen a salir de la caja e independizar requería de un proceso largo de aprendizaje por parte de la pareja.
Ellos tenían que aprender a incubar los huevos, rotarlos y no aplastarlos en el intento y luego, a criar pichones, alimentarlos e incitarlos a salir de la caja para aprender a encontrar el alimento por sí mismos. Rápidamente entendimos que nosotros sabíamos casi nada sobre manejo de huevos y pichones y sobre comportamiento de la pareja en la etapa de reproducción y por eso decidimos que necesitábamos volver a Tambopata para aprender de los que tenían más experiencia en el manejo de cajas nido, huevos y pichones. La vuelta a Perú. Volvimos a Perú entonces mi compañero Alejandro y yo, en plena temporada reproductiva, ya con más tiempo y predispuestos a sacarle todo el jugo a la experiencia. En 15 días que pudimos pasar con el jefe de campo Roshan, la veterinaria Sophie y el encargado del soporte técnico para ascenso de los árboles Carlos, tuvimos la oportunidad de ascender a varios árboles-nido, tanto naturales como artificiales y tanto vacíos como con huevos o con pichones de edad avanzada. El trabajo consistía en revisar las cajas para valorar el estado de la misma, la ocupación por otras especies, la disponibilidad de sustrato y la presencia de huevos y pichones.
En caso de haber pichones, se los retiraba del nido y mediante un balde se los bajaba para que la veterinaria pudiera hacer un chequeo sanitario general, tomar datos biométricos (peso, medidas del pico, alas, y patas y condición corporal) y quitar los ectoparásitos en caso de que tuvieran. En la selva. El contraste entre ese ambiente y en el que nosotros trabajamos es muy marcado. Se trata de selva de linaje amazónico en la que abundan árboles de gran porte como las ceibas o el imponente chihuahuaco o iron-wood tree. La mayoría de nidos tanto artificiales como naturales se encuentran a alturas de entre 20 y 35 metros.
Los obstáculos con los que lidian también son diferentes a los que ocurren en Iberá. Por ejemplo, si bien prácticamente no ocurren colonizaciones por abejas, sí existen grandes predadores tanto de huevos como de pichones (el principal es el tucán). Otro dato interesante es que sus cajas nido, que están siempre colgadas y no apuntaladas sobre el árbol como las que nosotros instalamos, sólo las ocupan parejas de la especie Ara macao. Por lo tanto, el hecho de que nosotros hayamos logrado que nuestros guacamayos anidaran en cajas artificiales fue una extrañeza para ellos.
Lo vivido en Tambopata durante esos 15 días fue definitivamente la experiencia que necesitábamos para poder encarar las siguientes temporadas reproductivas en Iberá. Haber tenido la oportunidad de manipular pichones en altura, conocer el comportamiento y lidiar con padres territoriales, e intercambiar conocimientos y experiencias con el equipo del Proyecto de Tambopata nos ayuda a conocer mejor a la especie con la que trabajamos y a hacernos más idóneos a la hora de plantear estrategias de manejo de los futuros pichones nacidos y criados en Iberá.
Y para no perder la racha, semanas después de volver de Perú por segunda vez, encontramos otro huevo, puesto por una pareja diferente, la de Kachito y Flor. Así, después de varias temporadas de probar diferentes diseños y materiales de nidos artificiales, diferentes localizaciones y de lidiar con diferentes especies invasoras de las cajas, otra pareja dio el primer paso. Y aunque ese huevo tampoco llegó a llegar a eclosionar, este suceso los consolida como la segunda pareja reproductiva y afianza su territorio alrededor del nido.
Esto nos enseña que por más que en Iberá, los montes aún están empobrecidos tanto en especies que proveen alimento como de árboles de gran porte para anidar, es posible que los individuos se adapten, aprendan a conseguir su alimento y se reproduzcan. También nos alienta a seguir trabajando en nuevas liberaciones para que poco a poco se forme una población cada vez más estable y pueda ir afianzándose en su rol clave de dispersor de frutos y semillas de árboles nativos en el norte de Iberá.