El fallo contra Japón permitirá detener a Islandia y Noruega

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El que Australia demandara a Japón por cazar ballenas era algo tan descabellado para los japoneses como si los hindúes le exigieran al mundo que dejara de comer carne de vaca.

 
Que una corte le prohibiera continuar con lo que para ellos era una caza científica -la que contaba con un permiso especial de la Comisión Ballenera Internacional (CBI)-, le resultaba aún más lejano.
 
Sin embargo, desde el lunes Tokio tendrá que apagar los motores de su buque factoría Nisshin Maru, luego que la Corte de Justicia Internacional lo obligara a suspender todos los programas que desarrolla en el mar Antártico al comprobar que Japón violó la moratoria (que prohíbe la caza comercial de estas especies) y el Santuario de Ballenas del Océano Austral.
 
El país asiático no supo justificar la gran cantidad de ballenas que deseaba cazar (1.000 al año) y que explicarían la dieta de estos mamíferos o cómo compiten estas especies en el Océano Austral. Así se dictó el histórico fallo en contra de la caza científica de Japón en la Antártica que reescribirá la historia de estos cetáceos, en particular de la ballena Minke: 15.563 mamíferos de esta especie han sido capturados por los japoneses, en los últimos 17 años, según datos de la Comisión Ballenera Internacional.
 
La ecologista precisa que el dictamen pondrá límites a Japón en la apropiación de un recurso que le pertenece a todos. ‘Australia -que demandó a Japón en 2010 ante la Corte de Justicia Internacional (CJI)- basa parte de su turismo en el avistaje de ballenas, y como son migratorias pueden ser explotadas de manera no letal’, añade.
 
Japón siempre aseguró que su programa en la Antártica perseguía un control permanente del ecosistema y de la población de esos cetáceos, lo que le permitió llevar a cabo esta práctica.
 
Además de Japón, Noruega e Islandia cazan ballenas Minke bajo objeción formal o reservas de la Comisión Ballenera Internacional.
 
Ambos países hacen caza comercial, a pesar de la moratoria impuesta en 1982 por la CBI, que determinó el fin de esta práctica. ‘Pero si bien se habla de que es comercial, la mayoría de estas operaciones balleneras tienen que ser subsidiadas por los estados porque no son rentables. No hay un consumo de carne de ballenas. Islandia la exporta a Japón, donde tampoco existe un mercado muy interesante. Se ha descubierto incluso que especies como la Ballena de Aleta terminan siendo procesadas como alimentos de mascotas’, precisa Cabrera, quien invalida así el discurso de Japón, de que la carne de ballena es parte de su cultura y alimentación.
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