La fuga de salmones es un fenómeno recurrente, de acuerdo a las estadísticas oficiales, que no solo impacta al medio ambiente, sino también a las comunidades locales, según alertan los científicos. La semana pasada, una empresa noruega con operaciones en Chile fue multada con seis millones de dólares por el Gobierno por una fuga de casi un millón de ejemplares ocurrida en 2018.
Los salmones pueden impactar las tramas tróficas y afectar recursos importantes como la centolla, la merluza o los pejerreyes, mermando recursos pesqueros de los pescadores artesanales, aunque ello varía según la especie, señalan investigadores del centro Invasal.
Según la asociación gremial Salmón Chile, el país es el segundo exportador del mundo de este producto, con exportaciones a más de 100 naciones. Datos de la fundación Terram señalan que entre 1990 y 2017 la producción creció un 3.000%, al pasar de 29 mil toneladas en 1990 hasta las 855 mil a finales del año 2017.
Multa
Una multa de $5.300 millones de pesos (unos seis millones de dólares) recibió este viernes la firma Mowi Chile S.A., ex Marine Harvest Chile S.A., de capitales noruegos.
La sanción de la Superintendencia del Medio Ambiente (SMA) por un daño “irreparable”, tras una fuga de 690 mil ejemplares de salmón del Atlántico, ocurrido en julio de 2018 en Calbuco, en la Región de los Lagos, fue apelada por la empresa. Anteriormente, la SMA instó a Mowi a tomar medidas “urgentes y transitorias” por los hechos e incluso derivará un expediente sancionatorio al Consejo de Defensa del Estado (CDE).
En su momento, Greenpeace calificó el hecho como un “desastre medioambiental de graves e insospechadas consecuencias”.
“Queremos dar la señal que todas aquellas empresas que no respeten la normativa y, además, la infrinjan provocando daño ambiental, como en este caso, serán sancionadas de manera proporcional”, señaló el superintendente del Medio Ambiente, Cristóbal de la Maza.
En otro evento, más de cien mil salmones se escaparon en Puerto Montt de una planta de la empresa Blumar, ligada a las familias Sarquis y Santa Cruz, según informó este mes el Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca).
El suceso ocurrió a fines de junio y afectó al 12% de los peces del centro de cultivo “Caicura”, de acuerdo a cálculos oficiales.
Un escape mensual
Los números muestran que hay casi una fuga de salmones por mes. Según Sernapesca, entre 2010 y 2018 ocurrieron 87 eventos de escape de salmones, informa un documento de la Biblioteca del Congreso Nacional (BCN).
Dicho informe refiere que en el periodo 2013 y 2018, las principales empresas con fugas fueron Cermaq (11), Mowi (8), Ventisqueros (2), mientras que Los Fiordos, Aquachile y Australis Seafoods sufrieron uno cada uno. En el mismo, se consigna que el total de salmónidos escapados (después de la recaptura neta) fue de 2.082.829 ejemplares.
Carmaq es propiedad de la firma japonesa Mitsubishi, mientras Ventisqueros es de la firma alemana Schörghuber. Los Fiordos pertenece a Agrosuper, del empresario Gonzalo Vial, quien también compró Aquachile. Australis Seafoods, en tanto, es del grupo chino Joyvio, en un rubro de múltiples actores.
Evento preocupante
La bióloga Tamara Contador es investigadora asociada del Núcleo Milenio de Salmónidos Invasores (Invasal), dirigido por Daniel Gómez-Uchida.
Ella explica que algunas de las instancias en las que se produce liberación accidental de salmones o truchas al ambiente pueden ser al momento de las cosechas, u otras veces se deben a mal manejo, que van desde errores humanos hasta rotura de una red.
En otras ocasiones, se rompe una red por acción de ataques de lobos marinos a los centros. En estos escapes se pueden liberar desde unos cientos a mil ejemplares, dependiendo de la gravedad del evento.
Sin embargo, escapes de cientos de miles no estaban ocurriendo tan seguido. “No es normal que ocurra con esta periodicidad y esto es muy preocupante”, alerta.
Grandes escapes
Según los especialistas del Invasal, los grandes escapes venían ocurriendo aproximadamente cada 10 años.
“Es lo que nosotros hemos estado viendo, pero el anterior escape importante en cuanto a cantidad de especies se registró apenas en 2018”, precisa Contador.
En referencia al escape que afectó a Mowi, indica que allí se perdió casi un centro completo, “pero ahora esto ocurre prácticamente dos años después y en casi la misma fecha”.
“Entonces, esto se aleja un poco de la tendencia que veníamos registrando hasta hace un tiempo, en el sentido de que siempre hay escapes y siempre se están escapando peces, pero los escapes registrados eran de menor envergadura”, sostiene.
Causas de las fugas
En cuanto a las causas de las fugas, explica que el viento y las marejadas están entre las causas recurrentes de colapso de las estructuras de los módulos.
“Sería ideal contar con tecnología de vanguardia con un sistema de monitoreo en tiempo real, con cámaras y sensores que permitan conocer el estado de las jaulas y condiciones como la capacidad de carga que mantienen las balsas jaulas. Esto permitiría tomar acciones rápidamente cuando se produce un episodio de emergencia de este tipo”, dice.
Los especialistas del Invasal temen que la infraestructura no sea apta para la zona geográfica y sus inclemencias climáticas, dejando toda la bioseguridad en entredicho, una preocupación que habían hecho notar en una carta a la revista Science, publicada en 2018.
Dudas climáticas
Entre las dudas están qué estructura es capaz de resistir un clima tan complejo como es el de la zona austral de Chile y sobre todo el del Seno de Reloncaví, que es una zona que tiene un régimen de vientos importantes. Los expertos también cree que se deben revisar de manera exhaustiva cuáles son los puntos débiles de este tipo de manejo.
“La acuicultura en balsas jaulas en todos los países que existe ha sido muy criticada, justamente por situaciones como esta muchos de estos mismos países, que fueron precursores en la materia, están actualmente proponiendo soluciones drásticas como, por ejemplo, estructuras confinadas y herméticas, como los prototipos noruegos, que están pensados para la zona costera”, afirma la científica.
Se trata de módulos completamente cerrados, que impiden la fuga de las especies.
Otra propuesta es la de desplazar el cultivo de salmones a un sistema en alta mar, lo que se conoce como offshore aquaculture (acuicultura en alta mar) como cultivo de especies en mar abierto.
Es un enfoque emergente, donde las granjas de peces se mueven a cierta distancia de la costa. Iniciativas como esta podrían en el futuro minimizar los efectos de eventos como los escapes de salmónidos en la zona costera, a juicio de Invasal.
Consecuencias de las fugas
Cuando se produce un escape de salmones de un centro de cultivo, pueden darse varias situaciones, que van desde la muerte de una gran cantidad de especies, debido al colapso por el peso de los módulos, o que algunos permanezcan vivos aún en el módulo, pero atrapados y con un mal pronóstico si no son rescatados y reubicados prontamente, pudiendo morir de hambre si están atrapados y no pueden ser alimentados.
Otra opción es que sean liberados al medio.
“En este caso, se van a demorar en buscar alimento, pero una vez que empiezan a hacerlo también hemos observado que deben moverse rápido y comienzan a hacer una transición de su proceso de alimentación de cultivo con pellet. Pero, a medida que pasa el tiempo, empiezan a alimentarse de presas que van encontrando en el medio como, por ejemplo, pequeños peces pelágicos como anchovetas y sardinas”, puntualiza Contador.
Eso es lo que ha visto ella y sus colegas hasta ahora y no tienen mucha evidencia al respecto, ya que en el evento de escape de 2018, junto a investigadores de Invasal realizaron un monitoreo de un año en la zona afectada, pero recuperaron muy poco salmón del Atlántico.
“Lo que ocurrió entonces es que hubo una remoción rápida de salmones en dos o tres semanas, con mucha pesca y comercio informal. Por lo tanto, fue muy poco lo que pudimos luego monitorear”.
Ella también advierte que, en términos socioeconómicos, las comunidades locales pueden verse fuertemente afectadas por los procesos de homogeneización cultural que se generan debido a los escapes, siendo los pescadores artesanales y los pueblos originarios lo más afectados.
“La trucha arcoíris está ampliamente asilvestrada en sistemas acuáticos de nuestro país y tiende a ser más generalista, alimentándose de una variedad de presas, incluyendo varios tipos de peces marinos y de agua dulce y también invertebrados. El salmón del Atlántico no es una especie ampliamente asilvestrada en nuestro país”, indica Contador.
Institucionalidad y fugas
Actualmente, por normativa no es posible comercializar salmón que no tiene su origen en un centro de cultivo, a excepción de lo que ocurre con el salmón Chinook del Río Toltén, especie no cultivada y que sí es una pesquería regulada con un plan de manejo establecido por la autoridad y normativa legal.
Cuando ocurre una fuga, las organizaciones de pescadores artesanales son contratadas por la empresa para recuperar peces.
“La normativa dice que se debe recuperar el 10% de los peces escapados, pero el origen de este porcentaje es muy oscuro. Entendemos que no obedece a ningún criterio biológico ni menos ecológico”, afirma Contador.
Ella agrega que estos escapes masivos y sus impactos sociales también reflotan conflictos históricos entre la salmonicultura y otros usuarios y actores del borde costero, como la pesca artesanal y los pueblos originarios, quienes históricamente han reclamado por una débil institucionalidad ambiental en estos temas.