Entre los animales con mejor reputación pública, la cigüeña ocupa un lugar privilegiado. No representa peligro, no genera molestias y, según la creencia popular, trae bebés al mundo.
Una excelente reputación para un ave que, en términos biológicos, solo migra grandes distancias y anida sobre chimeneas.
Pero su asociación con la maternidad no es casualidad. Su comportamiento, sus rutas migratorias y una serie de interpretaciones mitológicas terminaron consolidando su papel de mensajera de la fertilidad, un relato que, una vez enraizado en cuentos y leyendas, se hizo imposible de revertir.
Creencias antiguas que reforzaron el mito de la cigüeña
La conexión entre las cigüeñas y el ciclo de la vida se originó por una simple coincidencia. Durante siglos, las poblaciones del norte de Europa observaron que estas aves regresaban cada primavera, coincidiendo con los nacimientos que ocurrían tras las bodas del verano anterior.
La repetición de este patrón llevó a la gente a establecer un vínculo entre la llegada de las cigüeñas y el nacimiento de nuevos miembros en la comunidad, evitando así explicaciones más incómodas.
Desde épocas antiguas, la cigüeña ha sido símbolo de respeto y protección. En el Egipto faraónico, se la asociaba con el Ba, una de las manifestaciones del alma. En la Grecia clásica, matar una cigüeña estaba prohibido bajo pena de muerte, no tanto por el valor del animal en sí, sino por lo que representaba: el regreso al hogar, la unión familiar y el cuidado entre generaciones.
Incluso existió una ley llamada Pelargonia, que obligaba a los hijos a cuidar de sus padres en la vejez, inspirada en la supuesta conducta de las cigüeñas hacia sus progenitores. Aunque hoy se sabe que esto no es real, la creencia perduró por siglos.
Tejados, almas y supersticiones
En la tradición eslava, se creía que si una cigüeña anidaba en el tejado de una casa, un nacimiento estaba próximo. La lógica era sencilla: si las aves regresaban al mismo nido año tras año, el hogar debía ser un buen lugar. En realidad, las cigüeñas solo buscaban calor y estabilidad estructural, pero la idea de los bebés resultó más atractiva.
Las leyendas germanas también contribuyeron a reforzar el mito. Según algunas creencias, la diosa Holda confiaba a las cigüeñas las almas de los difuntos para que las llevaran de regreso al mundo en forma de bebés. En Dresde, una fuente conocida desde el siglo XV como la Fuente de la Vida era considerada un sitio que favorecía la fertilidad en mujeres estériles.
Estos relatos hicieron que la cigüeña fuese vista como una mensajera entre mundos, vinculada tanto al nacimiento como a la trascendencia.
El cuento que consolidó su imagen
El mito quedó sellado con el cuento Las cigüeñas, del escritor danés Hans Christian Andersen. En la obra, el autor describía a las cigüeñas llevando bebés buenos a las familias y bebés muertos a los niños traviesos, una representación que más tarde fue suavizada por las adaptaciones animadas.
El relato fijó definitivamente la imagen de la cigüeña volando entre las nubes, sosteniendo en su pico un fardo blanco con un recién nacido. Desde entonces, la asociación con la maternidad quedó arraigada en la cultura popular.
La referencia moderna que vincula a las cigüeñas con París proviene más de la fama romántica de la ciudad que de una base mitológica.
Foto de portada: Christian Ziegler