Todo esfuerzo conservacionista está condenado al fracaso, y todo aquel que no lo diga será porque está recibiendo subvenciones o poque es “un incrédulo sin nada mejor que hacer”. Es la opinión de Karl Ammann, fotógrafo de animales salvajes y comprometido activista con cuatro décadas de trabajo a sus espaldas cubriendo la vida de distintas especies amenazadas en África y el sudeste asiático.
La destrucción de lo indómito. En un siglo la población de tigres presentes en las tierras de todo el mundo ha pasado, según estimaciones, de 100 mil ejemplares a menos de 4.000. En cautividad han pasado a ser 12.500. Son los estragos de ser una de las especies de mamíferos más preciadas por la medicina alternativa, los cazadores y los ricos turistas sin escrúpulos, un negocio que mueve 19.000 millones de dólares anuales.
La lucha política: desde 2016, las autoridades internacionales y algunos grupos conservacionistas consiguieron promover una nueva regulación en Laos que fue muy aplaudida. La que era la nación con el mayor volumen de tráfico de este animal de toda Asia y donde se estimaba el acogimiento de 700 tigres se había comprometido han aplaudido a detener su comercio y convertir su modelo a uno zoológico y de conservación de la especie. Desde ese año no se abrirían nuevas instalaciones para la reproducción del animal con fines comerciales.
Y los ojos que no ven: Washington Post acaba de publicar un extenso reportaje en el que ha viajado por algunos de los puntos candentes del territorio asiático junto a Karl Ammann para demostrar la falsedad y la hipocresía de la medida. El país no se preocupa de los recuentos de la especie, no sanciona a aquellos que hacen “desaparecer” a centenares de estos animales y permite que los dueños de los recintos sean los mismos que se dedicaban a su comercio. La vertiente zoológica es desoladora, y la vida de los animales absolutamente miserable, parte de un engranaje de explotación del animal similar al que sometemos a cerdos o vacas.
Zona Económica Especial del Triángulo de Oro: así se llama la excepcionalidad económica de una de las principales atracciones turísticas de todo el territorio, un reducto que hace frontera con Tailandia, Laos y Myanmar. Allí confluyen hoteles, casinos, zonas de peleas de gallos, centros comerciales, plaza de toros y hasta uno de esos “zoológicos” que están cumpliendo la función de preservación de los tigres. En realidad se trata de un mercado negro encubierto especialmente creado para los chinos millonarios. Allí, donde todo está escrito en mandarín, los visitantes pueden comprar pieles, colmillos tallados y sueros de polvo de huesos de tigre para después tomarse un “menú especial de la selva” con carnes del gran felino y también pata de oso.
¿Podría haber esperanza? Hemos acabado con el 97% de los tigres del mundo. Muchas de sus subespecies están extintas y otras en serísimo peligro debido a la carencia de diversidad genética. Sin embargo, y según censo de The World Wildlife Fund (WWF) y Global Tiger Forum, el número de felinos silvestres ha pasado de 3.200 en 2010 a alrededor de 3.800 cinco años más tarde. Es posible que aún no sea tarde.