Es común que los niños con autismo no comiencen a hablar hasta pasados varios años tras su nacimiento. En una ocasión, un grupo de chicos con esta enfermedad visitó a Gina, una hembra de chimpancé que vive en el Zoo de Sevilla, España.
Los padres estaban acompañando a sus hijos cuando pasado un buen rato llegó la hora de irse. Los chicos comenzaron a moverse, pero Gina y uno de los niños autistas se quedaron inmóviles, pegados contra el cristal sin dejar de mirarse fijamente el uno al otro.
El padre los intentoó aapurar. El niño, que nunca había pronunciado palabra, giró la cabeza y le dijo al padre: ‘quiero quedarme un rato más papá…’. En aquel instante, se erizaron los pelos de emoción a todos los presentes y su padre comenzó a llorar de emoción. Hasta entonces nadie sabía cómo era su voz.
Hace unos días, se publicó una investigación cuyos resultados demuestran que los niños con autismo mejoran sus interacciones sociales con otros compañeros cuando estos están en contacto con conejillos de indias (cobayas) frente a los datos obtenidos cuando solo tenían juguetes.
Esto es fundamental para que se socialicen con su entorno familiar y de amistades, además de desarrollar habilidades psicomotrices. Los niveles de cortisona en saliva -una hormona asociada al estrés-, se medían antes y después de la interacción con los perros. Los resultados ponían de manifiesto que los niveles de esta hormona descendían enormemente gracias a la presencia de los perros.
Pero los efectos beneficiosos de los animales sobre las personas no se restringen al autismo. Del mismo modo, ya se probó en numerosas ocasiones que la presencia de animales provoca grandes mejoras en casos de depresión, baja autoestima o fobia social.