Guanacos vs ciervos: una puja por la supervivencia en un área protegida

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Muchos de los habitantes de La Pampa nunca han visto a un guanaco (Lama guanicoe) y suponen que jamás habitó esta provincia del centro de la Argentina. En cambio, creen que el ciervo colorado (Cervus elaphus) es parte de la identidad natural pampeana. Motivos para pensarlo no faltan: la figura del ciervo, con su llamativa cornamenta, es utilizada para la promoción turística provincial de la que el camélido sudamericano está ausente.

Sin embargo, la realidad es distinta a las apariencias: el ciervo colorado fue traído del hemisferio norte y se adaptó con éxito. Si bien faltan estudios científicos, los especialistas sospechan que su presencia es una de las causas por la cual la población de guanacos fue disminuyendo hasta casi desaparecer de la provincia.

Esa tradición que valora a la fauna exótica por encima de la nativa es la que se propuso enfrentar la subsecretaría de Ambiente de La Pampa a través del programa “El retorno de los nuestros”. La iniciativa se puso en marcha en 2016 —con varios años de demora debido a la oposición que despertó en algunos sectores de la opinión pública— y tiene el objetivo de traer de regreso al guanaco y otros animales de la fauna autóctona, como parte de un esfuerzo para restaurar los ecosistemas pampeanos.

El primer lugar elegido para hacerlo fue la Reserva Provincial Parque Luro, más conocida como Parque Luro, que es la más visitada de las áreas protegidas locales. Tiene 7600 hectáreas y está a solo 35 kilómetros de la capital provincial, Santa Rosa. Se trata de una antigua propiedad privada con pastizales, arbustos, lagunas y un valioso bosque de caldén (Prosopis caldenia), que es un árbol de madera dura, autóctono del centro de la Argentina. Fue convertido en reserva provincial en 1996, cuando ya era demasiado tarde para proteger la biodiversidad: entonces la fauna local prácticamente no existía y los que reinaban en el lugar eran el ciervo colorado y el jabalí (Sus scrofa), otra especie traída de Europa.

El proyecto ya logró sus primeros éxitos: luego de la reintroducción, en diciembre de 2018 y noviembre de 2019, de dos grupos de guanacos de 12 y 15 individuos, a comienzos de este año se comprobó el nacimiento de diez crías o chulengos. También, después de varias décadas de estar extinta en el lugar, se reintrodujo con éxito una población de varios cientos de vizcachas (Lagostomus maximus), roedores que pueden superar el medio metro de largo y que habitan en el sur de Bolivia y Paraguay, además de Argentina. Los próximos objetivos son llevar de vuelta a la reserva Luro a la mara (Dolichotis patagonum), un roedor endémico de la Argentina que puede pesar más de 15 kilos, y al ñandú (Rhea), ave sudamericana similar al avestruz.

“Queremos revalorizar a nuestros animales para que salgan a competir, en cuanto a reconocimiento, con las especies invasoras que tenemos en el parque”, dice Fabián Tittarelli, subsecretario de Ambiente de La Pampa.

La llegada de los ciervos


La larga historia del Parque Luro no puede separarse de la de Argentina. La actual provincia de La Pampa fue una de los últimos lugares adonde llegó el Estado, ya que estuvo hasta fines del Siglo XIX bajo control de pueblos indígenas, que fueron derrotados en una campaña militar en 1880. En los años que siguieron, las inmensas superficies de tierra, arrebatadas a los indígenas fueron repartidas entre personas afines al poder y uno de los beneficiados fue el empresario y político Pedro Olegario Luro.

Este construyó luego, en su propiedad, un castillo de estilo francés —que hoy se conserva y es una de las atracciones del lugar— y estableció en la primera década del Siglo XX el que fue considerado el primer coto de caza de la Argentina. Lo denominó San Huberto, en honor al santo patrono de los cazadores, y lo pobló con ciervos colorados y jabalíes traídos de Europa, que atraían a adinerados visitantes argentinos y extranjeros.

Luego de la muerte de Luro, en 1927, la propiedad pasó por otros dueños particulares hasta que una fracción de 7600 hectáreas fue comprada en la década del 60 por el Estado pampeano, que en 1996 lo convirtió en reserva provincial.

“Después de la muerte de Luro, los ciervos y los jabalíes se dispersaron por la provincia y se convirtieron en animales silvestres. Cuando uno salía por cualquier camino vecinal era muy común cruzarse un ciervo, que es un animal carismático y muy llamativo”, dice Aníbal Prina, ingeniero agrónomo y profesor titular de Botánica en la Universidad Nacional de La Pampa.

“La gente veía al ciervo en el Parque Luro y otros lugares y comenzó a identificarlo como el animal pampeano. Esto caló hondo en los gobierno provinciales, que se fijaron el objetivo de cuidar los ciervos. Incluso en los años 80 hubo un plan de manejo”, agrega Prina.

Con el paso de los años, el ciervo se convirtió en recurso explotado turísticamente a nivel oficial. Sucede que los machos solo se acercan a las hembras cuando están en celo, sobre el final del verano y el comienzo del otoño. Entonces emiten un fuerte sonido gutural para atraer a las hembras y pelean con otros machos, a los que buscan expulsar de su territorio. Se trata de un atractivo espectáculo visual y sonoro al que se llama brama, que atrae turistas en distintos lugares de Europa y también en La Pampa.

De hecho, la página web de la Secretaría de Turismo provincial informa que en marzo y abril de cada año “el bosque de caldén se estremece con el bramido profundo del ciervo colorado”, e invita a “disfrutar este espectáculo exclusivo de la provincia de La Pampa”.

Guanacos versus ciervos

En la Argentina existen 730 especies exóticas invasoras, de acuerdo a la base de datos del Ministerio de Ambiente de la Nación.

El biólogo Sergio Zalba, administrador de esa la base de datos y docente de la Universidad Nacional del Sur, explica que el ciervo colorado no solo es exótico, sino también es invasor porque afecta la biodiversidad.

Aunque Zalba asegura que es difícil establecer una relación causal entre el crecimiento de la población de ciervos y la desaparición de los guanacos, sí se puede afirmar que es necesario reducir el número de los primeros para permitir la recuperación de los herbívoros nativos. La razón es que es “prácticamente imposible que las distintas especies convivan con una alta densidad, ya que el ambiente no tiene suficiente alimento”, dice el biólogo.

El experto explica que muchas veces se da la paradoja de que las especies exóticas son más exitosas en un ecosistema que las nativas: “Las especies introducidas no tienen los predadores y las enfermedades que tienen en sus lugares de origen. En este caso, no sabemos si los ciervos colorados tienen una ventaja intrínseca sobre los guanacos, pero la población de estos ya estaba diezmada por la caza y el avance de la frontera agropecuaria cuando aquellos se introdujeron, lo que pudo haber facilitado su avance”.

Además, Diego Villarreal, biólogo y docente en la carrera de Ingeniería en Recursos Naturales y Medio Ambiente de la Universidad Nacional de La Pampa, opina que el incorrecto manejo del hábitat en la provincia también es una causa importante en la desaparición del guanaco.

El nombre La Pampa es muy simbólico en la Argentina: identifica a la extensa llanura del centro-este que es dueña de condiciones privilegiadas para la producción agrícola, gracias a sus pastizales con climas templados y lluvias bien repartidas a lo largo del año. Sin embargo, ese ecosistema ocupa una porción mínima de la provincia de La Pampa. La mayor parte del territorio provincial está cubierta por pastizales duros y arbustos, y tiene un clima que va de semiárido a árido.

Según explica Villarreal, debido a ese clima mayormente seco, son comunes durante el verano incendios naturales que cumplen la función ecológica de eliminar los arbustos y despejar el ambiente. Justamente un hábitat abierto es lo que requieren guanacos, vizcachas, maras y ñandúes, que de esa manera pueden detectar la cercanía de sus predadores y huir. Sin embargo, durante años se impidió que esos fuegos se extendieran. “Así, el ambiente fue cubriéndose con arbustos y el hábitat para las especies nativas desapareció en el Parque Luro y otras áreas protegidas. Creemos que por eso se fueron perdiendo los animales locales”, dice el especialista.

Por otro lado, las áreas protegidas comenzaron a crearse a partir de los años 90, cuando ya habían desaparecido la mayor parte de las especies nativas relevantes. Estas áreas “casi no tienen animales autóctonos, por lo que parece una contradicción que sean reservas”, agrega Villarreal.

Un proyecto difícil de implementar

La valoración social del ciervo colorado como animal carismático y como recurso turístico hizo que la puesta en marcha del proyecto, para privilegiar la fauna nativa por sobre los animales introducidos, demorara varios años. Según cuenta Prina, la comunidad académica de La Pampa ha discutido el tema largamente con los dirigentes políticos. “Nos preguntan —asegura— para qué queremos el Parque Luro si no va a generar dinero. Hay que explicarles que las áreas protegidas son para conservar los ecosistemas y no para ganar plata”.

En 2012, la subsecretaría de Ecología dio a conocer su intención de reducir la población de ciervos colorados y jabalíes del Parque Luro con el objetivo de reintroducir las especies nativas. La decisión había sido discutida en la Comisión provincial Asesora de Áreas Protegidas, un cuerpo integrado por profesores de las facultades de Agronomía y Ciencias Exactas de la Universidad Nacional de La Pampa y representantes de otros organismos públicos. Concretamente, se cederían ciervos y jabalíes a cotos de caza de la provincia. La idea, sin embargo, no pudo ser llevada a la práctica por la repercusión negativa de esta noticia.

“El anunció cayó mal porque se puso en primer plano que, como iban a ser cedidos a cotos de caza, a los ciervos finalmente los iban a matar”, cuenta Diego Villarreal, quien es miembro de la Comisión Asesora de Áreas Protegidas y asegura que “existe un movimiento creciente que defiende los derechos de los animales y mucha gente no distingue entre fauna exótica y fauna nativa”.

“¿Cómo se le explica a los pampeanos que para proteger la naturaleza hay que matar ciervos colorados? Se debe hacer hincapié en que el objetivo final no es eliminar la especie, sino que hacerlo es un medio para recuperar el ambiente”, afirma Zalba quien considera que cualquier proyecto tendiente a reducir la población de una especie exótica invasora es siempre, en primer lugar, un desafío comunicacional.

Debido a la oposición social, los planes fueron cambiados. “Tomamos la decisión de reintroducir primero las especies nativas, para que la gente empiece a apreciarlas, porque también son atractivas”, explica Villarreal.

Además, e incluso antes de comenzar la reintroducción, se realizaron quemas controladas en el Parque Luro para despejar el área de los arbustos que la habían poblado y recuperar así el paisaje natural. “El rejuvenecimiento del pastizal gracias a las quemas fue asombroso. Logramos el hábitat perfecto para los animales”, dice el subsecretario de Ambiente, Tittarelli.

De todos modos, biólogos pampeanos siguen pensando que si las poblaciones de especies nativas crecen habrá que erradicar a los ciervos. “Los animales compiten por el alimento y la reserva tiene límites definidos. Un ciervo más será un guanaco menos”, dice Villarreal, quien espera que, cuando ese momento llegue, sea más fácil plantear a la sociedad la necesidad de disminuir la población de especies introducidas.

El subsecretario de Ambiente, Tittarelli, reconoce que la mayoría de los visitantes aún llegan al Parque Luro atraídos por los ciervos, pero confía en que eso irá cambiando a medida que el proyecto progrese. “Hay que avanzar en la reintroducción de nuestros animales —afirma— para que quede claro que ellos son los que nos van a ofrecer ecosistemas saludables”.

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