La ballena franca austral estuvo al borde de la extinción. Pero ahora las poblaciones que habitan en el Océano Atlántico Sudoccidental se están recuperando, y recolonizan las costas de la provincia de Río Negro. Así lo demuestra la primera investigación que reconstruyó la historia de las violentas capturas de esos animales que ya se realizaban en el siglo XVIII y fue publicada en la revista especializada Scientific Reports.
Alejandra Romero, contó los detalles de la investigación. Fue la primera autora del trabajo publicado. Es licenciada en ciencias biológicas e investigadora adjunta del Conicet en el Centro de Investigación Aplicada y Transferencia Tecnológica en Recursos Marinos “Almirante Storni” (CIMAS), ubicado en San Antonio Oeste, Río Negro.
Ella, quien reconstruyó el pasado de las poblaciones de ballena franca austral, comunica esperanza.
Afirmó: “La población de la especie de ballenas está creciendo porque funcionan las leyes de protección, y el cese de la caza indiscriminada. Las capturas las dejaron al borde del exterminio. Al frenarse, ya se registra una alta tasa de recuperación”.
En este contexto, Romero explicó que “la población de ballenas va a seguir creciendo y lo hará durante mucho tiempo más. Por eso, ahora pueden verse tantas en las costas rionegrinas, ya que están recolonizando los sitios que históricamente ocuparon”. Cuando eran muy pocos animales era más evidente el cambio. “Ahora, en cambio, es difícil predecir si año a año será notable el aumento. Pero es una población en crecimiento, y eso seguirá así, aunque el alza no sea tan evidente de una temporada a otra”, aseguró la bióloga.
En esta zona, según la experta “el mejor lugar para apreciar a los cetáceos desde la costa es Las Grutas, porque los acantilados permiten observarlas desde otro punto. En el Puerto San Antonio Este (ubicado a 65 km de ese balneario), aunque no existen acantilados también se ven bárbaro desde la playa. Y obviamente están los paseos en botes semirrígidos, que llevan al público mar adentro, para verlas directamente en su hábitat. De hecho, como cada año, la temporada de avistaje embarcado arrancará entre fines de este mes y principios de agosto”, anticipó Romero.
En las costas rionegrinas, además, pueden avistarse otras especies nativas que también valen la pena tener en cuenta. Hay lobos marinos de uno y de dos pelos, delfines de diferentes especies y pingüinos. “También se ven ballenas de especies distintas a la franca, aunque con menos frecuencia, como las ballenas sei y las minke”, apuntó.
Un párrafo aparte merecen las ballenas jorobadas o yubartas. “Cada vez son más”, destacó Romero. “Las ballenas jorobadas están en todo el mundo y tienen una tasa de crecimiento altísima. Aquí todo el tiempo estamos sumando registros de avistajes”.
Las ballenas son mamíferos que evolucionaron adaptándose a la vida en el mar. El trabajo de Romero, Enrique Crespo y otros investigadores sobre la población de ballena franca en el Océano Atlántico Sudoccidental permitió aclarar qué pasó en el pasado y hacer proyecciones.
Las poblaciones de ballenas enfrentaron cuatro siglos de matanzas por parte de embarcaciones que venían desde Portugal, España, Francia, Estados Unidos, Inglaterra y la ex Unión Soviética.
El primer registro de caza de las ballenas es de 1602. Eran personas que venían en embarcaciones desde Portugal que hacían las capturas de manera manual a través del método vasco. Los cazadores iban con pequeñas embarcaciones a remo y usaban arpones a mano. Llegaban a capturar y matar unas cincuenta ballenas por año y al hacerlo sufrían heridas y congelamientos que ponían su propia vida en peligro.
Las ballenas son mansas y tranquilas, y por eso los seres humanos podían acercarse sin sentirse amenazados. Cuando son capturadas, flotan. Esas características posibilitaron que las ballenas francas fueran intensamente explotadas.
En el siglo XVIII y el XIX, se fueron sumando las capturas por barcos de bandera estadounidense, británica, francesa y española en el Océano Atlántico Sudoccidental. Pasaron a procesar a los animales dentro de las embarcaciones. Se las cazaba para obtener su grasa que a su vez servía para el aceite que era el combustible utilizado en lámparas de iluminación, calefacción y cocina en Europa.
Los científicos estimaron que había 58.000 individuos de ballena franca austral en el Atlántico Sudoccidental a principios del siglo XVII. Pero con la explotación comercial llegó a que quedaran solo 2.000 ejemplares en el año 1830. En 1935, la especie pasó a estar protegida por normas internacionales, y se prohibió la caza.
Pero no todos respetaron la norma. En 1962, embarcaciones con bandera de la Ex Unión Soviética capturaron ilegalmente 1335 ballenas en aguas internacionales. Hoy hay 5.000 individuos de ballena franca en todo el Atlántico Sudoccidental.
El interés por el impacto humano en los mares
La bióloga Alejandra Romero se radicó en Río Negro en 2006, cuando llegó para realizar un postdoctorado. Es oriunda de Buenos Aires, y su pasión por el mar nació en sus viajes a Necochea, la ciudad natal de su papá. Allí, se encendió su curiosidad sobre los ecosistemas marinos.
“Lo que más me interesa es la ecología. Es ver cómo el impacto antrópico de los seres humanos influye en los ecosistemas. Ése es mi tema de trabajo, desde lo que provocan las distintas pesquerías hasta el impacto en los mamíferos marinos”, relató Romero.
Lleva a cabo su trabajo en el CIMAS, que fue creado en el año 2015 y se enmarca dentro del Instituto de Biología Marina y Pesquera ¨Almirante Storni”, en la ciudad de San Antonio Oeste.