VIDEO | Fernanda, la tortuga de las Islas Galápagos que se creía extinta

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Ahora se buscan parientes suyos en las islas. La Universidad de Yale realizó estudios genéticos y la respectiva comparación del ADN con otro espécimen extraído de esa misma isla en 1906.

Por más de un siglo se consideró a su especie extinta, pero Fernanda, la única tortuga gigante de Fernandina conocida en el mundo, vive y podría haber más como ella, ocultas en una de las Islas Galápagos (Ecuador), donde una expedición científica saldrá a tratar de encontrarlas.

A la deshabitada y agreste isla Fernandina, la tercera más grande del archipiélago, que se encuentra a unos mil kilómetros de las costas continentales de Ecuador, esperan llegar con ese propósito científicos de la organización Galápagos Conservancy y guardia del Parque Nacional Galápagos.

Si el clima lo permite, los expertos partirán a finales de año a Fernandina cargados de optimismo, pues tienen “evidencia que sugiere que, por lo menos, entre una y tres tortugas más están todavía en la isla”, ha declarado a Efe Washington Tapia, director de la Galápagos Conservancy.

Hemos encontrado huellas, claramente de pata de tortuga, heces no muy antiguas, en sitios muy diferentes a donde encontramos a Fernanda”, ha detallado en referencia al quelonio hallado en 2019.

La Universidad de Yale, en Estados Unidos, realizó estudios genéticos y la respectiva comparación del ADN con otro espécimen extraído de esa misma isla en 1906, por lo que se determinó que Fernanda pertenece a la especie “Chelonoidis phantasticus”, la tortuga gigante de Fernandina.

Un hallazgo casual

El hallazgo de Fernanda ocurrió, “de alguna manera, de casualidad“, asegura Tapia al comentar que el último día de la expedición de 2019 y, tras varias horas por “kilómetros de lava horrible”, llegaron a una zona donde se divisaba vegetación.

Allí encontraron heces viejas de tortugas, una “cama” donde había dormido una tortuga, y finalmente el guarda del parque Jeffreys Málaga vio a Fernanda, un quelonio de “probablemente 80, 100 años, tal vez más”, cuenta Tapia.

Presume que la tortuga se quedó encerrada en esa zona desde muy joven, y que la falta de alimento afectó su desarrollo pues pesaba 18,4 de los aproximadamente 30 kilos que corresponden a una hembra adulta tipo montura, y medía 54,3 centímetros de largo, cuando lo esperado oscila entre 60 y 65.

Sometida a cuidados especiales en Santa Cruz, Fernanda pesa ahora casi 28 kilos y ha crecido unos tres milímetros.

Está “muy sana”, “no le gusta mucho la gente”, y se encuentra aislada en un corral de seguridad sin acceso al público, donde recibe alimentación y agua, aunque no a diario, indica.

Ello porque el Centro de Crianza del Parque Nacional Galápagos es una herramienta de conservación y no un zoológico, por lo que ofrecen a las tortugas las condiciones más naturales posibles para que no pierdan capacidad de buscar su propio alimento. “El plan no es que permanezcan toda la vida en cautiverio”, destaca.

Piratas, balleneros y aceite

Lola Villacreses, guía naturalista en Galápagos desde hace 22 años, ha asegurado que ahora hay unas 50.000 tortugas tipo cúpula y montura en todo el archipiélago, donde antes habían unas 350.000.

“Acá llegaban los galeones españoles a refugiarse porque los perseguían barcos piratas, y a abastecerse de víveres” -entre ellos, tortugas- y luego llegaron corsarios y balleneros, que también tenían a los quelonios en su dieta, explica.

El ser humano introdujo distintos animales, entre ellos perros, que atacaban a las tortugas, afectadas, además, “por la matanza a finales de los 1800 e inicios de los 1900 para extraer su aceite para el alumbrado público de Guayaquil y Quito”, añade Tapia.

Piratas y balleneros se movían entre islas, por lo que cabe la posibilidad de que hayan trasladado tortugas a otros lugares, y por ello, solo estudios genéticos determinarán la especie de los quelonios que eventualmente encuentren en Fernandina.

Una aguja un pajar

En la expediciones hay que dormir en carpas y “caminar en un campo de lava gigante”, dice Villacreses, mientras Tapia comenta que buscar “animales dispersos en más de 600 kilómetros de superficie agreste es como buscar una aguja en un pajar o un chip de teléfono en un parque muy grande”.

Cada expedición dura diez días (dos de viaje y ocho de trabajo), incluye la participación de entre veinte y treinta personas, y cuesta alrededor de 60.000 dólares (unos 60.202 euros al cambio actual), pero en la de fin de año el valor se duplicará, ya que usarán un helicóptero para los traslados.

“Ahora la prioridad es encontrar más tortugas, cruzamos los dedos por que alguna sea macho“, dice Tapia con la esperanza que Fernanda se pueda reproducir y prolongar la existencia de la especie.

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