Al recorrer los bosques nublados de Bolivia, Teresa Camacho Badani (Cochabamba, 1984) siente que camina por una Lista Roja, el inventario más completo de especies en peligro de extinción en nuestro planeta. A luz de su linterna, desde hace 17 años, la bióloga sigue los diminutos pasos de las ranas más amenazadas del país sudamericano, incluso de algunas que se creían ya extintas.
“Las ranas son centinelas del medio ambiente, tienen una piel tan permeable y sensible a los cambios que son las primeras afectadas cuando algo malo sucede en su entorno”, dice la bióloga que se ha especializado en las ranas del género Telmatobius, las cuales se encuentran a lo largo de las regiones andinas de Argentina, Bolivia, Chile, Ecuador y Perú. “Al desaparecer, ellas mismas nos están alertando de algo que puede pasarnos también a nosotros en el futuro”, recalca.
Una de las ranas más afectadas es la Yuracaré (Telmatobius yuracare), en peligro crítico de extinción, de acuerdo con la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza. Esta fue la primera especie acuática a la que Camacho auxilió luego de que, por casi un año, no se pudo ver a esta rana andina de apenas 57 milímetros que habita en los arroyos de Sehuencas, en su localidad natal. Así que casi por impulso, en 2009, su equipo de investigación decidió llevarse a Romeo, un ejemplar macho de la rana Yuracaré “sin saber que iba a ser la última en ser vista en más de 10 años”, asegura la bióloga.
Desde entonces, Camacho se dedicó a la crianza en cautiverio de Romeo, a la par de otros anfibios en peligro de extinción, como las ranas gigante del Titicaca (Telmatobius culeus) que rescató tras la muerte masiva de 10.000 de ellas por la contaminación del lago emblemático de Perú y Bolivia, las ranas de Sucre (Telmatobius simonsi) y la ranas de los valles (Telmatobius hintoni).
Pero cuidar de estas ranas es un trabajo 24/7. “Es como tener 300 hijos”, afirma la investigadora que en la pandemia del covid-19 sintió el peso de su responsabilidad al no poder correr el mínimo riesgo de enfermarse porque la sobrevivencia de esas especies dependía de ella y su equipo en el Centro K´ayra.
“Algunas ranas necesitan más atención que otras, pero en general es bastante el cuidado detrás, desde mantener la calidad del agua, evitar que ingrese mucha gente [a su hábitat] porque se estresan hasta darles alimentos personalizados que deben estar en movimiento porque si no ni les atrae”, detalla. “Por ejemplo, cuando a Romeo no le gusta algo lo escupe”.
La historia de “Romeo y Julieta”
En 2018, Camacho se puso en marcha para que Romeo deje de ser “la rana más solitaria del mundo”. Con la campaña de fundraising #Match4Romeo en una aplicación de citas logró costear las expediciones para encontrar a su pareja, Julieta. “Fuimos muy cautelosos”, recuerda sobre ese desafiante trabajo en alianza con Global Wildlife Conservation. “Por suerte sí encontramos más ranas Yuracaré, pero solo nos llevamos a un número reducido para no dañar la población que sí ha logrado sobrevivir en la naturaleza”.
La aparición de Julieta y la historia de amor con Romeo trajo un reconocimiento inesperado para Teresa Camacho. De un momento a otro, la científica boliviana daba entrevistas en medios internacionales, la saludaban en las calles, los niños le enviaban dibujos de la pareja de ranas y hasta algunos jóvenes se inspiraron en ella para estudiar herpetología, la ciencia que estudia aspectos fundamentales de la biología básica de los anfibios.
Pero más allá de la repentina fama, las cosas no cambiaron para las ranas andinas ni quienes luchan por salvarlas de la extinción. “Hace poco se ha hecho la actualización del Libro Rojo de los Vertebrados de Bolivia y lo que puedo adelantar es que la situación no ha mejorado para nada”, asegura la herpetóloga que en 2019 recibió el premio Amphibian Survival Alliance y en 2020 fue nombrada heroína de la conservación por Disney Conservation Fund, junto a su equipo conformado por Ricardo Zurita y Sophia Barrón.
“Vivimos en una carrera de obstáculos cuando hablamos de conservación”, afirma Camacho. “Es importante apoyar más la investigación en Bolivia porque es un reto diario conseguir financiamiento y que les parezca importante lo que hacemos, así que estamos nadando a contracorriente casi siempre”.
Es lo que sigue haciendo ahora la bióloga con proyectos de conservación en campo que involucran también a las comunidades que conviven con anfibios vulnerables para permitir que, en un futuro no tan lejano, Romeo, Julieta y otras especies en resguardo puedan regresar a su hábitat “de donde nunca debieron salir”.
“Por eso estoy enfocada en iniciativas como la creación de áreas claves para la conservación en Bolivia, que aporten no solo una sino a varias especies”, sostiene Camacho, quien ahora pasa más tiempo en los bosques nublados que en el centro de investigación. “La bandera de Romeo es muy importante, pero en mi corazón caben más especies que una sola”.