Así era Venus antes de convertirse en un infierno: ¿Puede pasarle lo mismo a la Tierra?

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Venus es un lugar infernal. Podría parecer que es muy diferente a nuestro planeta, pero en realidad, es el espejo del futuro de la Tierra. Nos enseña qué le espera a nuestro propio hogar a medida que el Sol continúe envejeciendo.

Lo irónico de toda esta historia, es que Venus no siempre ha sido el infierno que conocemos en la actualidad. En la juventud del Sistema Solar, hace unos 4000 millones de años, el planeta era mucho más similar a la Tierra. Físicamente, ambos guardan mucho parecido. Tienen tamaños y masas muy similares. Está más cerca que Marte, y, en aquel lejano momento, también estaba firmemente en la zona habitable de este pequeño rincón del cosmos. En aquella época, Venus debió tenerlo todo para poder albergar algún tipo de vida.

La NASA recreó cómo habría sido Venus:

Es posible, de hecho, que llegase a desarrollarla. No solo eso, mantuvo sus condiciones habitables durante más tiempo del que Marte fue capaz de hacerlo. Pero, con el paso de los años, el Sol fue envejeciendo. Con el tiempo, las estrellas se vuelven más brillantes y, en consecuencia, aumenta la energía que llega a los planetas a su alrededor. Eso se traduce en una zona habitable que, poco a poco, se fue alejando de Venus. Lo empujó hacia el borde interior de la zona habitable. De esa región en la que las condiciones son apropiadas para que haya agua líquida.

A medida que la temperatura fue en aumento, sus océanos comenzaron a evaporarse. Todo ese vapor de agua fue a parar a la atmósfera. Es un elemento fantástico para retener calor y, en consecuencia, provocar que la temperatura de la superficie aumente todavía más. Eso conlleva que los océanos se sigan evaporando, provocando un ciclo interminable. A medida que sube la temperatura, aumenta la cantidad de vapor de agua presente en la atmósfera. Aquel agua, que una vez había servido para que hubiese placas tectónicas, pasó a la atmósfera.

La terrible evolución de Venus

Con el tiempo, Venus desarrolló un efecto invernadero imparable. El agua permite que las placas tectónicas sean flexibles. Los océanos permiten que las placas puedan moverse. Sin ellos, la superficie se vuelve completamente rígida. Se pierde una herramienta vital para regular la cantidad de dióxido de carbono presente en la atmósfera. El carbono se enlaza con los elementos en la superficie, con el polvo y las rocas. Ese terreno, con el tiempo, termina enterrado bajo la superficie tras millones de años. Sucede mientras una placa cae bajo otra.

Sin ese proceso, el carbono que estaba atrapado en el suelo, en lugar de terminar bajo la superficie, fue liberado poco a poco, o incluso en grandes cantidades a través de volcanes. Sin océanos que lo regulasen, el carbono se convirtió en un problema mayor para Venus, al no haber nada que pudiese capturar el elemento. Con el tiempo, el vapor de agua de la atmósfera absorbió tanta luz solar que se rompió. El hidrógeno se perdió en el espacio, y su lugar lo ocupó el dióxido de carbono que ascendía desde la superficie. Se había pasado del paraíso al infierno.

A medida que esa atmósfera se volvió todavía más densa, las condiciones en la superficie empeoraron todavía más. Se cree que la atmósfera es capaz, incluso, de frenar el propio movimiento de rotación, provocando que sea tan extremadamente lento en la actualidad. Todo el proceso pudo tardar unos 100 millones de años. Un lapso no demasiado grande en la escala cósmica. De una manera casi abrupta, Venus había pasado de ser un lugar apto para la vida, tal y como la conocemos, para convertirse en uno de los lugares más extremos del Sistema Solar.

El futuro de la Tierra es el presente de Venus

Así llegamos al presente. Un momento en el que la atmósfera de Venus es muy diferente a aquella que tuvo hace 4000 millones de años y que, probablemente, no era muy diferente del cielo que podemos observar en nuestro planeta. En la actualidad, su atmósfera está compuesta casi por completo por dióxido de carbono. Es tan denso que, en la superficie, la presión es 90 veces superior a la que experimentamos en la Tierra. Es equivalente a la presión que podemos encontrar a 1,5 kilómetros de profundidad en nuestros océanos.

Solo el 4% de la atmósfera contiene nitrógeno, aunque ese porcentaje supone el doble del nitrógeno que podemos encontrar en la de la Tierra. Allí también hay nubes, pero formadas por ácido sulfúrico. Son grandes reflectantes, provocando que el planeta tenga ese característico tono. Junto a su densidad, provoca que solo el 3% de la luz alcance la superficie. Es muy difícil distinguir el día de la noche. Podríamos recurrir a la medición de la temperatura para saber en qué momento de la jornada nos encontramos. Pero tampoco nos serviría.

La temperatura media de Venus es de unos 460 ºC. Es tan elevada que hasta el plomo se funde en su superficie. En algunos valles, es posible que incluso el suelo en sí mismo brille con un tenue tono rojizo. El planeta rota en dirección contraria al resto, así que el Sol sale por el oeste y se pone por el este. Pero por culpa de esa atmósfera y sus condiciones, la temperatura media es la misma de noche y de día. Si hubo algún tipo de vida en el planeta, hace mucho tiempo que desapareció. Quizá algún organismo haya sobrevivido bajo la superficie.

El futuro de la Tierra y el ser humano

Podría parecer que este escenario es, simplemente, consecuencia de las particularidades de Venus. Su cercanía al Sol, su composición, etc. Pero, en realidad, lo que nos enseña es cómo será el futuro de la Tierra. Nuestro planeta no será habitable para siempre. En realidad, la fecha de caducidad, para la vida, llegará mucho antes de que nuestra estrella termine su secuencia principal. Eso sucederá en unos 4000 millones de años. Pero mucho antes, quizá en unos 1000 o 1500 millones de años, la Tierra se habrá convertido en un lugar inhóspito.

Nuestro Sol sigue envejeciendo y, con el aumento de su brillo, la zona habitable también se aleja de nosotros. Llegará un día, en un futuro extremadamente lejano desde la perspectiva humana, en el que nuestro planeta estará en el borde interior de la zona habitable. Cuando eso suceda, nuestros océanos se evaporarán. Las temperaturas se dispararán y las placas tectónicas aquí, también, dejarán de moverse. El dióxido de carbono se convertirá en el gran dominante de la atmósfera terrestre, y Venus y la Tierra volverán a ser muy parecidos.

Queda mucho tiempo hasta que eso suceda, pero, si nuestra especie sobrevive, dentro de cientos de millones de años deberá haber colonizado otros lugares del Sistema Solar. Desde la comodidad de sus nuevos hogares, nuestros descendientes podrán ver un Sistema Solar muy diferente al que conocemos en la actualidad. Sin una canica azul. Solo con un recordatorio, en forma de lugares infernales, de que la vida, una vez, caminó en la superficie de esas rocas infernales. Si queremos sobrevivir, como especie, nuestro futuro deberá desligarse del de la Tierra.

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