El 80% de los alimentos del planeta los genera la agricultura familiar

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El modelo de la Cooperativa Frutihortícola La Riojana es un caso de éxito de cooperativismo para superar las barreras de escala y poder competir de igual a igual con los grandes jugadores de los mercados del vino y aceite de oliva.

La gran mayoría de los productores vinícolas y de aceitunas asociados a La Riojana producen en escalas que trabajando de forma individual les sería imposible subsistir. Mucho menos poder transformar sus uvas y aceitunas en vino y aceite. Bajo este esquema, participan de una parte de la renta del agregado del valor, traccionando la economía local, demandando empleo en servicios e inyectando dinero fresco en la comunidad local, y generando divisas para el país.

Pero más allá de los motivos socioeconómicos, hay también una problemática sanitaria asociada al abandono de fincas. Cuando una chacra frutihortícola se deja de atender, las plantas perennes siguen entregando sus frutos. Al no haber quien los recoja, se pudren en el suelo generando un caldo de cultivo para la proliferación de microorganismos patógenos que ponen en riesgo la salud de las plantaciones vecinas. Las consecuencias son muy graves.

Para garantizar la inocuidad del alimento, los controles sanitarios en toda la cadena deben ser extremados, provocando un mayor costo, incluso para los organismos gubernamentales. Si los controles fallan se pierden mercados. Aún está fresco en la memoria de los productores de manzanas del Valle de Río Negro el cierre del mercado brasilero. Hace un año, las autoridades sanitarias de Brasil -el principal destino de exportación de las manzanas argentinas- detectaron un cargamento con fruta infectada con carpocapsa, una plaga con forma de polilla que produce daños irreversibles, cerrando el mercado de manzanas para argentina por un par de meses.

A los productores chicos les resulta mucho más difícil controlar la sanidad de las frutas. Disponen de menos recursos económicos para conseguir los agroquímicos, y no siempre tienen acceso a asesoramiento técnico y/o capacitación para combatir las plagas. Este también es otro punto donde el asociativismo juega un papel importantísimo. La compra de insumos en grandes volúmenes a través de un pools, la posibilidad de compartir asesores y el hecho de disponer de un ámbito de encuentros para intercambiar experiencias, resulta fundamental para lograr mayor productividad que les permita seguir en carrera en estos tiempos tan difíciles.

Hoy en día, los mercados más atractivos demandan productos certificados, ya sea por calidad, inocuidad, buenas prácticas, etc. La fruta una vez arrancada de la planta no mejora su calidad, por lo que hay que intentar conservarla de la mejor manera. Esto requiere de inversiones en material genético, infraestructura, herramientas, capacitación, etc., a lo largo de toda la cadena comercial, pero fundamentalmente en la finca. Y la gran mayoría de los productores chicos tienen enormes dificultades para acceder a financiamiento. Especialmente, cuando se trata de empresas alejadas de la Ciudad de Buenos Aires. Se calcula que por cada $30 que el sector financiero destina a empresas porteñas, el NOA recibe tan solo $1.

Aún contando con capacidad financiera, muchas de las inversiones son de muy largo plazo. Una gran proporción de los productores frutihortícolas son de avanzada edad y las generaciones que los suceden han emigrado de las fincas en busca de oportunidades en la ciudad. Por eso, uno de los principales desafíos es generar el atractivo para que los jóvenes se acerquen a la producción agrícola. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), de las 570 millones de explotaciones agrícolas que hay en el mundo, nueve de cada diez están gestionadas por familias que producen casi el 80 por ciento de los alimentos que se consumen en el planeta.

Los jóvenes tienen mucho que aportar a la actividad agrícola. Son creativos, manejan de forma natural las nuevas tecnologías digitales y tienen incorporada la palabra sustentabilidad. Requisitos indispensables para la producción de alimentos del futuro. Y una forma de ayudar a lograr el atractivo, sin dudas, es el modelo cooperativista. Porque además de todas las virtudes que hemos estado describiendo en este espacio, siempre es más agradable trabajar a la par de compañeros que hacerlo de forma individual.

Por eso es muy buena señal que el Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social, que controla las cooperativas del país, haya pasado de la cartera de Desarrollo Social a manos del Ministerio de Desarrollo Productivo. Porque si la agricultura familiar forma parte del sistema productivo, el desarrollo social y territorial llega solo.

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