El África subsahariana tiene créditos de carbono

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El cambio climático está generando una serie de cambios globales que no solo afectan a la meteorología con cambios inusuales en las estaciones, sino que también ha generado nuevos conceptos económicos. Uno de ellos es el mercado de los créditos de carbono, con los que empresas y países pueden compensar sus emisiones de CO2.

En este nuevo mercado de la ecología ha surgido un beneficiario inesperado: los países en desarrollo. Estos países tienen un menor desarrollo industrial y, por tanto, son comparativamente menos contaminantes. Algunos de estos países tienen grandes masas de bosque subtropical, lo que los convierte en un caramelo para que los países más desarrollados quieran explotar su capacidad como sumidero natural de CO2, convirtiéndose en el equivalente a una mina de oro para los inversores multimillonarios.

¿Qué son los créditos de carbono?

Las compensaciones de carbono o créditos de carbono o créditos de carbono son un instrumento internacional que permite a empresas y países compensar las emisiones de dióxido de carbono (CO2) más difíciles de eliminar. Aunque una empresa optimice el proceso de producción de sus productos, utilice energías limpias y reduzca al máximo las emisiones en la cadena de suministro, siempre le quedará un pequeño margen de emisiones de CO2 a la atmósfera que deberá compensar comprando créditos de carbono.

Cada uno de esos créditos representa una tonelada de emisiones de CO2 a la atmósfera, que luego se compensan con acciones e inversiones en otro lugar del planeta para captar y procesar esa tonelada de emisiones.

El CO2 tiene un precio, y no es climático

Que el instrumento que representa una tonelada de CO2 emitida reciba el nombre de ‘crédito de carbono’ no es casualidad, porque al igual que las divisas, los créditos de carbono tienen un precio fijado en los diferentes mercados mundiales, que sube o baja su cotización como sucede con los mercados de las divisas en todo el mundo. Cuanto mayor sea el precio de estos créditos, mayor será la cuantía que deben pagar las empresas para compensar sus emisiones.

El problema es que no hay un estándar regulador global para fijar los precios, e incluso la propia empresa interesada puede fijarlos. La media está en unos 9,87 dólares por cada crédito. Según el Banco Mundial, en 2023 la fijación de precio mundial del carbono ha recaudado cerca de 100.000 millones de dólares. “La fijación del precio del carbono puede ser una forma eficaz de incorporar los costos del cambio climático en la toma de decisiones económicas, incentivando así la acción climática” ha declarado Jennifer Sara, Directora Global de Cambio Climático del Banco Mundial.

No todos los créditos de carbono son iguales

El principio de adicionalidad es un factor relevante a la hora de determinar el valor del crédito de carbono. Este factor quedó recogido en el informe de Gold Standard introducido por el Acuerdo de París. El principio de adicionalidad hace referencia a que el valor del crédito aumenta cuando la inversión que se hace en esa actividad de compensación no sería posible sin ese apoyo.

Un ejemplo lo encontramos en las energías renovables, cuyos créditos de carbono tienen un valor bajo. Generar energía solar o eólica resulta más rentable que mediante gas o combustibles fósiles, por lo que el desarrollo de esta tecnología no va ligado necesariamente al procesado del carbono, sino a la rentabilidad energética. No sucede lo mismo con la protección de los bosques o selvas, donde esta inversión sí es determinante y, por ello, sus créditos tienen mayor valor de mercado.

Los bosques son un sumidero natural para el CO2

En los últimos años han proliferado empresas que capturan el CO2 de la atmósfera, lo almacenan y lo procesan para enterrarlo e impulsar la regeneración de la masa arbórea en otro lugar del planeta o bajo el lecho marino. Es lo que se conoce como ‘Secuestro de carbono’ o exportación transfronteriza de carbono.

Sin embargo, es mucho más sencillo y eficiente procesarlo de forma natural dejando que los árboles y plantas capturen ese CO2 y lo eliminen mediante la fotosíntesis. Por ello, son los más valorados para la emisión de créditos de carbono y son los que más beneficios aporta al territorio que los emite porque protegen la masa forestal. Según datos de la ONU, un solo árbol puede secuestrar hasta 150 kilogramos de dióxido de carbono al año. Se estima que los bosques del mundo almacenan unas 296 gigatoneladas de carbono en biomasa tanto superficial como subterránea.

La oportunidad para los países en vías de desarrollo

La emisión de estos créditos de carbono supone una oportunidad para los países que no cuentan con un gran potencial industrial, pero sí muchos recursos forestales. Estos créditos pueden ser una nueva vía de inversión extranjera que, a diferencia de la minería u otro tipo de inversión extractiva, su valor reside en la conservación de los espacios naturales y su expansión.

De ese modo, cuanta mayor sea la superficie forestal, mayor capacidad de importar emisiones de CO2 procesado y mayor inversión extranjera en forma de créditos de carbono.

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