La crianza sustentable gana adeptos

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La misma secuencia de sonidos interrumpe el silencio reinante de los domingos por la mañana en la casa de Mariel Klosewicz: unos pasos presurosos que van hacia el jardín. El chirrido de una canilla al abrirse. Una regadera que se llena de agua. Son los que produce Lorenzo, su hijo de 7 años, que se despierta para regar los tomates y las lechugas que cultivaron en la huerta familiar. “Le apasiona acompañarme en las tareas de jardinería y compostaje. A los dos años ya separaba la basura”, cuenta su madre, de 38, que adopta hábitos respetuosos con el medio ambiente en la crianza de sus hijos.

En tiempos donde el activismo ecológico gana espacio en las agendas, son cada vez más los padres que se pliegan al nuevo paradigma verde. La paternidad sustentable ya es un fenómeno a nivel mundial y la Argentina no es la excepción.

De hecho, los consejos eco de madres influencers, como @mamasustentable, con más de 12.000 seguidores, desbordan en las redes sociales. Por ejemplo, sugieren usar pañales de tela para reducir los desechos y también ahorrar o porteos ergonómicos –esos bolsos tejidos donde se carga a los bebés en el pecho–.

“¿Qué planeta le voy a dejar a mis hijos?” Esa fue la pregunta que motivó a Mercedes Monserrat, alias @mamasustentable, a incursionar en el mundo de la sustentabilidad. Un dato alarmante la hizo dar el primer paso: un pañal tarda 500 años en degradarse y un bebé usa unos 6000 durante los primeros tres años de vida. “Eso fue en 2013 tras ponerme a investigar en Internet sobre hábitos sustentables en la paternidad. Me quedé boquiabierta y supe de inmediato que optaría por los pañales de tela, que en aquel entonces solo resonaban en alguna reunión familiar. Hacía rato que ya no se usaban, por eso me los tuve que comprar afuera. Comencé a modo de prueba, mechando con los descartables y a los pocos meses, me aboqué por completo a los ecológicos”, explica Mercedes, de 34 años, madre de Hilario de 2 años.

Según la psiquiatra infanto juvenil Nora Leal Marchena, no solo es importante pensar qué planeta le vamos a dejar a nuestros hijos, sino también qué clase de personas le vamos a dejar a nuestro planeta. “Como padres, tenemos que enseñarles a los chicos a vivir de una forma placentera con su entorno sin que tengan que destruirlo. Se disfruta más de las cosas cuando se las comparte y se las valora. Somos parte de este medio ambiente por eso debemos preocuparnos por tener una relación sincrónica”.

Los pañales y apósitos descartables comprenden el 4% de las 6000 toneladas de residuos que se generan en la ciudad por día, según un Estudio de Calidad de los Residuos Sólidos Urbanos de la ciudad, hecho en 2015 por el Instituto de Ingeniería Sanitaria y Ambiental, la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires y la Coordinación Ecológica Metropolitana (Ceamse).

Para sus adeptos, además de ser beneficioso para el medio ambiente, el uso de pañales de tela permite reducir sus consumos. Según explica Monserrat, a lo largo de los primeros tres años del bebé, el tiempo promedio de uso de pañales, los padres gastan alrededor de $112.000 en los descartables (5540 unidades). En cambio, los que optan por los de telas comprarán alrededor de 25 unidades, que cuestan entre $600 y $2400 cada uno, a un costo total de $19.000. Y ademas, podrán revenderlos.”Con estos números, queda desterrado un preconcepto que circula alrededor de este tema: la paternidad eco sólo es factible para quienes tienen dinero”, agrega.

Sin embargo, para Johana Kunin, doctora en antropología social de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Francia (Ehess) y de la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), el fenómeno de crianza sustentable es una práctica de un nivel socioeconómico intermedio y alto. “Por ejemplo, la recirculación de productos, no es un hábito nuevo ni exclusivo de este sector. La diferencia es que para este público, el no consumir es una elección”, indica.

Es mediodía y Renata, de cuatro años, descubre las lombrices que crecen en el compostaje de su patio. Se sonríe. En unas horas realizará una de su tareas favoritas: rellenar la huerta con la tierra abonada. Cualquiera que la vea no notaría que el vestido celeste que lleva puesto es uno de las tantas prendas que su madre intercambió en una de las ferias americanas que se organizan en el jardín maternal.

“Nos resulta útil soltar y tomar lo que cada una necesita. A veces voy a las reconocidas gratiferias donde se consiguen productos de forma gratuita e integro grupos de Facebook de paternidad sustentable donde intercambiamos tips y recirculamos juguetes, libros y ropa entre otros productos”, dice Klosewicz, que a su vez, lava la ropa con un jabón ecológico artesanal y usa solo los productos domésticos biodegradables comercializados en su negocio ecológico Pandora Botica.

Como ella, son muchos los padres que encuentran en las redes sociales un espacio de intercambio para transitar este camino. “Me encantaría pero no tengo tiempo”; “No sé por dónde empezar”; “Cuesta mucho dinero llevar una vida sustentable”. Estos son otros de los prejuicios que aparecen, según dice Mariel, respecto a este tipo de prácticas. “Yo recomiendo comenzar por lo que a cada uno más les resuene y por cambios que puedan sostenerse a largo plazo. A cada uno le puede llevar el tiempo y el dinero que quiera. Lo importante es la intención”.

Un punto clave en la crianza ecológica: reducir el consumo

Para la especialista en temas ambientales Ximena Tobi, lo principal es poder transmitirles a los hijos valores de responsabilidad y cuidado que puedan ser aplicables tanto a corto como a largo plazo. “La crianza ecológica no implica necesariamente consumir otros productos, que pueden llegar a ser más caros, sino, reducir el consumo. Los padres deben tener criterio para elegir lo qué es realmente necesario. Además de procurar privilegiar productos duraderos que no generen tanto residuo, como los paquetes de galletitas, las pilas y los pañales descartables, es importante que puedan enseñarle a sus hijos a valorar y cuidar de lo que ya tienen”, dice la experta, que a su vez, administra el portal web Semiótica Studio, desde el cual investiga estos temas.

Un chaleco de lana y una salida de baño en el armario. Cuatro pañales de tela. Dos libros infantiles. Una alfombra de goma y unas pocas prendas recuperadas. Eso es todo lo que hay en la habitación de Lorenza, de 16 meses. “Mi camino de compromiso con el medio ambiente se intensificó a partir del embarazo. Una de las principales cambios de hábito fue reducir a lo indispensable nuestros consumos cotidianos”, dice Marianella Veranucci, de 39 años.

Sabrina Critzman se abrumaba cada vez que se encontraba con la cantidad de bolsas de basura que reposaban en su vereda antes de que pasara el camión a recolectarlas. A partir de eso, decidió revisar algunas prácticas. Ahora, los pañales de tela cuelgan en el tendedero de su balcón y un espacio de compostaje guarda un lugar preferencial en su departamento. Una botella que se llena de plásticos para luego ser llevada al centro de reciclaje de “Botellas de amor” nunca falta en su cocina.

“A partir de estos cambios de hábitos redujimos la basura a la mitad. Como familia, pensamos que sería un impedimento, pero fue todo lo contrario. Lo importante es ser consciente de nuestra responsabilidad como consumidores y tratar de hacer lo que uno puede de forma placentera”, dice esta madre, médica pediatra y puericultora.

En una cultura donde los mandatos sobre la paternidad pisan cada vez más fuerte, Kunin señala que el compromiso medioambiental debe ser de tipo colectivo. “La diferencia es que para este público, el no consumir es una elección. Hoy no solo hay una exigencia social de dedicarle a los niños el mayor tiempo y energía posibles, sino que además se les pide a los padres que lo hagan de una forma verde, cuando en realidad el principal impulsor de iniciativas sustentables debe ser el Estado”.

Sopla una brisa estival entre las calles de Villa Pueyrredón. Klosewicz baja la vista al piso cuando una botella de plástico le toca los zapatos. Lorenzo le indica el tacho de basura que se levanta a unos pocos metros. La mira y con el ceño fruncido le pregunta: “¿Mamá, por qué los humanos generamos tanta basura?”.

Fuente: La Nación

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