“Todo innovador no es celoso de lo que sabe”. Este parece ser el mantra de Germán Nagahama Schell, el argentino que acaba de ganar la medalla de oro de la Exposición Internacional de Invenciones de Ginebra en la categoría de Seguridad por un nuevo sistema de emergencia que usa lámparas de agua.
El inventor de 45 años, dueño con su esposa de dos casas de electrónica —una en el barrio de Wilde, donde viven— tomó un rumbo insospechado cuando se animó a experimentar con la electrónica, la física y la electroquímica.
Se le ocurrió reformular el invento de la celda galvánica o pila de Volta, llamadas así en honor a dos científicos, Luigi Galvani y Alessandro Volta, pero cambiando sus componentes para generar electricidad a partir del uso de agua (dulce o salada). “Mi idea fue un desarrollo para aprovechar una celda que no contenga ningún elemento contaminante”, explica el inventor.
La energía producida para generar electricidad se origina de un proceso químico: la electrólisis. Funciona porque existen tres elementos fundamentales para producirla: un electrodo con carga positiva, llamado ánodo; otro electrodo con carga negativa, llamado cátodo; y un conductor, en este caso: el agua.
Pero el agua, por sí misma, no es una gran conductora de electricidad y generalmente necesita de una nueva sustancia que estimule la circulación de la electricidad: un electrolito. Los electrolitos pueden ser ácidos, bases o sales.
“Los primeros experimentos de la historia empezaron con ácido porque tiene una gran capacidad oxidante, mi desarrollo se basó en ir mejorando esa cantidad y generar energía sin necesitar elementos más que el agua en sí, que no tenga que tener ninguna característica adicional”, explica.
Elaboró un segundo prototipo, pero encerraba otro problema por resolver: “Tenía que aislar el interruptor del sistema electrónico, tuve que rediseñarlo”. El inventor quería asegurarse de que el agua no entraría en contacto con el interruptor.
A la par de esto, Germán ya se había puesto en contacto con el Foro Argentino de Inventores y, en 2018, participó en la muestra Innovar con su invento. En ese momento, con una lámpara algo más alta, cerrada, que ya estimaba que contaba con una autonomía de 40 horas.
La lámpara que le valió la medalla y que espera que funcione como un sistema de emergencias para zonas de difícil acceso, mide 10 centímetros de alto y, en cada extremo, se cierra con circunferencias de 12 centímetros que contienen seis luces led y se desenroscan para “cargar” con agua las celdas. Ese modelo tiene autonomía por 15 horas y la celda se degrada menos si se mantiene húmeda solo mientras se usa.
“Ganar el premio, la verdad que fue una gratísima sorpresa, mi idea es que llegue a lugares de acceso difícil, a personas que no cuentan con suministro eléctrico, que tienen que iluminarse con lámparas de gas, quiero que llegue al bosque chaqueño. Además, no estás trabajando con una pila que deja residuos contaminantes, el óxido de magnesio que compone la celda incluso se usa como fertilizante“, concluye el inventor.
No es científico, ni ingeniero, pero sí se califica como un gran “entusiasta de la electrónica y la computación”. “Soy una persona muy curiosa, armé mi primera computadora solo con mis manos, sin mucha información, en la época preinternet”