Taiwán cerró su último reactor nuclear activo tras 40 años de funcionamiento, marcando un hito en su política energética. La planta de Maanshan, en el sur del país, fue desconectada días atrás, poniendo fin a la producción eléctrica nuclear en la isla.
El cierre responde a décadas de presión por parte de organizaciones ambientalistas, que impulsaron una transición energética sin fisión nuclear. Sin embargo, el abandono de esta fuente no implica una victoria ecológica total.
La gestión de residuos nucleares continúa siendo un problema pendiente. Las barras de combustible gastado serán retiradas del reactor en los próximos días, pero aún no hay un depósito definitivo para almacenarlas de forma segura.
El desmantelamiento de Maanshan se suma al de las centrales de Chinshan y Kuosheng, cerradas entre 2018 y 2023. Aunque ya no generan energía, su legado radiactivo seguirá requiriendo vigilancia por décadas.

Un futuro sin átomos, pero aún con carbono
El cierre del reactor se produce en un momento en que Taiwán depende en gran medida de combustibles fósiles. Se estima que en 2025, el 84% de su matriz energética provendrá del gas y el carbón.
Esto pone en entredicho su compromiso con la descarbonización, especialmente ante el rezago en el desarrollo de energías renovables. El impulso verde no ha logrado reemplazar aún la capacidad perdida con el cierre de las plantas nucleares.
La energía nuclear llegó a representar el 16% del suministro eléctrico antes de 2015. Su eliminación ha reducido ese aporte al 3%, dejando un vacío que será difícil de cubrir sin emisiones contaminantes.
Expertos estiman que, para compensar el apagón nuclear, Taiwán tendrá que aumentar sus importaciones de gas natural licuado. Esto supondría un gasto adicional de 2.000 millones de dólares al año hasta 2030.
El debate energético sigue abierto
Aunque el reactor ya fue apagado, persisten voces críticas que reclaman reconsiderar el cierre. La oposición política en Taiwán impulsa un referéndum para extender la vida útil de las plantas nucleares.
Entre los argumentos destaca el posible aumento en el costo de la electricidad y el impacto ambiental del mayor uso de fósiles. Sin embargo, la decisión ya marca un cambio de rumbo profundo en la historia energética del país.
El desafío de Taiwán será ahora acelerar la adopción de energías renovables y resolver con urgencia el manejo de residuos nucleares. Solo así podrá sostener una transición ecológica que aún está lejos de completarse.

El uso de reactores nucleares en Taiwán
Durante más de cuatro décadas, Taiwán apostó por la energía nuclear como parte de su matriz energética. En su punto más alto, esta fuente representó más del 16 % de la electricidad generada en la isla, con cuatro reactores activos distribuidos en tres centrales nucleares. Esta opción fue vista durante años como una forma eficiente de cubrir la demanda energética y reducir la dependencia de combustibles fósiles.
Sin embargo, la preocupación ambiental y los riesgos asociados al uso de energía atómica impulsaron un cambio de rumbo. A partir de 2018, Taiwán comenzó el cierre progresivo de sus reactores, culminando en 2025 con el apagado del último en funcionamiento, ubicado en la planta de Maanshan. Esta decisión marcó el fin de una era, convirtiendo a la isla en territorio libre de energía nuclear.
A pesar de su retiro, los reactores nucleares dejaron un legado de desechos radiactivos que aún debe ser gestionado con responsabilidad. Las autoridades enfrentan el desafío de encontrar sitios adecuados para su almacenamiento definitivo y garantizar su seguridad a largo plazo, mientras se impulsa la transición hacia energías renovables.