Los ‘oasis de niebla’ en el desierto de Atacama, la nueva apuesta de Chile contra la sequía

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El desierto de Atacama, no solo es el más árido del planeta, sino que debido al cambio climático está extendiéndose hacia el sur de Chile. Su frontera natural es el norte de la región de Coquimbo, pero la sequía más severa en la historia del país amenaza con convertirla en una zona desértica.

En este complejo panorama y aunque pocos conocen este hecho, en la zona se aplica el sistema de atrapanieblas, que es un proceso mediante el cual se extrae agua de este fenómeno meteorológico gracias a un procedimiento de condensación y recolección.

Cosechando niebla

Pocos lugares en el planeta son más hostiles para la vida que el desierto de Atacama. Como si de dos grandes murallas se tratasen, los Andes y una cordillera junto al océano Pacífico encajonan al desierto y le ‘roban’ las nubes. Hasta el punto de que en muchas áreas de Atacama no cae ni una gota de lluvia durante siglos.

No obstante, un científico chileno inventó un método para drenar esas nubes atrapadas por las montañas y que no llegan al desierto. Este desarrollo pasó a la historia con el nombre de ‘atrapanieblas’. En Marruecos, España o Nepal también se utilizan dispositivos similares. Un refugio marciano en el norte de Chile acoge la investigación más avanzada para cosechar las nubes. La Estación Atacama UC es el lugar donde se descifra la niebla.

El reto de atrapar la niebla

Hace 60 años, el científico chileno Carlos Espinosa creó el primer modelo de captador de niebla para combatir la escasez de agua de la ciudad de Antofagasta. Ese primer atrapanieblas abrió una nueva línea de investigación para comprender y aprovechar dicha bruma.

La tecnología demostró su eficacia en 1987 en la comunidad de Tofo-Chungungo, donde un proyecto de 100 atrapanieblas abasteció a más de 90 hogares durante diez años.

Su funcionamiento es sencillo. La malla del atrapanieblas intercepta la nube y captura las gotitas de agua que son empujadas por el viento. El agua decanta por gravedad y se almacena en un depósito. Para que el sistema funcione, solo se necesita niebla y viento.

“Nosotros hemos mantenido el atrapanieblas sencillo, con cierta dosis de tecnología en la configuración de la malla y la canaleta. Está hecho de materiales disponibles en cualquier parte del mundo y la malla es fácil de enviar”, explica Pablo Osses a SINC, profesor del Instituto de Geografía de la Universidad Católica y director de la Estación Atacama UC.

Un oasis para la ciencia

En este sector del norte de Chile, a una hora de la ciudad de Iquique, la Cordillera de la Costa se podría entender como un brutal acantilado que asoma el continente a la playa. Encaramada en sus más de 800 metros de desnivel se ubica la Estación Atacama UC.

Desde 1997, en esta infraestructura adscrita al Centro UC Desierto de Atacama y a la Pontificia Universidad Católica de Chile se estudia el oasis de niebla que se genera cada mañana cuando las nubes estratocúmulo que provienen del Pacífico colisionan con el cerro. Con tan solo ocho metros de largo, su atrapanieblas puede llegar a producir unos 1,000 litros de agua diarios.

“Aquí abordamos la niebla desde diferentes perspectivas: imagen satelital, modelización de la niebla, ecosistemas asociados, ingeniería de la corrosión, energía solar, arquitectura de lugares extremos, agricultura con agua de niebla… La cantidad de disciplinas que convergen en este lugar se ha ido expandiendo”, señala Osses.

Este tipo particular de niebla es común a lo largo de más de 2,500 km de la costa centro-norte de Chile. Y gracias a la existencia de la Cordillera de la Costa, además es cosechable.

“Uno de los grandes problemas que hemos tenido con los atrapanieblas en Chile es que, antes de instalarlos, hay que saber dónde hacerlo. Si se colocan en un lugar erróneo vamos a tener malos resultados y parecerá que la tecnología no sirve”, explica Felipe Lobos Roco, profesor de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Para solucionar este problema, el Centro UC Desierto de Atacama ha liderado la creación de un Mapa del Agua de Niebla. Se basa en el modelo AMARU –serpiente de agua en quechua– impulsado por el profesor Lobos y que utiliza datos de las 25 estaciones de la Red de Monitoreo de Agua de Niebla de Chile.

“El mapa estará disponible a finales de mayo en una web interactiva para consultores, tomadores de decisiones y usuarios del agua. Muestra los lugares y momentos del año en que se puede recolectar agua de niebla en la costa de Chile, permitiendo hacer evaluaciones de factibilidad de esta agua para futuros proyectos de recolección”, explica a SINC Lobos, primer autor del modelo.

Niebla para ciudades más sostenibles

Otra de las investigadoras asociadas a la Red de Monitoreo de Agua de Niebla, la profesora Virginia Carter de la Universidad Mayor, estudia el potencial de recolección en la ciudad de Alto Hospicio.

“Nuestra próxima publicación muestra la primera evaluación del potencial hídrico de la niebla en una ciudad. Esta agua tiene el potencial de servir como fuente alternativa para la población sin acceso al agua potable y debe ser reconocida dentro de las políticas hídricas de Chile”, señala Carter.

La experta ha sido reconocida recientemente con un fondo NatGeo Explorers para estudiar el papel de la niebla en la conservación de los ecosistemas y como recurso hídrico complementario en zonas de escasez de agua. En este proyecto, participan también Camilo del Río, director del Centro UC Desierto de Atacama, y Felipe Lobos.

La cosecha del agua de niebla no es una solución moderna. La geógrafa Pilar Cereceda recordó en el monográfico Agua de Niebla que en las Islas Canarias ya se utilizó el árbol garoe para recolectarla en el siglo XVI, y que en Omán todavía se hacía lo propio con olivos en 1990.

Entre los acantilados del Alto Patache aún se encuentran vestigios de la cultura prehispánica de los changos, presuntos bebedores de agua de niebla. Numerosos fragmentos de antiguas cerámicas y conchas recuerdan que estos cazadores-recolectores de guanacos utilizaban el roquerío –y posiblemente el cuero de sus presas– para decantar la niebla y saciar su sed, según investigó el arqueólogo Horacio Larraín. No debe ser casualidad que, en el mismo sitio, la ciencia trate de descifrar la niebla para dar de beber al mundo.

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