Antes de que las calles se convirtiesen en un hervidero de paseantes y turistas al llegar el verano, el Ayuntamiento de Barcelona empapeló la ciudad con carteles que recuerdan que el silencio es un bien tan necesario como escaso.
Frases como ‘En silencio compartimos Barcelona’ o ‘Aquí nos gusta soñar por la noche’ piden a los ciudadanos que colaboren a reducir la contaminación acústica de la ciudad, más allá de la que provocan los coches. Y es que más allá del civismo o de la pretensión de convivencia, se trata de una cuestión de salud.
En la última conferencia de la World Health Organization Ministerial celebrada en junio se confirmó que la contaminación acústica (más de 65 decibelios) es la segunda amenaza a la salud pública después de la polución.
Un resultado que se ha relacionado directamente con algunas enfermedades que sufren cada vez más y más personas. Porque el exceso de ruido puede tener graves repercusiones a corto y a largo plazo en el bienestar de las personas.
Cláxones pitando, gente gritando, música sonando a todo trapo o un simple murmullo colectivo que impide tener una conversación de tú a tú, son situaciones cotidianas que, sin embargo, poco a poco desgastan el bienestar vital. Y la primera y más común manifestación es la ansiedad, según la Organización Mundial de la Salud. Los niveles que se aprecian en la población adulta son cada vez más altos y el exceso de ruido es uno de los causantes.
Pero la cosa no acaba ahí. El agobio lleva a trastornos de sueño y a casos de depresión, lo que a largo plazo puede derivar en enfermedades cardiovasculares o en obesidad. Por ejemplo, según un estudio de la OMS, solo en Alemania la contaminación acústica causa 1.269 ataques al corazón al año.