Bosques tropicales: cada día es más urgente su conservación

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El planeta sigue perdiendo bosques tropicales a un ritmo acelerado. De acuerdo con datos publicados por Global Forest Watch, en el 2020 se perdieron 12.2 millones de hectáreas de estos ecosistemas. De esas hectáreas, 4.2 millones, una superficie del tamaño de los Países Bajos, pertenecían a bosques primarios tropicales húmedos, los cuales son especialmente importantes para el almacenamiento de carbono y la preservación de la biodiversidad.

La pérdida de bosque primario fue un 12 % mayor que la de 2019, y 2020 fue el segundo año consecutivo en que esa pérdida empeoró en los trópicos. Además, las emisiones de carbono producto de esa deforestación representaron 2,64 gigatoneladas (GT) de CO2, lo que equivale a las emisiones anuales de 570 millones de carros.

Cinco de los 10 países que más cobertura arbórea primaria perdieron se encuentran en Latinoamérica: Brasil (en el puesto 1), Bolivia (3), Perú (5), Colombia (6) y México (10).

“Los seres humanos hemos olvidado algunas nociones fundamentales respecto a cómo funciona el planeta en el que vivimos y una de esas ideas es que existen límites y si los excedes, pierdes la vida. Lo otro que no hemos terminado de entender es que existen procesos irreversibles y que no se pueden echar para atrás. Por ejemplo, no importa cuánta tecnología le metas a un bosque de 500 años, no puedes reponer esos árboles, solo puedes hacer una restauración aproximada”, comenta Ernesto Ráez, ecólogo y director ejecutivo de la organización Instituto del Bien Común en Perú.

Atención urgente a la degradación

La mayor parte de la cobertura boscosa perdida durante 2020, en cuatro de los cinco países más afectados en Latinoamérica, corresponde a bosques amazónicos. La Red Amazónica de Información Socioambiental Georreferenciada (RAISG) destaca algunas de las principales causas en su informe Amazonía Bajo Fuego, donde indica que “más de la mitad de las unidades de análisis en la Amazonía (65,8 %) se encuentran sometidas a algún tipo de presión instalada o en curso: sean actividades extractivas como la explotación de petróleo y minerales, el desarrollo de infraestructura vial, la actividad agropecuaria o la presencia de hidroeléctricas”.

Para Ráez, un flagelo que ha caído sobre casi todos los países de Latinoamérica es el de la minería aurífera aluvial e ilegal. Según dice, en algunos lugares se ha convertido en la principal causa de deforestación, como en el caso de la Amazonía suroriental peruana, en Madre de Dios, donde se concentran bosques de altísima biodiversidad que se están perdiendo y donde no solo se está afectando la cobertura vegetal sino que se contamina el agua y se movilizan mercurio y otros metales que avanzan en la cadena trófica y llegan al ser humano.

Detrás del creciente fenómeno de deforestación en América Latina hay otro problema que no suele tener el mismo protagonismo pero que cada vez preocupa más a los expertos: la degradación.

Este es un problema generalizado pero que es muy difícil de monitorear, a menos que los investigadores estén realizando trabajo en campo. “Por encima ves cobertura boscosa pero debajo nuestros bosques están cambiando, con consecuencias que aún no están bien medidas pero que, sin duda, tienen impactos en la biodiversidad y los servicios ecosistémicos”, comenta Carmen Josse, directora de la Fundación Ecociencia en Ecuador.

Algunos de los principales motores de la degradación suelen ser la tala ilegal selectiva, la minería ilegal e incluso el tráfico de fauna silvestre. “Suponemos, erróneamente, que si vemos árboles desde un satélite entonces el bosque está en pie y no tiene problema, pero ocurren muchas cosas por debajo. La degradación más importante ocurre justamente en las fronteras agrarias de deforestación: el bosque que queda enfrentado al nuevo desbroce es el que más rápidamente empieza a degradarse, a secarse y es más propenso al fuego”, asegura Ernesto Ráez y agrega que los bosques no son solamente árboles y definirlos así es un error en el que caen, incluso, algunos organismos internacionales.

Para Miguel Pacheco, coordinador de Recursos Naturales y Medios de Vida de WWF Colombia, la degradación va en aumento día a día pero no se hace tan evidente. Según dice, un bosque tiene funciones ecológicas como la captura de carbono, la evapotranspiración, la provisión de alimentos, además de ser corredores para muchas especies. Cuando un bosque es degradado esas funciones ecológicas se pierden, “es como un reloj, si le quitas una pieza ya no da la hora real, aunque el resto de sus partes sigan funcionando”.

Para Pacheco, es importante que haya un mayor acercamiento de los gobiernos nacionales hacia los locales para aplicar adecuadamente las políticas ambientales y seguir fortaleciendo las capacidades, no solo de las comunidades que viven del bosque, sino de las industrias que se abastecen de materias primas. “También se necesita generar condiciones para que las alternativas económicas que generan menor impacto a los bosques sean una realidad y no solo se queden en el papel o en un pequeño proyecto piloto”, comenta.

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