Cambio climático: ¿futura pandemia global?

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En el mundo de la información, esta paradoja deriva en que, a medida que disponemos de medios más eficientes para transmitir información, como el correo electrónico o Twitter, no pasamos menos tiempo transmitiendo información, sino al contrario.

Otro ejemplo de esta paradoja lo encontramos en el sector energético: a medida que somos más eficientes, el número de personas abastecidas energéticamente aumenta, pero esto puede resultar en un incremento del consumo total de energía.

En resumidas cuentas, aunque parezca que ciertas acciones nos acercan a un objetivo en concreto, en realidad nos están alejando de este. Esta paradoja nos ayuda a comprender la relación entre la crisis del coronavirus y la crisis climática.

Durante los últimos días, múltiples medios de comunicación han destacado los efectos positivos sobre la naturaleza del actual confinamiento, como la reducción de emisiones de contaminantes o la presencia de animales en nuestras calles. Sin embargo, los expertos advierten de que no se trata más que de un espejismo.

La creciente pureza del aire no significa que se le esté poniendo freno al calentamiento global, ya que mientras que la polución del aire tiene una vida muy corta (en cuanto la gente deja de conducir, las emisiones bajan), los gases de efecto invernadero tienen una vida más larga. De hecho, en la atmósfera hay acumuladas grandes cantidades de dióxido de carbono desde la Revolución Industrial de mediados del siglo XVIII.

Las crisis, por tanto, no son sinónimo de sostenibilidad medioambiental. Un ejemplo claro es la Gran Recesión de 2008: por aquel entonces, se apreció una reducción mundial del 1% en las emisiones de dióxido de carbono. Estas, sin embargo, se recuperaron al año siguiente y su crecimiento durante los dos próximos años fue excepcionalmente alto.

¿Se podría utilizar la pandemia actual como palanca de cambio para transformar nuestra sociedad en un sistema medioambientalmente sostenible? La incertidumbre es máxima y hay opiniones para todos los gustos; sin embargo, no debemos olvidar que la base de nuestra sociedad seguirá siendo la misma: total y absoluta dependencia en el crecimiento económico y una falta de conciencia medioambiental alarmante.

De hecho, la necesaria reactivación económica a través de paquetes de estímulo y distintas medidas durante los próximos meses podrían causar la denominada polución vengativa: inversiones en carbón, petróleo y las mismas industrias pesadas que en las pasadas décadas dieron tanto éxito económico a costa del medio ambiente.

Además, la gran caída del precio del petróleo en los últimos meses – hasta niveles que no se veían desde 1991 en plena Guerra del Golfo – hacen del crudo un elemento muy atractivo para impulsar la economía post-coronavirus. El problema, claro está, son los archiconocidos efectos negativos que este tiene en el clima y medio ambiente – y, por ende, en nuestra economía.

En este momento, surge la siguiente pregunta: ¿por qué algunas crisis, como la del coronavirus, se abordan de manera instantánea, eficaz y conjunta, mientras que otras, como la crisis climática, cuestan más asimilarlas y tomar medidas al respecto? Una posible respuesta se basa en que la sociedad percibe la crisis del coronavirus como un problema muy cercano y de urgencia extrema – su impacto se puede ver y palpar –, donde los cambios de comportamiento que están teniendo las personas tienen efectos positivos inmediatos, y los sacrificios asociados al confinamiento serán simplemente temporales.

Además, la colaboración internacional, aunque muy importante, no es condición sine qua non para tomar medidas a nivel nacional.

Con la crisis climática, en cambio, ocurre lo contrario: todo parece muy complejo y lejano, los cambios de comportamiento personales puede que no tengan un efecto positivo inmediato – ya que los resultados positivos se verán a medio y largo plazo –, los sacrificios de las personas no serían temporales, y se requerirá de transformaciones importantes en nuestro estilo de vida.

Por último, la colaboración internacional – junto con la complejidad y dificultad que ello conlleva – se hace indispensable para abordar el reto climático.

La crisis del coronavirus es la prioridad global número uno y el compromiso adquirido por la sociedad está siendo encomiable. Al mismo tiempo, el cambio climático, según el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, pone en riesgo la vida de centenas de miles de personas cada año.

Precisamente ahora, los gobiernos están recibiendo críticas por no haber actuado a tiempo ante la pandemia del coronavirus. ¿No sería conveniente evitar tropezar con la misma piedra y anticiparnos a las consecuencias de una nueva crisis? Por ello, nuestro reto debe ser trasladar al desafío del cambio climático un sentido de urgencia parecido al de la pandemia actual. Y, todo esto, mientras nos recuperamos económica, social y psicológicamente de una crisis sin precedentes.

Que no es poco.

Autor: Julen González Redín Doctor en Desarrollo Sostenible y Medio Ambiente

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