En el fondo de los océanos existen corrientes marinas que se originan a partir de distintos fenómenos naturales, como pueden ser las avalanchas submarinas. Estas generan flujos de agua que alcanzan una velocidad de hasta 50 kilómetros por hora, arrastrando partículas de carbono y otros nutrientes que se depositan en las profundidades de los ecosistemas marinos.
A partir del seguimiento de estas corrientes, un equipo de investigadores conformado por especialistas argentinos y estadounidenses comprobó que las mismas juegan un rol clave en el ciclo geoquímico global y en el ecosistema del suelo oceánico.
En el trabajo publicado en la revista Nature Communications, los científicos del Instituto Balseiro destacaron la relación entre el flujo del agua y la formación de depósitos de materia orgánica.
A través de una simulación de alta complejidad, los expertos dividieron la estructura de las corrientes en tres capas: una inferior, turbulenta y cargada de material; una intermedia, responsable de aclarar esa turbulencia; y una superior, que permite que el mismo flujo recorra cientos de kilómetros.
Estas corrientes viajan por las pendientes del fondo marino hasta que, finalmente, se detienen, depositando todo el sedimento que transportan. Además, son un mecanismo de erosión, con lo cual contribuyen a formar nuevos escenarios marinos, como canales y cañones submarinos.
“Usualmente asociamos la turbulencia al desorden y a la mezcla: Revolvemos una taza de café para mezclar más rápido la leche, o disolver más rápido el azúcar. O notamos que el avión se sacude al atravesar una región turbulenta. Pero la turbulencia también puede generar orden, y esta ambivalencia entre el orden y el desorden la vuelve un problema muy difícil de estudiar, pero al mismo tiempo que tiene aplicaciones importantes”, explicó Pablo Minnini, profesor del Departamento de Física de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA e investigador del Conicet.