Actualmente, las cantidades de CO2 superan con creces las que se produjeron naturalmente al final de la última glaciación hace 20,000 años. El dióxido de carbono o CO2 es un gas de efecto invernadero (GEI) que atrapa el calor del sol y ‘calienta’ la atmósfera.
Este GEI proviene de la extracción y quema de combustibles fósiles (como el carbón, el petróleo y el gas natural), de incendios forestales, entre otros, acelerando el calentamiento global del planeta.
Factores que influyen en las emisiones de CO2
Las emisiones de CO2 dependen de numerosos factores: la cantidad y el origen de la electricidad que utilizamos, el uso de vehículos tradicionales, el tipo de consumidores que somos, los alimentos, envases, ropa, tecnología que elegimos, la frecuencia con la que cambiamos de móvil y si reciclamos y reutilizamos cosas.
La producción de CO2 está íntimamente ligada a nuestras acciones diarias, por lo que cada persona tiene una huella de carbono personal que varía según su comportamiento y elecciones.
Las interrelaciones personales también influyen en la cantidad de CO2 liberado. Incluso si tomamos precauciones en nuestra vida personal, al visitar a personas que no reciclan, generamos residuos que aumentan indirectamente nuestra huella de carbono.
Cada acto tiene repercusión directa o indirecta sobre nuestra huella de carbono, ya sea en el trabajo, en el gimnasio, de vacaciones, al cine o de compras.
¿Qué podemos hacer para reducir nuestra huella de carbono?
La respuesta es SÍ, podemos hacer algo. Cada acto tiene sus repercusiones en cuanto a la emisión de CO2, y si somos conscientes de ello, podemos limitar nuestra participación. Optar por vehículos eléctricos, realizar trayectos imprescindibles, usar viajes colectivos, exigir que la huella de carbono de productos y servicios sea pública y presionar para emplear energías renovables y producir de forma sostenible son buenas ideas.
Dentro de casa, hay detalles que debemos corregir en nuestra rutina diaria para disminuir la cantidad de CO2 y ahorrar recursos y dinero.
Cuidar el agua, optar por la eficiencia energética, no desperdiciar alimentos, comprar lo necesario, reciclar desperdicios, reparar y reutilizar todo lo posible y donar lo que no necesitemos deberían ser costumbres diarias.
Además de contribuir personalmente a disminuir la cantidad de gas de efecto invernadero emitido, estaremos dando ejemplo a otros.
La suma de muchos esfuerzos y la presión pública fomentan y fuerzan la necesidad de cambios mayores. Solo la acción colectiva y masiva, motivada por la concienciación social, puede detener la vorágine autodestructiva en la que estamos inmersos.
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