Hace unos días se conoció que un iceberg gigante se desprendió de Antártida y se aleja rápidamente de la plataforma de hielo flotante. Pero ya tres años atrás habían sonado las primeras alarmas del cambio climático, cuando Reino Unido decidió por precaución desplazar su estación de investigación unos kilómetros, intuyendo el desenlace.
Los científicos desde entonces analizan de cerca la sección norte de la plataforma Brunt y las enormes grietas y abismos que se formaron en ella. Poco a poco, una de las mayores grietas comenzó a encadenarse a otra, hasta ensancharse rápidamente y finalmente liberarse del resto del hielo flotante.
Aunque todavía no tiene nombre, el iceberg ha sido denominado informalmente “A-74” (se nombran a partir del cuadrante antártico en el que fueron avistados originalmente, luego un número secuencial; si el iceberg se rompe, una letra secuencial).
Los icebergs son monitoreados por satélites que ofrecen vistas sin precedentes de los eventos que ocurren en regiones remotas como la Antártida y permiten conocer cómo responde la estructura de estos gigantes a los cambios en la dinámica del hielo, las temperaturas del aire y del océano.
¿Hacia dónde se dirige? Aún no existe una respuesta certera, pero durante las siguientes semanas o meses se dilucidará el rumbo y las posibilidades son tres: el iceberg podría ser arrastrado por la rápida corriente costera que fluye hacia el sudoeste, encallar o causar más daños al chocar contra la plataforma de hielo del lado sur.
