A12.000 kilómetros de distancia de España se encuentra uno de los entornos naturales más importantes para la biodiversidad mundial: la isla de Borneo.
En ella, especies como el mono narigudo (Nasalis larvatus), el oso malayo (Herarctos malayanus), varias especies de gibones (de la familia Hylobatidae) y los orangutanes (Pongo pygmaeus) están cada día más amenazadas por la avaricia maderera y del aceite de palma, que tala los árboles de bosque virgen para sustituirlos por plantaciones de palma aceitera que abarcan hasta donde la vista puede alcanzar.
La región del sur de Borneo, la que pertenece a Indonesia y que ocupa un 73% de la isla, llamada Kalimantan, ha visto en los últimos 20 años cómo desaparecían un total de 3,46 millones de hectáreas de cobertura forestal, el equivalente a la superficie de toda Cataluña, según datos de Global Forest Watch. Además, esta pérdida de superficie arbórea virgen ha provocado unas emisiones totales de CO2 a la atmósfera de 2,41 gigatoneladas, el equivalente a todas las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) anuales de India.
De hecho, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés), el ritmo de deforestación en toda Indonesia (potenciado especialmente por los bosques de Kalimantan) es de 1.8 millones de hectáreas cada año. Este ritmo, comentan desde la organización Profauna, “hace que indonesia reciba el vergonzoso título del Libro Guiness de los Récords de ser el país del mundo con el mayor ritmo de degradación forestal”.
Uno de los mayores problemas que suponen las selvas tropicales de Indonesia (las terceras más grandes del mundo) es que no crecen sobre tierra, sino sobre turba, Este material está compuesto por materia orgánica en un estado de semi-descomposición. Al unirse al agua adquiere una textura similar a la del barro. Esto la convierte, mientras se encuentra inalterada, en una ‘capturadora’ de carbono esencial para nuestra lucha contra el cambio climático. De hecho (dado que su profundidad puede llegar a alcanzar varios metros) a pesar de suponer solo un 5% de la superficie sólida del planeta, las turberas almacenan el 42% del carbono superficial de la Tierra, un total de 550 gigatoneladas.
Pero en el año 2015, unos meses antes de que las esperanzas medioambientales del ser humano aumentasen gracias al Acuerdo de París, se declararon un gran número de incendios forestales en las selvas de Borneo. ¿El resultado? 2,6 millones de hectáreas de bosques calcinados en unos pocos días. Esto supuso una seria crisis medioambiental para la salud tanto de los seres humanos como de la vida salvaje que habita la isla, además de que conllevó las condiciones perfectas para la expansión masiva de un sector que carecía de sostenibilidad: las masivas plantaciones de palma aceitera. Esta transición supuso tremendos problemas.
En primer lugar, cuando se sustituye el tipo de bosque, las turberas tienden a secarse. Esto tiene el terrible efecto secundario de que propicia que la descomposición se lleve a cabo, liberando tremendas cantidades de carbono a la atmósfera. De hecho, según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de las Naciones Unidas, el uso del suelo (lo que incluye la agricultura), la deforestación y la degradación de las turberas suponen un 25% del total de emisiones de GEI en la Tierra. Pero en Indonesia, este porcentaje alcanza el 50%.
De hecho, durante los incendios forestales de 2015 y tras la posterior descomposición de las turberas afectadas, las emisiones del país del sudeste asiático lo convirtieron en el 4º contribuyente al cambio climático ese año, solo por detrás de China, Estados Unidos e India. Como explica Stephanie Searle, directora del programa de combustibles del International Council on Clean Transportation, “la palma aceitera, mucho más que cualquier otro cultivo, tiende a expandirse a los bosques tropicales y a las turberas que retienen grandes cantidades de carbono”. Y continúa: “El impacto que esto tiene en el clima global es masivo”.
A día de hoy, en Indonesia (principalmente en el área de Kalimantan), la industria del aceite de palma ocupa un total de 6,8 millones de hectáreas (un tamaño aproximado a la superficie de toda Castilla-La Mancha). Gracias a esto, el país produce un total de 43 millones de toneladas de este producto, el 58% de la producción mundial, que se exporta a lo largo y ancho del globo. Annisa Rahmawati, una activista de la organización Mighty Earth basada en Jakarta explica que “el aceite de palma es una de las principales causas mundiales de la deforestación. La escasa aplicación de la ley ha provocado una situación que perjudica tanto a nuestro medioambiente como a nuestros habitantes”.
La biodiversidad (de nuevo) en riesgo
Pero no todo es clima. La situación en Indonesia es mucho peor que una masiva contribución a las emisiones de GEI a la atmósfera. Las selvas tropicales de esta parte del sudeste asiático son hogar de algunas de las especies más amenazadas y a la vez icónicas del planeta. De entre todas ellas, destaca una en particular: el orangután.
Dentro de esta familia existen tres especies claramente diferenciadas, tanto por su aspecto como por su localización. En la isla de Sumatra se encuentran el orangután de Sumatra (Pongo abelli) y el Tapanuli (Pongo tapanuliensis), mientras que en Borneo se encuentra el orangután de Borneo (Pongo pygmaeus). Todas estas especies están clasificadas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como “especies en peligro crítico de extinción”. En total, se calcula que no quedan más de 70.000 individuos. Esto supone un descenso masivo de las poblaciones, dado que en la década de los años 30 del año pasado, según datos de The Project Ark Foundation, las cifras alcanzaban los 212.000 ejemplares.
Dentro de esta familia existen tres especies claramente diferenciadas, tanto por su aspecto como por su localización. En la isla de Sumatra se encuentran el orangután de Sumatra (Pongo abelli) y el Tapanuli (Pongo tapanuliensis), mientras que en Borneo se encuentra el orangután de Borneo (Pongo pygmaeus). Todas estas especies están clasificadas por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) como “especies en peligro crítico de extinción”. En total, se calcula que no quedan más de 70.000 individuos. Esto supone un descenso masivo de las poblaciones, dado que en la década de los años 30 del año pasado, según datos de The Project Ark Foundation, las cifras alcanzaban los 212.000 ejemplares.
Según la organización ambientalista WWF los factores que han propiciado este descenso radical de las poblaciones de orangután en el sudeste asiático son dos. En primer lugar, la caza y el tráfico ilegal, “que ocurre cuando los animales son cazados como alimento o como represalia cuando se desplazan a áreas agrícolas y destruyen los cultivos, lo que ocurre cuando los orangutanes no pueden encontrar la comida que necesitan en el bosque”. Según comentan desde la WWF, “las hembras son las que se cazan más a menudo, y, cuando tienen crías, estas son capturadas a modo de mascotas”. De hecho, se calcula que por cada orangután que llega a la isla de Taiwan, entre 3 y 5 otros ejemplares mueren en el proceso.
El segundo factor, explican desde WWF, es la deforestación y la consiguiente pérdida de su hábitat natural. “Su territorio está desapareciendo a golpe de motosierra para hacer espacio para las plantaciones de palma aceitera”.
La nueva capital de Indonesia: la última amenaza
El gobierno de este país asiático propuso en el año 2019 sustituir Yakarta, su actual capital, por otra urbe nueva, situada a 1.200 kilómetros de distancia en la isla de Borneo (en el área conocida como Kalimantan). Las razones de esta migración, explicaban desde el gobierno, son que la ciudad situada en la isla de Java se está hundiendo debido a la sobreexplotación de las aguas subterráneas y a haber sido levantada en un humedal. Eso, sumado a los continuos y masivos atascos de tráfico y a unos niveles de contaminación masivos han propiciado que, definitivamente, la ciudad migre hacia el norte con la creación de una nueva urbe llamada Nusantra, que en javanés significa ‘Archipiélago’.
Esta masiva obra de relocalización ha puesto en alerta a las organizaciones ambientalistas, pues podría suponer otra amenaza más para la biodiversidad de Kalimantan. El actual presidente, Joko Widodo, ha bautizado (extraoficialmente) a la nueva ciudad como la “Capital del Bosque”. Pero como explica Anton Nurcahyo, portavoz de la Borneo Orangutan Survival Foundation, “el traslado traerá a una gran cantidad de habitantes, pero también provocará cambios en el uso del suelo, necesarios para localizar los cientos de nuevos edificios, tanto de viviendas como empresas”. Y continúa: “Esto, inevitablemente, provocará grandes cambios en los hábitats adyacentes”.