La muerte de los últimos glaciares de España

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El Aneto es el mayor glaciar de España y se está muriendo. Los resultados, adelantados de un estudio, muestran que entre 2011 y 2020 el glaciar del ha perdido hasta 20 metros de espesor, como un edificio de siete plantas. En algunos puntos el hielo ha retrocedido más de medio kilómetro desde 1985.

Lo mismo que sucede en el Aneto está pasando en el resto de glaciares pirenaicos, los únicos que quedan en la Península Ibérica y los mayores del sur de Europa.

A este ritmo, todos los glaciares del Pirineo desaparecerán en 30 años.

Desde 2011 los glaciares pirenaicos han perdido 63 hectáreas de hielo y unos 19 millones de toneladas de agua. Es más o menos lo que cabe en un embalse pequeño.

En 1850 había 52 glaciares en los Pirineos. En 2020 solo quedan 19. Su desaparición, que se espera en apenas 30 años, no supondrá un desastre medioambiental, pues atesoran relativamente poca agua. Será el final de un ecosistema y el comienzo de otro, aunque las generaciones futuras no podrán visitar este paisaje único.

Un glaciar es un río de hielo que fluye durante todo el año montaña abajo. En 1880, el escritor Mark Twain calculó que si se sentaba en medio del glaciar Gorner, en los Alpes, podría llegar hasta la ciudad de Zermatt, en el valle. Eso sí: tardaría más de cinco siglos porque el hielo avanza unos pocos centímetros cada día. Este lento fluir es lo que más le define: una masa de hielo de alta montaña que no se mueve es un glaciar ya muerto.

Los únicos glaciares que quedan en España —los mayores del sur de Europa— están en los Pirineos y todos ellos están ya muertos o agonizando. En la época en que vivió Mark Twain había 52 glaciares en toda esta cadena montañosa que marca la frontera con Francia. En 2020 solo quedan 19 y es posible que alguno de estos haya también dejado de moverse, de vivir.

El pasado septiembre, un equipo de científicos del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC) y la Universidad del País Vasco fue a estudiar el glaciar más grande que queda en España: el del Aneto. Se trata de una larga lengua blanca de unos dos kilómetros de largo que conecta el macizo de la Maladeta con el del Aneto pasando por el pico Maldito, tres cumbres emblemáticas de esta cordillera. Los científicos han usado por primera vez un dron de un metro de envergadura que sobrevuela las crestas planeando como un buitre. Su único ojo es una cámara que hace cientos de fotografías que reconstruyen la montaña y el glaciar en toda su extensión.

“Las pérdidas de hielo que hemos visto son muy importantes”, explica Nacho López-Moreno, investigador del IPE y líder del proyecto. “El retroceso que vemos es especialmente preocupante porque nos aboca a una desaparición inminente de estos glaciares o a que queden apenas masas de hielo residual”, añade este geógrafo zaragozano que lleva estudiando estos glaciares más de 20 años.

Su equipo ha subido y bajado estas montañas analizando al detalle los 19 glaciares que quedan en el Pirineo. Son campañas duras en las que a veces hay que arrastrar equipo pesado, subir a crestas de más de 3.000 metros para grabar imágenes aéreas o pasar medio día sondeando el espesor de la nieve recién caída para calcular la extensión real del hielo que está debajo. También hace falta destreza para saber lanzar el dron al aire y aterrizarlo lejos de rocas y ríos, lo que puede echar a perder el trabajo de días, como explica Jesús Revuelto, del IPE. En otras ocasiones se usa un escáner láser mucho más preciso y pesado, pero que requiere subir en helicóptero, cuenta Esteban Alonso. Cuando cae la noche el equipo se mete en los sacos de dormir hasta el día siguiente.

Los últimos datos del equipo muestran que el hielo ha perdido 63 hectáreas y media desde 2011 y unos 19 millones de toneladas de hielo.

Un glaciar se alimenta de nieve que mantiene el frío. La nieve caída un año se transforma al siguiente en hielo. Cuanta más nieve se conserve de año en año, más crecerá el glaciar. Ninguno de los 19 glaciares del Pirineo está ganando extensión, pues las altas temperaturas, que en las cumbres de alta montaña han subido el doble que la media global de la Tierra, no permiten que atesoren mucha de la nieve caída de un año para otro. Ninguno de ellos ha crecido en tamaño desde los años 70.

“Para que los glaciares del Pirineo dejasen de menguar y comenzasen a crecer harían falta unos 10 años de bajas temperaturas continuadas, pero lo que se espera es todo lo contrario, cada vez temperaturas más altas”, explica López-Moreno. Por eso los últimos glaciares de España están prácticamente condenados a desaparecer. Según los cálculos de este equipo, al ritmo actual muchos de ellos morirán durante la próxima década y es posible que no quede ninguno en 2050. Será la desaparición de un accidente geográfico único: el río de hielo perpetuo que caracteriza las altas montañas de la Tierra.

Durante esta campaña el equipo de López-Moreno ha documentado muchos otros rasgos de agonía en los glaciares. Sus datos alimentarán al Observatorio Pirenaico del Cambio Climático, un proyecto financiado por la UE. En los glaciares de Aneto y Monte Perdido, los dos mayores en la vertiente española de estas montañas, están aflorando cada vez más rocas a la superficie. Las piedras actúan como radiadores que aceleran la fusión del hielo, porque acumulan más calor de la radiación solar.

El signo inequívoco de que un glaciar va a desaparecer es cuando deja de moverse ladera abajo. Se transforma entonces en un “helero”, una masa de hielo estática que dependiendo de su orientación podrá sobrevivir aún unos años más, pero que ya habrá dejado de ser un glaciar.

Llevar la cuenta de cuántos glaciares quedan en estas montañas no es fácil. Muchos de ellos se fragmentan en dos partes y cada una de ellas evoluciona de forma diferente. “En el Monte Perdido ya hay una zona que no se mueve y que tiene pérdidas de hielo fortísimas de unos dos metros de espesor al año. La parte superior en cambio acumula mucha más nieve y está más saludable”, explica López-Moreno. “Mi teoría es que el de Monte Perdido va a ser el último glaciar pirenaico en desaparecer. En teoría será a mediados de este siglo, pero probablemente en 10 o 15 años buena parte del glaciar ya habrá desaparecido y lo que quede estará muy degradado”, resalta.

El retroceso y la desaparición de los glaciares parece irreversible. En Austria e Italia se están tomando medidas desesperadas, como cubrir el hielo en verano con telas blancas de hasta 100.000 metros cuadrados para paliar el derretimiento. Pero es una lucha desesperada. La inmensa mayoría de los glaciares del planeta retroceden a un ritmo sin precedentes, en parte debido al cambio climático exacerbado por la actividad humana. En su último informe, el panel de cambio climático de la ONU alertó de que aunque las temperaturas medias del planeta no aumenten —algo muy improbable— los glaciares de Europa, Asia y América seguirán menguando, pues ya han perdido su punto de equilibrio: acumular tanto hielo en invierno como el que se funde en verano.

Cada verano desde 2001, el glaciólogo Pierre René sube a nueve glaciares pirenaicos del lado francés para medir su longitud, superficie y volumen. El trabajo de este año constata una situación desesperada: la extensión del hielo disminuye unos ocho metros al año. El glaciar de Ossoue es la joya de la corona de esta vertiente; una lengua de hielo y nieve que desciende por el precioso macizo del Viñamala, coronado por su pico de 3.298 metros.

El lugar es tan espectacular que a finales del siglo XIX el conde Henry Russell mandó construir varias cuevas en la roca a golpe de pico. En las cuevas disfrutaba de las puestas de sol y ofrecía fiestas a sus amigos. Estas oquedades se han convertido en un pintoresco testimonio de la desaparición del hielo, pues muchas son ya inaccesibles en verano sin usar cuerdas. Los datos de René muestran que desde 1850 los glaciares pirenaicos han perdido el 90% de su extensión. Desde 2002, el glaciar de Ossoue ha perdido 32 metros de espesor, como un edificio de 12 plantas. “En el verano de 2017 el glaciar se partió en dos y perdió casi cinco hectáreas. No esperaba esta repentina regresión” explica René, fundador de la Asociación de Glaciología Moraine.

El otro gran tipo de glaciares pirenaicos es mucho más anárquico. Se trata de masas de hielo mucho más pequeñas que los tres grandes: Monte Perdido, Aneto y Ossue. “Estos microglaciares tienen cinco hectáreas o incluso menos y son muy impredecibles”, explica Eñaut Izaguirre, geógrafo de la Universidad del País Vasco y miembro del equipo. Su tarea, junto a Ibai Rico, de la misma universidad, es llegar a los puntos de más difícil acceso y cartografiarlos usando un pequeño dron de cuatro rotores. El trabajo puede llegar a ser agotador, con campañas de cuatro días durmiendo en vivacs, tiendas de campaña, furgonetas… Los microglaciares muestran una variedad enorme, desde algunos como Seil de la Baque, en el macizo del pico Perdiguero, que ha perdido el doble de espesor de hielo que el Aneto, a otros que parecen estar resistiendo bien, con retrocesos de unos dos metros al año, como el del pico Tempestades, cerca del Aneto. Su futuro está mucho más marcado por la orientación y la topografía —que los puede aislar de la luz solar— y por las avalanchas que caen desde zonas más altas y los pueden mantener vivos algo más de tiempo. “Hay que animar a la gente a visitar estos lugares antes de que desaparezcan, son un patrimonio que se va a perder pronto”, resalta Izaguirre.

El futuro de muchos de estos glaciares es transformarse en lagunas de alta montaña. Algunos de los muchos ibones de aguas turquesas que hay en los Pirineos eran pequeños glaciares hace apenas una o dos décadas. En el extremo norte del glaciar del Aneto ha aparecido un nuevo lago de agua líquida que no existía apenas hace unos años. Es tan reciente que no tiene ni nombre. Está a casi 3.200 metros de altura, lo que le convierte en el lago más joven y también el más alto de los Pirineos.

El equipo de Moreno ha comenzado a estudiar los suelos que aparecen en las zonas recientemente deglaciadas y la evolución del agua y de los sedimentos de los nuevos lagos para seguir en directo la transformación de todo un ecosistema: del hielo perpetuo al suelo cubierto de plantas y lagunas de alta montaña. “Estamos estudiando cuánto le cuesta al suelo generar un nuevo ecosistema tras la retirada del hielo”, explica la geóloga del IPE Ixeia Vidaller.

Los Pirineos son la triste vanguardia de un fenómeno global. Los glaciares de los Alpes podrían haberse esfumado en 80 años. “Nuestra intención es estudiar estos glaciares hasta el final. A los enfermos hay que visitarlos y acompañarlos más cuanto peor están. Pensamos que aquí nos quedan aún años de investigación para documentar cómo se comporta un glaciar en la fase final de su vida. Es el anticipo de lo que va a suceder en otras cordilleras de todo el mundo”, concluye.

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