La contaminación atmosférica es un tipo de contaminación rara. La tenemos tan normalizada en nuestro día a día, que salvo que ocurran cosas muy exageradas, ni siquiera la notamos.
Sin embargo, está ahí, matándonos poco a poco. Según la OMS, hay 4,3 millones de muertes prematuras provocadas por ella cada año; según la Unión Europea, más de medio millón en el continente.
Durante los últimos años hemos mejorado mucho en este aspecto y la legislación se ha vuelto mucho más estricta. Pero los resultados no han sido tan buenos como cabría esperar y ahora tenemos una explicación.
Según una investigación de la Universidad de Edimburgo, es muy posible que estemos ‘buscando en el lugar equivocado’. Es decir, en las partículas equivocadas.
Aunque la relación entre exposición a la contaminación y enfermedades parece contrastada, la verdad es que los mecanismos concretos no son conocidos de todo. Por eso, el trabajo que se acaba de publicar es muy interesante y muestra como algunas nanopartículas que respiramos podrían entrar en el torrente sanguíneo y provocar daño vascular.
¿Cómo han demostrado que esto es posible? Poniendo a voluntarios a respirar nanopartículas inocuas de oro. Las partículas tardaron menos de 15 minutos en aparecer en la sangre y permanecieron ahí hasta tres meses después del experimento.
Esto es sorprendente, como reconoce el mismo equipo. ‘Los niveles eran muy altos tres meses después’, explicabó Mark Miller. Pero no era lo peor. Aprovechando que algunos voluntarios tenían que someterse a una operación cardiovascular, se dieron cuenta de que las partículas de oro se depositaban en las placas de grasa que crecen dentro de las arterias.
El descubrimiento es una buena noticia porque nos dice donde tenemos que mirar, pero es una mala porque pone en evidencia que la tecnología de la que disponemos no nos permite ser controlar bien este tipo de nanopartículas.