Nuevo parque nacional protegerá la biodiversidad de la costa patagónica

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El espectáculo se repite cada día. A medida que transcurren las horas, el mar va ganando altura y sumergiendo la restinga o lenguas rocosas que, mientras la marea lo permite, prolongan la costa varios metros hacia el interior del océano. Finalmente, llega el momento en que todo es agua, sal y espuma. Los pequeños promontorios a los que se podía llegar caminando se convierten en náufragos.

Es entonces cuando los pingüinos de Magallanes, los lobos marinos y las miles de aves que gobiernan el lugar se sienten más a gusto, más protegidos, más solitarios en medio de la naturaleza que les rodea. El panorama puede parecer inhóspito pero tiene un indudable magnetismo. “Es un paisaje maravilloso, para disfrutar durante horas”, describe con entusiasmo la ingeniera Dina Migani, Secretaria de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable de la provincia de Río Negro, en el norte de la Patagonia argentina, escenario cotidiano de esta coreografía natural.

El paraje Islote Lobos, situado al sur de la costa rionegrina, sobre el golfo de San Matías, es todavía un ámbito poco explorado, casi salvaje. Es un estallido de biodiversidad que se convertirá en el 40º Parque Nacional argentino cuando el Congreso promulgue, en el transcurso de este año, la ley que lo declara como tal. “Pero además será el primero en el que la Administración de Parques Nacionales tendrá jurisdicción y dominio pleno sobre una porción del océano. Esto es toda una novedad y al mismo tiempo un desafío”, se entusiasma Leonardo Juber, hasta hace poco tiempo a cargo de El Impenetrable, el área protegida más extensa del Gran Chaco, y futuro jefe de guardaparques del nuevo espacio.

Aunque por su nombre pareciera que el nuevo parque protege solo un islote, la verdad es que son unas 20 000 hectáreas entre tierra y mar las que estarán resguardadas.

El área protegida incluye una franja de estepa patagónica de 8000 hectáreas que corre paralela a la costa y se interna alrededor de un kilómetro hacia el interior. En el mar, la protección abarca unos cinco kilómetros de ancho desde la playa donde caben varios islotes: el de Lobos, La Pastosa, el Redondo, los Pájaros y, más cercanos a la costa, los denominados Ortiz Norte y Ortiz Sur.

Paraíso de aves de todos los tamaños


Los lobos no solo le aportan su nombre a la zona, sino que son, efectivamente, una de las especies más abundantes del lugar y uno de sus estandartes faunísticos. También lo son los pingüinos de Magallanes (Spheniscus magellanicus), que han creado aquí la colonia más septentrional de la especie. “Los últimos relevamientos informan la existencia de 4400 nidos y la presencia de 12 000 ejemplares en algunos momentos del año”, subraya Daniel Somma, actual presidente de Parques Nacionales.

Hace ya mucho tiempo que el ingeniero Somma, un hombre de larga trayectoria en el mapa de la conservación en la Argentina, es un entusiasta defensor de las virtudes de Islote Lobos: “Fue en 1993 cuando empezamos a ver el lugar como área prioritaria junto a algunos colegas, porque se trata de un sitio realmente excepcional”, resume.

Un repaso al listado de especies que pueblan Islote Lobos corrobora sus palabras. Tanto en el monte como bajo el agua y en lo que se conoce como zona intermareal, es decir, la restinga que el mar cubre y descubre cada día, la riqueza de biodiversidad despierta el asombro.

Lo primero que llama la atención son las bandadas que desafían el viento. “Para los observadores de aves este lugar es un paraíso”, sostiene Somma. Varios tipos de gaviotas y gaviotines, cormoranes, garzas brujas, moras y blancas, patos, ostreros, flamencos australes, playeros rojizos y rabadilla blanca, chorlitos, correlimos, chorlitejos de doble collar, biguás, macás comunes y grandes, cisnes coscoroba y de cuello negro… la lista es interminable. “Algunos biólogos aseguran que puede haber unas 200 especies, [aunque] el plan de manejo da cuenta de 94”, precisa el presidente de Parques Nacionales.

“La congregación de especies que nidifican de forma permanente en la región es uno de los criterios que la definen como área importante para la conservación”, apunta Hernán Casañas, director ejecutivo de la ONG Aves Argentinas. Pero también el complejo sirve como escala a aves migratorias que vienen surcando el aire desde el norte del continente.

Además, desde hace poco tiempo un visitante especial puede sobrevolar eventualmente los islotes. Se trata del cóndor andino (Vultur Gryphus), ya que en la vecina meseta de Somuncurá, el Programa para la Conservación de esta ave tiene su base de campo. Allí culmina la rehabilitación de los individuos rescatados y el entrenamiento de los nacidos en cautiverio antes de ser liberados. Así, en 2009 se registró el regreso al mar del Señor de los Cielos luego de más de un siglo y medio sin rastros de su presencia. Un hecho que también es de importancia cultural ya que “para la cosmovisión mapuche (pueblo indígena que tiene presencia en la zona), el vuelo del cóndor sobre el mar es un mensaje espiritual muy singular”, destaca Daniel Somma.

Una vez recreados los ojos con las aves, la mirada se extiende hacia la superficie marina donde surgen las siluetas de los lobos de uno y dos pelos (Otaria flavescens y Arctophoca australis, respectivamente). Debido a que los primeros se reproducen en Islote Lobos, esta especie es más numerosa que sus parientes de dos pelos cuyas principales colonias se encuentran más al sur, en la Isla de los Estados, las Malvinas y la Antártida.

Los elefantes marinos y dos tipos de focas suelen compartir con ellos las rocas y las playas pedregosas. La tortuga verde (Chelonia mydas) es también otro habitante especial del complejo: “Migra desde el norte y ocasionalmente puede desovar en la costa o en alguno de los islotes”, explica el ingeniero Somma.

El espectáculo de los delfines


En todo caso es probable que los saltos de los delfines, que se dejan ver en este sector del golfo San Matías, acaparen la atención. Son varias las especies que se entrecruzan entre los islotes y la costa: el común (Delphinus delphis), el oscuro (Lagenorhynchus obscurus), la llamada franciscana (Pontoporia blainvillei) —que alcanza aquí su límite sur de distribución—, aunque ninguno tan llamativo como el delfín nariz de botella (Tursiops truncatus), tal vez el más fácil de reconocer entre todos sus parientes y también el más abundante de la zona.

Con la llegada de la primavera austral, gana protagonismo la ballena franca (Eubalaena australis) que transita el área en su peregrinación anual desde las aguas tropicales hacia las más frías del sur donde se reproduce y amamanta a las crías. El paso esporádico de alguna orca o de la imponente ballena azul complementan el elenco de mamíferos marinos.

Para apreciar el resto de la fauna acuática ya es imprescindible una inmersión. La temperatura del agua es relativamente templada y menos fría de lo que cabría suponer (10-12 Cº en invierno y 18-20 Cº en verano), lo cual es aprovechado por sargos, róbalos, merluzas, pejerreyes, lenguados, lisas, meros, pequeños tiburones, rayas, salmones de mar, abadejos o besugos. En el fondo, sobre las rocas, se esconden dos especies de caballitos de mar cuya supervivencia no está asegurada. El Hippocampus patagonicus y el Hippocampus reidi se encuentran categorizados respectivamente como Vulnerable y Casi amenazado en la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). “Nos interesa proteger el mar, pero también la restinga, porque la fauna intermareal es muy importante en invertebrados gracias a las temperaturas, que no son tan frías como en el resto de la Patagonia”, señala Javier Grosfeld.

El repaso a la riqueza en biodiversidad del futuro parque debe incluir, por supuesto, la franja de estepa. Allí habitan guanacos, jabalíes, zorros, vizcachas y algunos mamíferos clasificados como Vulnerables en la Lista Roja de la UICN: maras (Dolichotis patagonum), gatos del pajonal (Leopardus colocolo), hurones menores (Galictis cuja) o tuco-tucos (Ctenomys australis). Tortugas terrestres, serpientes yararás y las endémicas lagartijas de Martori (Liolaemus martorii) reptan sobre las piedras mientras el cardenal amarillo (Gubernatrix cristata), preciosa ave En Peligro de extinción, revolotea entre los arbustos.

Aprovechando la marea baja, una veintena de hombres caminan encorvados sobre las rocas de la restinga. Son pulperos o recolectores de pulpo (Octopus tehelchus), herederos de una tradición que se repite desde hace 70 años a lo largo de todo el litoral costero aunque se mantienen alejados de los islotes. “Se trata de una actividad productiva que también tiene una impronta cultural”, razona Somma, quien anticipa que Parques Nacionales no pondrá obstáculos ni restricciones para que todo continúe como hasta ahora: “Han demostrado estar bien organizados y manejar el recurso de manera consciente. Lo último que querríamos es complicarle la vida a esa comunidad”.

El desafío de proteger y recibir turistas

Punta Pozos, un brazo de un kilómetro de largo que penetra en el mar y nunca queda aislado, completa el espectro paisajístico en el extremo sur del futuro parque. Las albuferas y pequeñas lagunas que la marea renueva en cada crecida, es tal vez la imagen más difundida del lugar. “Debo decir con total honestidad que hasta ahora hemos protegido el lugar casi por ‘ocultamiento’, sin dar gran información para que la gente no llegara”, acepta Dina Migani, “pero eso cambiará a partir de que se modifique el estatus”, dice la Secretaria de Medio Ambiente de Río Negro.

Los pocos caminos de tierra que existen en la zona y que llevan hasta Islote Lobos atraviesan campos privados y se necesita el permiso de sus dueños para abrir las tranqueras, empalizadas de madera que interrumpen el paso. Las dificultades de acceso por vía terrestre y la lejanía respecto a áreas pobladas colaboraron en la creación de un auténtico vergel de biodiversidad, ya que durante siglos el lugar ha permanecido alejado de la intervención humana. Incluso, este rincón aislado facilitó el regreso de los lobos marinos, cuyas colonias fueron diezmadas a principios del siglo XX. “La distancia con los centros urbanos fue una de las razones que permitieron su recuperación”, asegura Javier Grosfeld, director de la delegación Patagonia Norte de la Administración de Parques Nacionales (APN).

A partir de que el espacio comience a ser más conocido y se abran mayores opciones de visita, la protección de los diferentes ambientes que componen Islote Lobos será el mayor desafío. La zona pertenece al municipio de Sierra Grande, localidad de 7000 habitantes que en 1991 sufrió la caída de su principal sostén económico, la mina de hierro más grande de Sudamérica. El gobierno de entonces decidió cerrarla y el pueblo perdió dos tercios de su población.

La apertura del parque alienta expectativas para salir del letargo. “Para nosotros es muy importante, porque genera una potencialidad de desarrollo de pequeñas empresas turísticas y de servicio”, se ilusiona Dina Migani. “Hay un sector del turismo siempre interesado en conocer los parajes naturales, gente que recorre los parques nacionales más allá de sus diferentes características y le va a dar un impulso fuerte a la zona”, agrega Marcelo Mancini, Secretario de Turismo de Río Negro.

Las previsiones apuntan a tener implementados algunos paseos con pasarelas y cartelería hacia finales de este año, antes del comienzo de la próxima temporada de verano. “La idea, en principio, es que la visitación tenga lugar en dos áreas: Punta Pozos y La Pastosa. Estamos evaluando también un punto de playa que podría ser interesante para hacer algún tipo de paseo diurno”, informa Javier Grosfeld.

Para alcanzar ese objetivo será necesario realizar un duro trabajo previo: “Estamos haciendo las prospecciones necesarias, evaluando lo que nos falta”, indica el delegado de la APN en la región Patagonia Norte. La llegada de un fondo de alrededor de 250 000 dólares procedente del Banco Mundial será la clave para concretar el reto.

Facilitar los caminos de acceso es el primer paso, y en ese sentido hay dos tareas pendientes. Una es construir un vado estable sobre el cauce del arroyo Salado que permita el ingreso desde el sur. Allí se levanta el pequeño centro turístico de Playas Doradas, un pueblo que dormita durante diez meses al año, pero que recibe un caudal de gente deseosa de sol y mar en verano.

La otra es habilitar un camino de tierra consolidada que lleve directo a la zona de La Pastosa, en el norte, atravesando los antes mencionados campos privados: “Tenemos los candados de todas las tranqueras”, dice Grosfeld quien asegura entusiasta que “el apoyo de los productores locales es total”. Una tercera opción es el acceso desde el mar: “Valoramos la posibilidad de autorizar a algún prestador turístico, quizás con un permiso como experiencia piloto”, se aventura Daniel Somma.

Pero además de habilitar los accesos, las tareas más difíciles son establecer de manera muy precisa de qué manera podrán moverse los visitantes una vez dentro del recinto para no provocar disturbios en la fauna. Algunas experiencias previas señalan que resulta imprescindible controlarlos, ya sean pobladores cercanos, habituados a entrar y moverse a sus anchas; o paseantes ocasionales, cuyo desconocimiento puede llevarles a pisar nidos, alterar la tranquilidad de pingüinos, lobos y demás especies o provocar accidentes.

“Pensamos en guías locales para acompañar los grupos de turistas, no vamos a dejar que la gente entre por su cuenta. También habrá guías con aquellos que pudieran llegar en lancha”, comenta Grosfeld. Añade que esta será “una manera de generar puestos de trabajo en la zona e ir dándole a Sierra Grande un perfil ecoturístico”. Gabriela Mansilla, secretaria de la Fundación Inalafquen, aporta la experiencia de muchos años de trabajo en el Área Protegida Bahía San Antonio, 150 kilómetros hacia el norte: “El turista experto en naturaleza tiene una idea armada previamente, pero el público de playa que busca ver algo de naturaleza no sabe cómo actuar y debe ser orientado”.

Especialista en educación ambiental, Mansilla entiende que la creación del parque es asimismo una gran oportunidad para fortalecer un trabajo que la Secretaría de Medio Ambiente de la provincia comenzó hace un par de años: “Darles herramientas a los docentes a través de líneas de capacitación para que sepan cómo trabajar con los estudiantes, cómo organizar y aprovechar una salida al campo. Es el modo de llegar a las familias”. En el mismo sentido, Daniel Somma pone la mirada en el viajero estival: “La recurrencia del encuentro entre la familia que va a la playa y nuestros equipos de guías y expertos pueden dar a ese turista poco habituado una perspectiva distinta de lo que significa acercarse a un parque nacional”.

La ilusión cubre el paisaje de Islote Lobos. Algunos productores ganaderos de los alrededores comienzan a planificar emprendimientos para alojar visitantes en sus predios. Sierra Grande se apresta a desperezarse. Playas Doradas sueña con diversificar su oferta.

Entre las rocas de la restinga, sobre las piedras de los islotes, durante sus sobrevuelos por la costa o en las profundidades del mar, pingüinos, lobos, delfines, gaviotines, chorlitos y centenares de otras especies continúan con sus rutinas, ajenas a lo que ocurrirá en algún momento de este año: pasarán a ser los célebres habitantes del 40º parque nacional argentino.

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