Secretos bajo las olas: los corales fríos de la Patagonia

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Después de medio año recorriendo Chile en 1998, los alemanes Vreni Häussermann y Günter Försterra, entonces estudiantes de biología en la Universidad de Múnich, se sumergieron en Caleta Gonzalo, cerca del fiordo Comau, en la región de Los Lagos, a 1.200 kilómetros al sur de Santiago. Buscaban anémonas de mar, pero a 25 metros bajo el agua, en una oscuridad parecida a la de la noche, descubrieron con su linterna una pared vertical tapizada de corales de aguas frías, blancos, naranjas y amarillos.

Correspondían a la especie Desmophyllum dianthus, un tipo de coral con tentáculos frágiles de uno o dos centímetros que se movían como los dedos de una mano. El hallazgo desafió toda lógica. Estos corales, que podían vivir más de cien años, se conocían solo en profundidades de hasta más de 4.000 metros.

Eran archivos vivientes, fundamentales para la biodiversidad marina, y claves para entender el cambio climático por su capacidad de adaptación. Encontrarlos a pocos metros de profundidad era inconcebible. Hasta ese día.

“Nadie nos creyó”, recuerda Häussermann, hoy profesora asociada de la Universidad San Sebastián en Puerto Montt. “Tomamos muestras y quisimos pedir permiso para enviarlas a identificar, pero no se sabía qué eran y, sin esa identificación, no te daban permiso para sacarlas del país. En Chile no había nadie que pudiera identificarlos”.

Después de explorar la costa chilena, Häussermann y Försterra confirmaron que solo en las aguas frías de la Patagonia norte esta especie de coral florecía en abundancia como una alfombra de tentáculos, proveyendo “un bosque de animales marinos, un hábitat que funciona como un bosque en tierra firme, un ingeniero de ecosistemas”, dice Häussermann.

Este hallazgo ha desatado hasta hoy una carrera científica global para desentrañar su misterio, transformando esta remota región en un foco de interés internacional.

La zona se ha convertido en un laboratorio natural para el estudio de esta especie, y ha cautivado a científicos como la británica Rhian Waller, profesora en la Universidad de Gotemburgo y ecóloga de aguas profundas, famosa por sus estudios pioneros en la reproducción de corales, que han viajado a Chile a estudiarlos.

El descubrimiento llevó a Häussermann a liderar, tiempo después, la entonces naciente Fundación San Ignacio del Huinay, un centro de investigación científica situado en el fiordo Comau. Esta institución fue la que motivó la protección de la zona por medio del decreto que en 2010 la nombró Área Marina Costera Protegida (Amcp).

Si bien este nombramiento da una protección indefinida al área, Häussermann sugiere que la principal amenaza para la especie en la zona sigue vigente. Se refiere a la salmonicultura, la segunda mayor fuente de exportaciones de Chile. En la región de Los Lagos, corazón de la industria acuícola del país, Häussermann advierte que las concesiones para esta práctica han continuado, incluso en áreas protegidas.

Sobrevivir en condiciones extremas

Aunque los estudios no pueden confirmar que la salmonicultura sea el único riesgo contra los corales de aguas frías del fiordo Comau, la pareja de científicos alemanes ha evidenciado cómo el aumento en la producción de salmón en el área “ha intensificado los nutrientes en el agua, la sedimentación y ha disparado la frecuencia y severidad de los bloom de algas”, fenómenos en los que se produce un crecimiento explosivo de algas en el agua.

Si bien estos eventos, también conocidos como floraciones de algas, “son naturales, se han agravado por el calentamiento oceánico provocado por el cambio climático y por la eutroficación”, explica Häussermann, refiriéndose al exceso de nutrientes en el sistema.

Los bloom pueden disminuir drásticamente el oxígeno en el agua, lo que ha contribuido a la muerte masiva de corales en Comau, “además de la reducción de especies como camarones, anémonas y cangrejos de roca”, agrega. Para Waller, testigo del impacto bajo el agua, “es realmente difícil trabajar en un ecosistema que te emociona increíblemente y verlo ser impactado justo frente a tus ojos”.

Sin embargo, la relación entre la salmonicultura y el deterioro de los corales es un tema de debate. “Los factores que pueden afectar un ecosistema son multifactoriales”, dice Esteban Ramírez, gerente general del Instituto Tecnológico del Salmón (Intesal), de SalmonChile, la asociación gremial que representa a esa industria en Chile.

“Los estudios en el fiordo Comau han expuesto degradación o pérdida de áreas de corales, pero sus causas no han sido determinadas. En efecto, investigaciones de (Häussermann y Waller) apuntan al cambio climático y —puntualmente—, también a la actividad volcánica como posibles causantes, incluyendo a la salmonicultura como un factor antropogénico, pero lo último en el contexto de supuestos o hipótesis no demostradas”, dice. Y agrega: “La evidencia que conocemos no apunta en esa dirección”.

Hace un año, Chile promulgó la Ley SBAP, Ley del Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, una normativa que podría ser clave para la protección de ecosistemas vulnerables como el fiordo Comau.

Según Felipe Perillán, integrante de FIMA, una organización de abogados que trabaja en la protección del medio ambiente, la ley “genera un sistema integrado para gestionar la biodiversidad y el manejo sostenible de las áreas protegidas conducida por un órgano específicamente destinado para ello”, lo que incluye “medidas de fiscalización y control de actividades que amenacen estos ecosistemas que (si bien) debieron existir siempre, esto debería ayudar a mejorarlas”.

Aunque esta ley desde su origen ha encontrado resistencia en la industria salmonera, que teme que elimine a futuro la salmonicultura de áreas protegidas, todavía requiere de un reglamento, “necesita ser implementada y (disponer) de los recursos financieros necesarios para ejecutar políticas públicas de conservación de la biodiversidad”, advierte Felipe Paredes, director de las campañas de áreas protegidas de Oceana, una organización que promueve la conservación marina.

Mientras tanto, Häussermann avanza sin pausa, revelando hallazgos sobre una especie clave para el futuro de los océanos. Hoy, lidera una investigación pionera en el estudio de la reproducción de esta especie. Entre sus colaboradores está Waller y la bióloga marina chilena Ignacia Acevedo-Romo, tesista en la Universidad Católica de Valparaíso.

El mes pasado, Waller y Acevedo-Romo pasaron tres semanas en un laboratorio en Ancud, Chiloé, en Los Lagos, observando Desmophyllum dianthus. Examinaron su desove—el proceso de liberación de huevos y esperma—y realizaron experimentos para comprender mejor su desarrollo larval, su alimentación, asentamiento y crecimiento.

“Cuando pensamos en la conservación de los corales de aguas frías y de áreas específicas, necesitamos saber de dónde provienen las larvas, cuándo se producen en el año y a dónde van, dónde están conectadas estas poblaciones”, explica Waller.

También investigaron el impacto del cambio climático en estos corales de aguas frías y en sus larvas, y concluyeron que, sorprendentemente, las larvas mostraron una mayor resistencia de la esperada.

“La teoría decía que morirían, pero no fue así. Los resultados sugieren que la especie podría estar adaptándose mejor a la acidificación”, comenta Acevedo-Romo, refiriéndose a las condiciones simuladas en el laboratorio, con un pH bajo y aumento de la temperatura, anticipando el posible escenario que el cambio climático podría imponer en el océano a mediados y finales de este siglo.

Estudiar cómo los animales marinos reaccionan en aguas más ácidas, dice Häussermann, es clave para entender los mecanismos que les permiten adaptarse y sobrevivir. “Comprender qué factores los corales pueden soportar y cuáles no, ayuda a identificar sus fragilidades”, explica.

A pesar de la resiliencia mostrada en los experimentos, Acevedo-Romo subraya la necesidad urgente de mayor protección: “Si los corales siguen desprotegidos y enfrentan las condiciones proyectadas para el futuro, no sobrevivirán. Su desaparición provocaría un cambio drástico, un desequilibrio en el ecosistema que alberga a tantas otras especies”.

Conocimiento para proteger los corales fríos

Antes de la llegada de Häussermann a la zona, el pescador local Boris Hernández, nacido en Comau y tercera generación de colonos, admite que los corales no se valoraban. “Podían salir enredados en los espineles, pero no se consideraba el riesgo en que se los ponía al no pensar en su protección”, dice. “Los peores errores se cometen por no saber”. Ahora, Hernández es de los pocos residentes que ayuda a los científicos, guiándolos en su barcaza Cormorán, equipada con una chimenea.

Él, que conoce con exactitud dónde hay paredes de corales de agua fría en Comau, ha sido testigo de la disminución de especies en la zona en las últimas cinco décadas. “Hoy ya nadie trabaja en el (alga) pelillo acá en este sector, hay muy poco. En cuanto a los peces, el robalo está bastante escaso”, lamenta.

Sin embargo, la salmonicultura no es el único factor que ha dañado el fondo marino: “Después de pescar, los pescadores dejan sus materiales, que se quedan atrapados, formando un cementerio de desechos”, dice mientras muestra un coral atravesado por un monofilamento, un típico desecho de pescador. “Hay tanto material en descomposición bajo el agua que a veces se enredan cosas como sacos de papas o ropa”, agrega.

Hernández también recuerda cómo, hace medio siglo, “el invierno era muy duro, y el verano y la primavera eran como debían ser. Hoy todo es más corto, pero más intenso: las lluvias son más torrenciales, los calores más fuertes”, señala.

Fue tras veinte días seguidos de cielos despejados que, en 2021, se produjo el más reciente bloom de algas de alta intensidad en Comau, que aún lo atormenta. “Ocasionó hectáreas de mar manchado”, recuerda con espanto. “El mal olor era irrespirable”.

Este evento, agrega Juan Pablo Espinoza, biólogo marino y buzo científico que forma parte de la Fundación San Ignacio del Huinay desde hace seis años, “afectó las agallas de muchos peces salmónidos y los ahogó”. Tras ese episodio, la Fundación San Ignacio del Huinay se equipó con sofisticados sensores para medir bajo el agua mensualmente variables esenciales de clima, temperatura, salinidad, ph, oxígeno y nutrientes para entender que afecta a estos episodios de bloom de algas de envergadura, que se han vuelto cada vez más recurrentes.

Aunque Häussermann ya no dirige la Fundación Huinay, sus estudios y fotos submarinas adornan las paredes del edificio. “Tiene un legado”, dice Espinoza, quien ha recogido Desmophyllum dianthus para su investigación y pasa turnos de catorce días monitoreando el océano. En sus largas estadías, Espinoza ha confirmado que desde 2021 varias granjas de salmón han abandonado el fiordo por precaución. En este tiempo, dice, tampoco han ocurrido bloom de algas de tal intensidad.

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