La historia de los jóvenes que reciclan computadoras en la economía popular

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Sobre la mesa de trabajo tienen la herramienta más modesta: un destornillador. “Esto es como en todo lo popular: hay que dar la pelea con dos palitos de helado”, dice Josué y se ríe. No por nada ese instrumento -aunque ojo con su apariencia inofensiva- es el principal símbolo de la cooperativa Fray Luis Beltrán, creada por un grupo de pibes que se están abriendo camino en la rama tecnológica de la economía popular. Empezaron con un service de computadoras, pero hoy enseñan cómo reparar equipos a vecinos e integrantes de organizaciones sociales, con cursos certificados por la Universidad de Avellaneda. Además arman computadoras recicladas, que venden a bajo precio.

Josué tiene 21 años. Alto, con el pelo largo y atado, es el centro del grupo gracias a una envidiable capacidad de explicar fácilmente lo más difícil. Fundó la cooperativa con su amigo y excompañero de secundario Oli, que ha llegado al lugar de trabajo con una camisa con el logo de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular. La cooperativa nació en este lugar donde hacemos la nota, la sede del Movimiento Los Pibes, histórica organización social del barrio de La Boca.

El taller está bien iluminado, con luces sobre cada una de sus grandes mesas. Las paredes blancas están cubiertas de guías de trabajo. En el piso de arriba, subiendo por una escalera empinada, se va a la FM Riachuelo, también del Movimiento. Y en el edificio funciona además una Casa de Atención y Acompañamiento Comunitario (Caac) para personas con consumos problemáticos. Hay otros logros, pero esos dos datos vienen a cuento porque hacen a la historia.

En 2020, Oli y Josué trabajaban con los jóvenes que van a la Casa de Acompañamiento. “Veníamos laburando muy fuerte la pelea contra los consumos problemáticos en dos instancias: una era sacando a un compañero si corría peligro de vida, ver cómo hacer para que el compañero dejara de consumir o saliera del barrio, y otra era la prevención. Pero para prevenir hay que construir otro mundo posible: si los compañeros y compañeras terminan consumiendo es porque están sin una perspectiva de vida”.

Llegó la pandemia. El acceso a la tecnología se convirtió en urgencia. De la Caac y el Covid nació la idea de armar un emprendimiento para resolver lo tecnológico y crear trabajo autogestivo. “Fue, sobre todo, una decisión política”, remarca Oli. Sabían poco sobre computadoras, “pero le empezamos a poner cabeza”.

En la FM Riachuelo les dieron cuatro máquinas que no andaban, como para arrancar y probar, con una sola recomendación: “Si las queman no se preocupen, no pasa nada”.

Josué y Oli cuentan con entusiasmo el proceso: cómo con el grupo inicial refaccionaron este entrepiso, que era un depósito, para convertirlo en taller, tirando abajo paredes de durlock, encontrándose con más nidos de ratas de los que hubieran querido ver, las jornadas de revoque y pintura. El uso del trueque: el herrero del barrio, que necesitaba una computadora, les hizo la puerta. Otra cooperativa los proveyó de mesas.

¿Dónde aprendieron sobre computadoras?

En el mismo taller: fuimos construyendo un conocimiento colectivo, con los que estábamos y los que siguieron –asegura Josué–. Todos sabíamos un poco, aunque desarmamos bastante hasta aprender.

Cambiar la lógica

Entre lo que les tocó desarmar estuvo la idea misma del servicio técnico, porque al mes de empezar, colapsaron. Todos en el barrio necesitaban una computadora y todos para ya. En la cooperativa encontraron cómo reciclar máquinas de hasta 18 años de antigüedad. ¿Se podía arreglar esta que quedó rota? ¿Y desbloquear una de las primeras del Conectar? Poder se podía, pero el volumen de los pedidos los sobrepasó.

“Vimos que habíamos planteado todo mal. El barrio necesita la tecnología, pero en vez de compartir algo de lo que veníamos laburando, aprendiendo, nos habíamos puesto como eruditos, dueños del saber. Y los compañeros, en lugar de organizarse y abordar lo tecnológico, venían a pedirnos, como si nosotros pudiéramos solucionar el problema, la enorme brecha digital del barrio”, apunta Josué.

Oli recuerda que para armar el proyecto habían tenido mucho debate político. “Habíamos analizado la obsolescencia programada, que es la forma en que los poderes que monopolizan la tecnología concentran su poder. La obsolescencia hace que un componente se rompa más rápido, pero parte del esquema es que no lo puedas cambiar fácilmente. Nosotros no podíamos resolver un problema sistémico si no cambiábamos las lógicas que tenía detrás. Si seguíamos ratificando un esquema donde los que saben son eruditos, no íbamos a cambiarlo”.

Se pusieron a enseñar. Armaron talleres de referentes tecnológicos “para que en cada espacio comunitario hubiera compañeros y compañeras que abordaran la cuestión. Y empezamos a meterle trasfondo político, a mirar la lógica que impone cada tecnología y ver cómo contraponerle lógicas comunitarias”.

¿No es difícil entonces aprender a reparar computadoras?

Ahí nos dimos cuenta que no.

Hacen grupos chicos, de 4 o 5 personas, y usan métodos de la educación popular. A lo largo de dos meses, cada cual arma una computadora reciclada. Se van llevándose a casa una máquina en funcionamiento –el aprendizaje incluye una parte de hardware y otra de software e instalación de redes– y la certificación de la Undav para trabajar.

Abrir la puerta

Ahora damos un salto en el tiempo: ya fueron dados decenas de talleres, la cooperativa tiene nueve integrantes que viven de su trabajo. Sostienen el emprendimiento productivo de armado y venta de computadoras, una escuela popular y una escuelita para chicos.

El encargado de la escuelita es Elías Velázquez, llamado aquí Velazquín porque su papá trabaja también en el Movimiento Los Pibes. “Vine para arreglar mi notebook y me quedé”. A diferencia de Oli y Josué, que no pierden una sola oportunidad de hacer un chiste, él se siente obligado a ser la cara seria: tiene apenas 16 años y un lugar de responsabilidad. “La escuelita nació para los pibes del barrio, por la necesidad de tener un vínculo con el territorio. Está faltando que puedan ver que hay una alternativa, que hay un lugar que los contenga, porque los colegios hoy no son lugares de contención. Los pibes vienen, comparten una merienda con nosotros y se llevan conocimiento. En lo que más trabajamos es que aprendan a decirle no al individualismo y la competencia, buscamos la comunidad, el vínculo, que es una gran herramienta para el futuro, porque a partir de la comunidad hacemos todo. A partir de la comunidad nació la cooperativa y todo lo que vamos construyendo es en base a la comunidad que tenemos. Entonces no queremos que los pibes vengan sólo a aprender, sino que tengan una relación: somos compañeros, somos vecinos, somos personas que estamos compartiendo”.

Entramos a la parte final de la charla. En la mesa del fondo, dos chicos han estado trabajando inclinados sobre una compu destripada. Son Leo y Alejandro, de 26 y 25 años. Vienen desde Berazategui a aprender y se quedan terminada la clase haciendo unas horas de trabajo, para un trueque, por computadoras para su espacio.

“¿Por qué usamos las compus?”, plantea Josué y le da un último giro a la explicación del proyecto: “Porque nos parece lo más tangible, lo más concreto para entrar al mundo de las tecnologías. Si entendemos una compu, podemos entender cómo funciona un celular, porque los componentes son los mismos. O pasar a otros desarrollos”.

En esa línea, están preparando con la Undav cursos de reparación de teléfonos. En el encuentro con otros barrios y grupos de militantes fueron armando también proyectos. En La Paz, Entre Ríos, el movimiento está encarando el desarrollo de la conectividad. Otro productivo para el futuro próximo es el reciclado de baterías de litio.

“Nosotros le ponemos mucha cabeza a la economía popular, porque ese tejido social, esa red o como quieras llamarlo, es lo que importa”, concluye. “Sabemos que el sistema no genera el empleo que generaba antes, ni lo va a generar nunca más, pero va a haber trabajo si se lo construye a partir de la comunidad, de la solidaridad, del amor, de la fraternidad, que son nuestros valores. Sacando el individualismo, el ‘me salvo solo’, la venta por encima de todo. Por eso hacemos trueques, o nos ayudamos poniéndole a las compus un precio miti y miti, en parte pesos y en parte trueque. La creación de comunidad es importante. De lo que hablamos es de eso, de salir de la lógica de la economía del descarte”.

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