Puerto Madryn: hallan plásticos en el intestino de una ballena franca austral varada en reserva marina

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El 5 de octubre de 2014, una joven ballena franca austral (Eubalaena australis) fue encontrada muerta cerca del muelle Almirante Storni de la ciudad de Puerto Madryn, en las costas del Golfo Nuevo en Península Valdés. Un área declarada Patrimonio Natural de la Humanidad por la Unesco, debido a su alto valor para la conservación al ser sitio un clave para la reproducción de las ballenas francas australes.

El animal fue remolcado por los guardacostas hasta el Cerro Avanzado, a unos 20 km del lugar y allí, al día siguiente, los investigadores del Programa de Monitoreo Sanitario Ballena Franca Austral, liderado por la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad de California (UC-Davis) y el Instituto de Conservación Ballenas, hicieron la necropsia.

La ballena muerta medía casi 11 metros, pero era un macho juvenil, es decir, aún no alcanzaba la madurez sexual y nunca llegó a reproducirse.

Llevaba muerta entre tres y cinco días. Algunos pedazos de piel estaban desprendidos de su cuerpo, probablemente como consecuencia de haber encallado, pero a simple vista los investigadores no veían indicios de que el animal haya sido impactado por algún tipo de interacción humana, hasta que llegaron a su intestino. Allí, 128 centímetros de soga de nylon color verde y dos envoltorios plásticos fueron encontrados.

El hallazgo fue recientemente publicado en la revista Marine Pollution Bulletin y aunque la necropsia descartó que la ballena haya muerto a causa de esos desperdicios, la autora principal de la publicación, Lucía Alzugaray, precisa que se trata “del primer registro de ingestión de basura plástica en la ballena franca austral”, lo que viene a ampliar la ya larga lista de especies marinas impactadas por esta contaminación.

Marcela Uhart, directora del Programa Latinoamericano del Karen C. Drayer Wildlife Health Center y coautora de la publicación, precisa que “se han documentado más de 800 especies marinas afectadas por plásticos, incluyendo todas las especies de tortugas marinas, más del 40 por ciento de ballenas y delfines, y el 44 por ciento de las aves marinas”. Este estudio, precisa la experta, “es una prueba contundente del daño que le estamos haciendo a nuestro planeta”.

¿Cómo llegó el plástico hasta ahí?

Las ballenas francas australes, después de pasar los meses de verano alimentándose en el Atlántico Sur y en las aguas subantárticas, migran a la zona de crianza en Península Valdés donde pasan el invierno. Cuando llega la primavera, comienzan a alimentarse nuevamente para recuperar las reservas de grasa utilizadas durante el ayuno invernal. Para hacerlo, “barren la superficie del mar con la boca abierta, por la que ingresa el agua que luego expulsan y filtran a través de las barbas para atrapar su principal fuente de alimento, el zooplancton, los copépodos y el krill”, explica el Instituto de Conservación de Ballenas en un comunicado.

“Durante su estadía en Península Valdés, las ballenas conviven con un puerto costero, actividades urbanas, industriales y turísticas que son fuentes de desechos antropogénicos (producidos por el hombre) que pueden terminar en el mar”, señala la publicación científica y agrega que “aunque la línea costera no está densamente poblada, predominan las bahías y golfos, donde el flujo de marea baja y la circulación de agua baja promueven la acumulación de escombros”.

Esa es probablemente la razón por la que los plásticos llegaron al intestino de esta ballena ya que, según la necropsia realizada por los investigadores, el animal había ingerido el plástico recientemente, mientras estaba en los golfos de Península Valdés. “Se lo comió aquí mismo, en una reserva natural, donde deberíamos estar protegiéndolas”, dice Uhart.

La investigación científica señala que, entre 2003 y 2019, se hallaron 810 ballenas franca australes muertas. Que la mayoría de ellas eran ballenatos lactantes, los que son menos propensos a ingerir desechos, y que 71 eran individuos varados en edad de alimentarse de manera independiente. Los cuerpos de estos últimos fueron encontrados en un avanzado estado de descomposición. El problema de esto es que en esas circunstancias no es posible estudiar el intestino, pero se presume que más ballenas podrían haber ingerido desechos plásticos.

Mariano Sironi, director científico del Instituto de Conservación de Ballenas y codirector del Programa de Monitoreo Sanitario Ballena Franca Austral, asegura que esta especie fue casi exterminada por la caza comercial antes de que la práctica fuera prohibida en la década de 1930. “Desde entonces se han recuperado lentamente y ahora son consideradas una especie de Preocupación Menor por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN)”, dice. Por lo mismo, “las ballenas francas australes son un ejemplo de esperanza”, agrega el científico, para quien estos cetáceos no deberían estar expuestos a nuevas amenazas, sobre todo considerando que la otra especie de ballena franca, la del Atlántico Norte, está en vías de extinción.

Los impactos del plástico en las especies marinas

Se estima que 11 millones de toneladas de desechos plásticos llegan a los océanos cada año, lo que quiere decir que cada minuto un camión repleto de basura se vierte en el mar. “Si no se deja de arrojar residuos, en 2050 el océano tendrá más plástico que peces”, asegura la publicación científica.

Tortugas, aves, peces, mamíferos y otros animales marinos corren el riesgo de ingerir desechos plásticos, tal como le ocurrió a esta ballena de Península Valdés, debido a que muchas veces los confunden con su alimento habitual. Es también el caso de las tortugas, por ejemplo, que confunden las bolsas plásticas con medusas y al tragarlas pueden ahogarse o bloquear su sistema digestivo.

“Cuanto más pequeño es el fragmento de plástico (microplásticos), mayor es la gama de organismos que pueden ingerirlo (…) desde el zooplancton hasta las ballenas”, asegura la publicación científica.

De hecho, otro estudio realizado por la Fundación Megafauna Marina (Marine Megafauna Foundation) y publicado en la revista Trends in Ecology & Evolution, señala que la contaminación de los mares por microplásticos es una gran amenaza para los animales que se alimentan a través del filtrado de agua de mar, entre ellos las ballenas.

Según esa investigación, las partículas de plástico “pueden bloquear la absorción de nutrientes y dañar el tracto digestivo de los animales”, y los químicos y contaminantes asociados con el plástico —como los ftalatos (sustancias usadas para plastificar), metales pesados, estirenos y antibacterianos y DDT, entre otros— pueden acumularse durante décadas en el organismo de estas especies y alterar los procesos biológicos. En consecuencia, el crecimiento, desarrollo y reproducción de estos animales se verían alterados y su fertilidad reducida.

En el caso de la ballena franca austral varada en Península Valdés, los investigadores no evaluaron la presencia de microplásticos, aunque en la publicación aseguran que es probable que también hayan estado presentes estas partículas en el organismo del animal.

“Que esta ballena encontrara esos plásticos en el mar y se los comiera es consecuencia de nuestras acciones y actividades mal planificadas”, dice Uhart. “Durante décadas hemos sido testigos de cómo nuestra basura afecta a cientos de especies marinas y perturba los ecosistemas”, agrega Alzugaray, por lo que “es hora de entender que la salud y el bienestar de todas las especies, incluyendo la nuestra, depende de un ambiente saludable”.

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