En el corazón de la Selva Paranaense, al noreste de Argentina, se encuentra la reserva natural privada Margay, un destino que redefine el concepto de ecoturismo. En este lugar, el silencio no solo es una característica, sino una filosofía. Desde el momento en que los visitantes ingresan a pie, dejando los vehículos en la recepción, son envueltos por los sonidos de la naturaleza: el canto de las aves, el murmullo del río y el susurro del viento en los árboles. Sin ruidos de motores ni dispositivos modernos, Margay ofrece una conexión pura con la biodiversidad que lo rodea.
Esta reserva protege 60 hectáreas de la Selva Paranaense, una ecorregión que perdió el 95% de su extensión original en los últimos 120 años. Se trata de un entorno amenazado que combina actividades de conservación, como la reforestación con especies nativas, con el turismo regenerativo, promoviendo la interacción respetuosa con la naturaleza. Además, está en proceso de certificarse con Quiet Parks International (QPI), una organización que reconoce sitios comprometidos con preservar los sonidos naturales y minimizar la contaminación acústica.
El concepto de “silencio absoluto” no existe en la naturaleza, explica Rodrigo Debia, ecólogo experto en ecología aplicada. Los sonidos naturales son esenciales para la comunicación de la fauna, tanto para alertar sobre peligros, reproducirse o vocalizar con sus pares. Sin embargo, la contaminación acústica está alterando todos estos procesos naturales. Un ejemplo alarmante es el gorrión de cuello rufo en Bogotá, que tuvo que modificar su canto para sobrevivir al ruido de la ciudad.
Los efectos del ruido también impactan a los humanos, generando problemas de salud mental, estrés y pérdida de concentración. En este sentido, Gordon Hempton, fundador de QPI, señala que el ruido pasa desapercibido porque no se ve, lo que dificulta su estudio y solución. Sin embargo, iniciativas como las certificaciones de Quiet Stays buscan cambiar esta percepción, impulsando un turismo que protege tanto a los visitantes como a la flora y fauna de los entornos naturales.
Ecuador, un modelo de conservación acústica
En Latinoamérica, Ecuador lidera la certificación de espacios tranquilos con lugares como Kapawi, un ecoturístico enclave gestionado por la comunidad Achuar en la Amazonía. Allí, los visitantes son transportados en botes silenciosos y se sumergen en un entorno donde la conservación de los sonidos naturales es primordial. Además de promover la tranquilidad, Kapawi, también integra prácticas sostenibles como energías renovables y respeto por la cultura local, enseñando a los visitantes a valorar y proteger el medio ambiente.
Margay, en Argentina, comparte esta visión. Sus cabañas están diseñadas para minimizar cualquier impacto acústico, ubicadas a 50 metros unas de otras y equipadas únicamente con ventiladores silenciosos. Los visitantes deben recorrer senderos para llegar a ellas, disfrutando del paisaje y desconectándose de la vida urbana.
Un turismo regenerativo donde predomina el silencio
El turismo está evolucionando hacia un enfoque más consciente. Lugares como Margay y Kapawi demuestran que preservar los sonidos naturales y minimizar el impacto humano son esenciales para proteger la biodiversidad. Además de ofrecer experiencias únicas, estos destinos fomentan la regeneración ambiental y cultural.
La certificación como sitios tranquilos no es solo un reconocimiento, sino un compromiso con el futuro. A medida que crecen las ciudades y la urbanización avanza, proteger espacios como Margay se convierte en una necesidad urgente. El ecoturismo, que va más allá de visitar paisajes verdes, se posiciona como una forma de turismo sostenible que deja una huella positiva en la naturaleza y en quienes la visitan. En este contexto, el silencio y los sonidos de la naturaleza emergen como tesoros que merecen ser preservados.
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