La Rioja: miradores naturales y restos arqueológicos en Los Colorados

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Este poblado se encuentra a unos 22 kilómetros de Patquía, en departamento Independencia, cercano al cruce de las rutas Nacional 38 y Provincial 74, a pocos centenares de éste por un camino de tierra.
 
Este camino polvoriento desemboca en lo que sería el centro del pueblo, junto a las vías muertas del ex ferrocarril Belgrano que la unía con Buenos Aires.
 
Bajo un alero de cañas que lo protege del sol, el único habitante que se ve en el lugar en horas de la siesta es un joven con una computadora apoyada en un gran carrete de cables convertido en mesa, junto a la fachada del almacén La Flora, que por supuesto está cerrado.
 
El muchacho comentó a Télam que sólo utiliza el equipo con batería, para escuchar música, porque allí no hay conexión a internet ni líneas telefónicas.
 
Frente al almacén juegan algunos perros galgos y del otro lado de la calle está la oficina de Turismo, donde la segunda persona despierta en esa tarde, Natalia, guió a esta agencia hacia el circuito turístico.
 
Otra huella amarillenta conduce a un conjunto de bloques de rojo intenso que reverbera bajo el sol aún en el otoño, y al pie de uno de ellos hay un hueco oscuro, disimulado entre varias rocas encimadas presuntamente a raíz de un derrumbe hace milenios, donde se refugiaba el caudillo riojano Ángel Vicente ‘Chacho’ Peñaloza.
 
Para quienes llegan por cuenta propia al lugar, frente a la cueva hay cartelería, gráficos y dibujos sobre ese sitio histórico y la vida de Peñaloza, sus lazos familiares y su participación en importantes hechos del pasado de Argentina.
 
El hueco por el cual el caudillo se introducía a su cueva está abierto y es posible trepar por él -hace falta buen estado físico y no ser muy robusto- hasta la salida superior, donde está el balcón desde donde Peñaloza oteaba todo el valle Antinaco-Los Colorados y advertía si llegaban tropas hostiles.
 
Frente a la cueva y paralelas al camino están los restos de las vías del Belgrano, semienterradas por la tierra arcillosa y roja que le da el nombre al lugar, entre matorrales de jarillas, breas y cáctus de diversas alturas.
 
Las hojas de estas plantas del desierto tenían en esta oportunidad un verde más fresco que el habitual opaco y cubierto de polvo, en tanto en el suelo había surgido una hierba rastrera con pequeñas flores violetas, todo producto de las inusuales lluvias del verano pasado, que alteraron la vegetación habitual, explicó Natalia.
 
Unos 200 metros hacia el pueblo y por el trazado ferroviario se llega a otra huella que desvía hacia la ruta y conduce a un promontorio más bajo que el del Chacho, con varios aleros que brindan una fresca sombra ante el sol que castiga impiadoso en la tarde riojana.
 
Esta condición ya había sido descubierta por indígenas que habitaban la región en épocas milenarias y dejaron sus huellas en las paredes, tanto en forma de dibujos como grabados.
 
Figuras geométricas y humanoideas y algunos animales caracterizan esos petroglifos, entre los que se destaca el grabado plantal de un pie de un niño, que se supone correspondió a un pequeño víctima de un sacrificio y luego momificado y enterrado en ánforas rituales, de las cuales se hallaron varias en la zona.
 
Una de éstas se encuentra dentro de una vitrina en la oficina de Turismo y es posible ver restos humanos momificados acomodados en su interior.
 
Allí también se exponen dentro de pequeñas bolsas herméticas, como en una morgue, partes humanas halladas sueltas y clasificadas por sus nombres, como manos, dientes, vértebras, entre otras.
 
El lugar carece de servicios turísticos al margen de la oficina mencionada, por lo que es un circuito para realizar desde alguna ciudad, como Patquía.
 
Una opción interesante es hacer el recorrido a caballo -también a pie, si se dispone de tiempo y agua potable- y también dedicarle una jornada como base para paseos por ese medio a otros atractivos, como Puente Natural, Agua Dulce, Río Colorado y Agua la Sal.

Alejandro San Martín
Télam

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