Las mejores propuestas para disfrutar Ushuaia en vacaciones de invierno

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A lo largo de su historia como destino turístico –desde hace dos décadas o, a lo sumo, 25 años–, Ushuaia siempre se pensó de un modo: la temporada alta es en verano; el invierno es temporada de esquí. Así fue, en especial, a partir de la inauguración del centro de esquí Cerro Castor –de los mejores del país–, en 1999. Y, aunque todavía hoy es la idea que domina, lo cierto es que no hace falta calzar esquíes para disfrutar los meses de nieve en Tierra del Fuego. También en invierno, la capital provincial tiene mucho para ofrecer a quien viaja sólo en plan de paseo. Aquí van seis propuestas para elegir.

 
1. Paseo urbano. Caminar las calles principales y los alrededores ya es, en sí, un plan más que interesante, con la cordillera por un lado y el océano por otro. Autos, techos, calles, carteles y todo tapado por la nieve, o carámbanos puntiagudos como estalactitas que cuelgan de los bordes de los tejados, son escenas de lo más comunes entre junio y septiembre. Los que sí o sí necesitan hacer compras en vacaciones, en los negocios de avenida San Martín van a encontrar ropa para el frío y la nieve a muy buenos precios, también algunos outlets y un free shop en plena avenida.
 
2. La Cárcel de Reincidentes. El penal que funcionó entre 1896 y 1947 está a menos de un kilómetro del centro. La estructura, conservada tal como era hace un siglo, hoy alberga los museos Marítimo, Antártico, de Arte Marino y el del propio Presidio. Se puede visitar en cualquier momento con audioguía (la entrada cuesta 50 pesos), pero vale la pena hacerlo acompañado por Horacio García, el guía que hace dos recorridas diarias, a las 11.30 y a las 18.30.
 
La cárcel conserva celdas sin modificaciones, un pabellón entero de 38 celdas casi en ruinas al que no se le ha hecho ningún cambio, objetos originales como grilletes, calefactores o artesanías que hacían los presos, y en las paredes hay fotos de los propios reclusos construyendo el edificio a fines del siglo XIX, entre muchas otras.
 
El relato ayuda a situarse en tiempo y lugar, además de detenerse en las historias de algunos presos famosos como Ricardo Rojas, Simón Radowitzky o el Petiso Orejudo. La visita termina dentro de la réplica del Faro del Fin del Mundo que contó Julio Verne, que funcionó hasta 1902 en la Isla de los Estados y del que también se conservan partes y objetos originales.
 
L a entrada ($ 120 para residentes argentinos, con descuentos a estudiantes, docentes, jubilados y familias) dura dos días y permite visitar todos los museos.
 
Clave: no deje de preguntarle a Horacio por qué el faro estaba ubicado en ese lugar. Su explicación del cruce del Cabo de Hornos que hacían los barcos a vela no está en el programa de la visita guiada, pero es un pecado perdérsela.
 
3. Valle de Lobos. El “Gato” Curutchet tiene 74 perros huskies alaskanos adultos y tres cachorros que, según dice, son los últimos. A sus 63 años, ya resolvió que dentro de una década se retirará de la actividad de criar huskies y competir con trineos tirados por perros. Hasta entonces, el Valle de Lobos ofrecerá la posibilidad de experimentar esta forma de trasladarse que, en esencia, es la misma que los esquimales ya utilizaban hace cuatro milenios. Un instructor acompaña el recorrido a través del bosque que, cuando uno anda por allí, parece infinito. Hay que ir sin miedo. Es como una montaña rusa, pero mucho más rusa que montaña. Y los instructores saben muy bien lo que hacen y los perros, todavía más.
 
En el Valle todo tiene el sello de Curutchet, quien, además de ser el primer sudamericano que compitió en la tradicional carrera Iditarod –a través de más de 700 kilómetros, en Alaska–, es maestro mayor de obras y construyó desde los trineos y los arneses de los perros hasta la casa donde está su taller y las mesas del comedor. Allí, antes o después del paseo, espera el cordero patagónico (el asado es libre y cuesta $ 270 por persona).
 
Además de los trineos hay otras actividades, como caminatas sobre raquetas de nieve y recorridas en mini vehículos 4×4. La visita completa al lugar dura cuatro horas, cuesta $ 1.500 y puede hacerse de día o de noche, a la luz de las antorchas. También está la opción de subir sólo a los trineos (por $ 500) o a las todo terreno ($ 400).
 
4. Navegación por el canal. No se trata del mundo al revés, pero está cerca. Al sur está una parte de Chile –la isla Navarino– y al norte se extiende la Argentina. También aparece la Cordillera, que aquí se alarga de este a oeste (“horizontal” en el mapa) y nos hace trasandinos: Ushuaia está de un lado de los Andes y el resto del país, del otro. Así se ven las cosas desde arriba del catamarán que sale por la bahía y empieza a navegar por el canal Beagle. La excursión (cuesta $ 600 más una tasa de puerto de $ 15) dura algo menos de tres horas. La vista de la ciudad, las montañas y las islas desde el canal es un muy buen comienzo. El plus está en las paradas o, más bien, en los acercamientos a muy baja velocidad. La primera, junto a la Isla de los Lobos, repleta de cormoranes (no son pingüinos, aunque se les parezcan), gaviotas y, claro, lobos marinos que toman sol sobre las rocas, levantan la aleta para refrescarse o nadan a unos metros de la embarcación, con llamativa gracia. L a segunda sorpresa es la vista de cerca el faro Les Eclaireurs –el más austral de la Argentina está en la Antártida–, sobre uno de los islotes de piedra del mismo nombre.
 
Conviene llevar bastante abrigo: bufanda, gorro, pasamontaña y guantes. El interior del catamarán está climatizado y casi se podría disfrutar del paseo en mangas cortas. Pero afuera y, especialmente sobre la proa –donde se pueden sacar las mejores fotos–, con el viento de frente la cosa se pone gélida.
 
5. Tren del Fin del Mundo y Parque Nacional Tierra del Fuego. Aunque se pueden hacer por separado, las excursiones del Tren del Fin del Mundo y hasta el Parque Nacional Tierra del Fuego son prácticamente una. Empieza en la Estación del Fin del Mundo (una obviedad: en Ushuaia todo es “del fin del mundo”), sobre el ferrocarril de trocha súper angosta (50 centímetros entre vías, es decir, 25 centímetros menos que La Trochita de Esquel y El Maitén, en Chubut), que hasta 1947 trasladaba a los presos que iban a talar árboles para acopiar leña, construir el pueblo y extender el ramal ferroviario. De los 14 kilómetros que tenía la vía original queda la mitad. El tren llega hasta el Parque a través de un paisaje en el que rompen la nieve los tocones que dejó la tala de los presos, los más nuevos –producto de la plaga de los castores–, el río Pipo que va y viene serpenteando y caballos salvajes, que escarban la nieve para encontrar qué comer.
 
Desde la entrada al Parque Nacional se despliegan varios senderos para recorrer a pie, entre los cuales se destaca el de la bahía Lapataia, que nace exactamente en el punto donde termina la Ruta Nacional 3, tras recorrer 3.106 kilómetros desde la ciudad de Buenos Aires.
 
En invierno, el tren sale dos veces por día, a las 10 y a las 15, a las que se agrega otra frecuencia al mediodía, en caso de haber pasajeros suficientes. El boleto cuesta entre $ 450 (clase Turista) y $ 900 (Premium, con servicio de comida y suvenires) y hay descuentos para menores de 16 años y jubilados. La entrada al Parque Nacional Tierra del Fuego cuesta $ 40 para los turistas argentinos, tiene descuento para estudiantes y es gratis para los menores de 16 y los jubilados.
 
También se puede contratar una excursión guiada que salga desde el centro de Ushuaia hasta la estación y, a la llegada del viaje en tren, acercarse en micro a los senderos del Parque, antes de volver a la ciudad ($ 1.000 más la entrada al parque, en Tolkeyen Patagonia).
 
Allí donde termina la traza de la ruta 3, la mayoría suele fotografiar los carteles que indican el final del camino, pero casi nadie repara en el lugar exacto donde termina.
 
6. Vida nocturna. Ushuaia también tiene una animada vida nocturna. En la zona céntrica, donde sea que uno esté, hay más de un bar o un restaurante que tienta a descubrir. Puede ser Dublin (clásico de los clásicos para aquellos a quienes les guste la tradición irlandesa), Christopher (con su insuperable vista del canal), el ambiente de Ramos Generales (que remite a la Ushuaia de hace un siglo), Casimiro (para degustar un cordero al asador) o cualquiera de los cien o más establecimientos del centro y los alrededores. En casi todos los lugares sirven cerveza artesanal Cape Horn y Beagle, las marcas locales más conocidas, y algunos bares elaboran las propias. Es cuestión de ir probando hasta encontrar el gusto.

Juan Tejedor
Clarín

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