Salta: un viaje hacia las puertas del cielo en el Tren a las Nubes

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El Tren a las Nubes, que asciende a más de 4.200 metros de altura en la provincia de Salta, inauguró el pasado 30 de marzo su temporada 2014. Esta formación -una obra de ingeniería adaptada al paisaje natural- es la cuarta más alta del mundo.

 
Con puntualidad, a las 7 de la mañana, los tres pitazos anuncian la partida hacia las alturas del Tren a las Nubes, una maravilla de la ingeniería civil que inauguró el pasado 30 de marzo su temporada 2014.
 
Desde la estación General Belgrano de la ciudad de Salta, y tras el corte de cintas correspondiente y la bendición religiosa, los 300 pasajeros son despedidos por la banda de música de la policía de la provincia.
 
El lento traqueteo comienza a tomar velocidad, que alcanzará una máxima de 35 kilómetros por hora, apta para apreciar lo que vendrá; una sinfonia de paisajes y colores que se van turnando a medida que se asciende por el territorio salteño.
 
Antes de subir a la formación, es menester seguir las recomendaciones para evitar problemas con la altura: un desayuno frugal, ingesta de mucho líquido, y hojas o té de coca para paliar los efectos del apunamiento.
 
La altura a la que llega finalmente el tren, 4.200 metros sobre el nivel del mar, puede jugar alguna mala pasada al viajante desprevenido, aunque todo está previsto: una ambulancia y dos camionetas siguen en paralelo el trayecto de la formación -que tiene médicos a bordo- por cualquier eventualidad.
 
El primer tramo permite al turista apreciar el suave paisaje del Valle de Lerma, a poco mas de los 1.100 metros sobre el nivel del mar, para ir ascendiendo rápido a los 1.777.
 
Mientras por las ventanillas se puede divisar la localidad de Cerillos -donde se firmó un pacto determinante para la independencia nacional-, las plantaciones de tabaco se hacen dueñas del paisaje con las montanas de fondo atravesadas de espesas y blancas nubes.
 
Por los monitores dispuestos en los vagones se puede ir siguiendo la historia de la construcción de esta obra magnífica a cargo del ingeniero norteamericano Richard Maury, a quien se le ofreció el trabajo con el objetivo de llegar al norte de Chile para facilitar el comercio entre los dos países.
 
Resulta emblemático que el trabajo se haya iniciado y terminado en dos períodos democráticos de la Argentina: en 1921 Hipólito Yrigoyen autorizó su construcción -el 20 de febrero de ese año se puso el primer riel-, y en 1948, en la presidencia de Juan Perón, se terminó de unir con Socompa, en Chile, y partió el primer tren desde el país trasandino hasta Salta.
 
Los 217 kilómetros actuales -desde la ciudad de Salta hasta el viaducto La Polvorilla- cruzan 29 puentes, 13 viaductos, 21 túneles y más de 1.400 curvas, además de hacer 2 rulos y 2 zigzag que le permiten ir tomando altura.
 
Maury desechó el sistema mecánico de cremallera que se utiliza por lo general en las formaciones ferroviarias, y se volcó al principio de adherencia del tren a las vias y a las leyes físicas, sin usar ruedas dentadas ni siquiera para las partes más empinadas.
 
De vuelta en el viaje, el tren pasa por Rosario de Lerma hasta ingresar a Campo Quijano, donde la formación toma mayor altura al internarse en una franja de Nubeselva o Selva de Yungas, todo mientras los guias que recorren el tren -pobladores de la zona- explican a los pasajeros algunas de las particulardades de lo que están viendo.
 
Las grandes paredes de piedra indican que se está atravesando la Quebrada del Toro, momento en que se cruza el viaducto del Toro, que es el más largo del recorrido: 270 metros y unos 27 metros de altura. Por las laderas montañosas aparecen los cardones, que se confunden con las nubes.
 
Las estaciones se suceden unas otras: el Alisal, Chorrillos, ingeniero Maury, gobernador Solá, Puerta Tastil, Meseta, Tacuara, Diego de Almagro -entre las que están los dos rulos-, Inchausti, Cachiñal, Abra Muñano, Los Patos, San Antonio de los Cobres, Mina Concordia, en la que la locomotora se desprende y se ubica al final, y el famoso Viaducto La Polvorilla.
 
En este última, y como bienvenida, el viaje inicial es recibido por un aguanieve que pinta de a poco la fantástica vista de esa obra extraordinaria de 224 metros de longitud en curva, por 63 de altura, donde la sensación es la de haber llegado a las puertas del cielo.
Alejandro San Martín
Télam

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