Durante la pandemia, ante la activación de vivencias de angustia y encierro, pueden surgir en algunas personas o familias los deseos de adoptar animales. En el caso de quienes ya tenían mascotas, el hecho de permanecer en la casa tiempo competo, y con un ritmo de vida mucho más relajado, permitió una interacción más fluida y afectuosa con ellos.
Aparte del cariño que se les dispensa, pueden llegar a cumplir funciones de sostén y apuntalamiento en la vida emocional. Para los niños que en estos momentos tienen limitada la vida social y escolar, los animales pueden funcionar como amigos o hermanos con quienes desplegar el juego y la fantasía.
En los últimos tiempos se ha observado un renacimiento de la cultura “pet friendly”. Se permite ingresar a algunos bares y restaurantes y hasta a negocios de ropa con mascotas. Incluso se ha extendido el veganismo y el vegetarianismo, apoyados en la preocupación de la depredación de los animales por parte del hombre. También se han modificado algunas leyes para su protección y se contemplan castigos para quienes ejerzan maltrato animal.
En la mayoría de los casos son considerados miembros de la familia, cuidados y respetados como tales. Por lo general son perros o gatos -con quienes es posible tener una interacción más directa y cotidiana ligada a la recreación-, pero también se crean lazos afectivos muy fuertes con caballos, peces, pájaros, cobayos, etc. Todo depende de qué significación afectiva tengan para quienes los adoptan. Utilizo la idea de la “adopción” porque además de encontrarlos, recibirlos o comprarlos siempre es necesario que se los “aloje” dentro del imaginario familiar. Es habitual, por ejemplo, que al pedirle a los chicos que dibujen a su familia, incluyan a las mascotas. Por todos estos motivos, su muerte o pérdida puede llegar a generar afectos de duelo tan intensos como los ocasionados por la de otros seres queridos.
El cuidado y el respeto por los animales se transmite de generación en generación, es decir, se hereda. Los animales se muestran muy receptivos a los estados anímicos de aquellos con quienes conviven. Se los suele “humanizar”: se les atribuyen pensamientos, sentimientos y deseos propios de los humanos a los que ellos responden con facilidad. Tienen sus lugares y roles asignados dentro de la casa. Es muy frecuente comprobar que se parecen mucho a sus dueños ya que copian con los años su carácter, sus horarios, sus rutinas, etc.
Sabemos de muchas historias de animales que son considerados “héroes” por salvar personas, que han recorrido cientos de kilómetros para reunirse con sus dueños o han arriesgado su vida protegiendo a sus seres queridos.
En algunos casos, su existencia puede ayudar a transitar y elaborar vivencias del crecimiento, dificultades del entorno familiar, etc. O pueden apuntalar al niño en el momento de ensayar pequeñas “separaciones” de los padres (comienzo del jardín de infantes, temor a dormir solos, llegada de un hermano a la familia, etc.).
El ocuparse de bañar, alimentar o pasear a una mascota puede contribuir a ordenar y mantener rutinas que resultan fundamentales para contrarrestar la vivencia de atemporalidad de la situación propia del encierro. La responsabilidad que implica ocuparse de un animal, para un niño o adolescente, puede convertirse en un buen ejercicio para aprender a cuidar de otros.
En el caso de las personas que viven solas, la presencia de animales mitiga la sensación de soledad. Son considerados verdaderos compañeros. El contacto con las mascotas suele tener un efecto calmante. Despiertan afectos como la ternura -que es curativa en sí misma- y sensaciones táctiles y olfativas que evocan vivencias relacionadas con el “apego”. Son depositarios -y beneficiarios- de las necesidades de contacto, caricias y abrazos que se encuentran actualmente disminuídos como efecto de la distancia social.
Por sus características, mantienen a sus dueños conectados con su mundo instintivo (espontaneidad, vitalidad, capacidad de jugar, etc.) que es un área que puede llegar a correr el riesgo de adormecerse en momentos como el actual en los que las conductas están altamente “protocolizadas”.
Se genera en torno a las mascotas un clima de juego que contribuye a distenderse y – aunque sea de a ratos- a dejar de lado la realidad externa que puede ser angustiante. Los beneficios de tener un animal de compañía son indudables y muy numerosos. Su adopción debe ser realizada con responsabilidad, con conciencia de la importancia de este acto y pensando no sólo en su aspecto “utilitario” sino como un integrante de la familia que requerirá mucho afecto y con quien se compartirán, en el mejor de los casos, muchos años de vida.