La caza, ya sea legal o furtiva, está alterando el orden de las cosas en la naturaleza. Al cebarse en los animales con los cuernos o colmillos más grandes, provoca una presión selectiva artificial que está reemplazando a la selección natural: los animales que durante millones de años han prosperado gracias a sus mayores cornamentas o enormes caninos tienen ahora más posibilidades de morir a manos de los humanos antes de pasar sus genes a la siguiente generación. Esto ha hecho que cada vez haya más elefantes sin colmillos o machos dominantes de caprinos con defensas más pequeñas. Las consecuencias ecológicas de tal vuelco aún están por determinar.
Una de las formas más intrusivas de los humanos en la vida animal es la caza por trofeos, donde lo que importa es algún rasgo característico de la pieza, como el tamaño de sus defensas. Durante toda la época colonial, los occidentales viajaron hasta África para cazar a dos de sus animales más imponentes, elefantes y rinocerontes. Como con los ciervos y cabras en el norte, cuanto más grandes fueran sus colmillos o su cuerno, más apreciada la pieza. Por ego, por fama o a saber por qué, los cazadores querían que se les inmortalizara fotografiados junto al animal abatido, como mostró el rey emérito de España, Juan Carlos, en su safari en Botsuana o el que fuera presidente de Estados Unidos, Theodore Roosevelt un siglo antes.
Esas fotografías han servido a un grupo de investigadores para comprobar que el cuerno de los rinocerontes no ha dejado de encoger desde finales del siglo XIX. Gracias a una base de datos dedicada a estos animales, pudieron recopilar y analizar 4.441 imágenes, un tercio de ellas fotografías. Casi un centenar son de ejemplares abatidos (en la mayoría aparecen sus cazadores al lado). las más antiguas son de 1886 y en las cinco especies de rinocerontes que quedan han observado la misma tendencia. Los fotografiados en los años noventa del siglo pasado (no hay imágenes más recientes) tienen un colmillo más pequeño que los cazados 100 años antes. Ya no hay caza por trofeos de estos animales, estaba acabando con estas especies. A comienzos del XX se estimaba una población de 500.000 rinocerótidos de tres especies distintas en África (las poblaciones asiáticas eran mucho más reducidas). En los años ochenta, la población era ya de unos pocos miles y una de las especies ya se puede dar por extinguida. Pero, como recuerdan los autores de la investigación, sigue habiendo caza furtiva, por lo que el encogimiento seguirá su proceso.
El investigador Oscar Wilson, coautor del trabajo con las imágenes de los rinocerontes mientras trabajaba en la Universidad de Cambridge (Reino Unido), recuerda que un cambio en el tamaño de los cuernos tiene consecuencias. “No podemos saber exactamente qué sucederá, pero los rinocerontes los usan para defender su territorio o atraer a una pareja, por lo que creemos que es probable que la disminución del tamaño del cuerno tenga algún impacto en la forma en que podrán hacer estas cosas”. Y hay otro posible efecto al que teme: “También nos preocupa que [el encogimiento] lleve a los cazadores furtivos a disparar a un mayor número de rinocerontes para obtener el mismo volumen de cuerno, matando así a más rinocerontes”, añade el ahora investigador en la Universidad de Helsinki.
El trabajo de Wilson, basado en fotografías, no les ha permitido calcular el porcentaje exacto de reducción del tamaño de las defensas de los rinocerontes. Pero sí hay datos muy concretos de los elefantes. A finales de 2021, la revista Science publicaba uno de los trabajos más ambiciosos sobre un fenómeno observado ya por los ecólogos, pero considerado hasta entonces anecdótico o circunstancial: cada vez nacen más elefantes sin colmillos. Como los rinocerótidos y otros grandes herbívoros, los elefantes son tan importantes para todo el sistema que los científicos los llaman ingenieros de los ecosistemas, por su capacidad para modificar el paisaje. Por eso, que cada vez nazcan más elefantes sin colmillos tendrá consecuencias.
El estudio de Science se apoya en casi 50 años de observaciones de una población de elefantes que ha sufrido como pocas y aún sufre la caza furtiva para arrancarles sus colmillos. A comienzos de los años setenta del siglo pasado, había en el parque nacional de Gorongosa (Mozambique) unos 2.500 proboscidios. Pero en 1977 se inició una guerra civil en el país. El parque fue zona de guerra y ambos bandos usaron el marfil para financiarse. Al acabar el conflicto, en 1992, apenas quedaban 200 ejemplares. Pero los conservadores del parque e investigadores de la Universidad de Princeton (Estados Unidos) observaron otro hecho: antes de la contienda, solo el 18,5% de las crías nacían sin colmillos. Tras terminar, el porcentaje era del 50,9%.
El investigador de Princeton Brian Arnold dijo en una nota que “los colmillos se convirtieron de repente en un problema, cuando en circunstancias naturales son órganos muy útiles para los elefantes”. Además de su función defensiva, los animales también los usan para alimentarse. De hecho, observaron que los ejemplares sin sus caninos tienen una dieta diferente. “Apuntar específicamente a las hembras con colmillos les dio a las hembras sin colmillos una gran ventaja competitiva”, añade Arnold.
No se sabe cuánto de generalizado está el fenómeno observado en el Gorongosa. Otro trabajo publicado hace unos años con datos de parques de Zambia, que comparte frontera con Mozambique, observó que la proporción de elefantes que nacían sin colmillos pasó del 10,5% en 1969 al 38,2% 30 años después. Sin embargo, en parques situados más al norte, como los de Kenia, no han detectado cambios en la proporción de crías sin colmillos, según destaca George Wittemyer, investigador de la Universidad Estatal de Colorado (Estados Unidos), que lleva más de 20 años estudiando los elefantes y los peligros que les acechan en las reservas nacionales de Samburu y Buffalo Springs, en el norte de Kenia. Sobre las consecuencias de una vida sin colmillos en su supervivencia, Wittemyer recuerda que los “elefantes asiáticos han sido seleccionados por los humanos hasta que las hembras han dejado de tener colmillos y ahí siguen”. Otra cosa distinta es su impacto ecológico: “Podemos decir que sobrevivirán sin los colmillos. Pero esto podría trastocar las interacciones de conduta y ecológicas”, concluye.
En el hemisferio norte, el encogimiento se ha cebado con las cabras. Uno de los primeros en observarlo fue el ecólogo de la Universidad de Alberta (Canadá) David Coltman. En 2003 publicó un trabajo sobre el estado de una población de muflón de las montañas, un bóvido de imponentes cuernos propio de América del Norte. Bajo el impacto de la caza, la cornamenta de los machos encogió casi en un 30% entre 1973 y 1996, cuando la caza se prohibió en la región porque quedaban muy pocos carneros de tamaño legal.
Como recuerda Coltman, “los cuernos grandes generalmente los tienen individuos de mayor calidad, por lo que sospechamos que la captura de carneros con cuernos más grandes puede hacer que una población sea menos viable”. De hecho, varios trabajos han demostrado que las dimensiones de la cornamenta está relacionada con una mayor calidad del esperma y, en generar una mejor condición física heredable. “También hemos visto que los cuernos grandes en las hembras estarían relacionados con un mayor éxito reproductivo, por lo que la caza podría tener efectos indirectos adicionales en las hembras”.
El fenómeno se ha observado en otras especies de bóvidos, como los rebecos y, en España, en la cabra montés. El ecólogo de la Universidad de Jaén Jesús Mª Pérez lleva dos décadas estudiando el impacto de la caza por trofeos en varias especies de ungulados montañosos. En un trabajo publicado en 2011, observaron que la longitud media de los cuernos de las cabras monteses de la zona del parque natural de Cazorla, Segura y Las Villas se había reducido un 15,4% entre 1975 y 1985. Mientras, en el caso del muflón del Atlas (una especie norteafricana introducida en los cotos de caza españoles), las dimensiones de su cornamenta se redujeron en un 10,9% entre 1980 y 1991. Hay que tener en cuenta que la madurez en ambas especies y, por tanto, el tamaño de sus cuernos no se alcanza hasta llegar a los 10 años en la cabra montés y ocho años en el muflón. Otro trabajo en el que intervino Pérez, midiendo las defensas de 2.815 de machos de cabra montés cazados entre 1995 y 2017, observó la misma tendencia.
“En Sierra Nevada rara vez vemos ya animales grandes viejos. O están muy bien escondidos o ya los han cazado. De hecho, muchos investigadores alertan de que los animales están siendo cazados cada vez antes”, dice el ecólogo de la Universidad de Jaén. Pero no está seguro del efecto a largo plazo de la caza sobre el tamaño de los cuernos y, sostiene, no hay consenso entre los científicos. “Para unos, es una respuesta evolutiva, pero otros dicen que la evolución va más lenta”.
Determinar el alcance del impacto de la caza es la clave. ¿Se trata solo de un golpe demográfico limitado a la eliminación física de los portadores de las mayores defensas o tiene consecuencias evolutivas y las siguietnes generaciones las tendrán más pequeñas? Marco Festa-Bianchet es director del departamento de biología de la Universidad de Sherbrooke (Canadá) y lleva años estudiando el impacto de la caza en caprinos, pero también entre los cérvidos. “Que yo sepa, no hay pruebas en los ciervos. Obviamente, hay algunos casos de efectos demográficos, si todos los grandes son eliminados, solo quedarán los pequeños, pero no hay evidencias, hasta donde yo sé, de un efecto evolutivo”.
De hecho, en el caso de los muflones de las montañas canadienses, el último trabajo publicado por David Coltman con datos de los últimos 20 años, muestra que “el crecimiento de los cuernos dejó de disminuir con el cese de la caza y estaría mostrando algunos signos de recuperación”. Sin embargo, en 2020, 30 años después de que acabara la guerra civil en Mozambique, un tercio de los elefantes del Gorongosa siguen naciendo sin colmillos.