París ha visto un aumento notable en la apicultura urbana, con más de mil colmenas en lo alto de los edificios emblemáticos y jardines comunitarios en toda la ciudad.
De hecho, los demonios que representan las gárgolas de la catedral de Notre Dame habían encontrado compañía en estos minúsculos animalitos. Diligentes enjambres de abejas poblaban algunas de las terrazas de la Catedral, y también se vieron afectadas por el voraz incendio que consumió, justo, la parte superior de este ícono de la historia y la cultura parisina.
El preocupante descenso de la población global de abejas —que cumplen la imprescindible función de polinizar las flores— ha sido la razón principal para impulsar la iniciativa de tener colmenas en las azoteas de lugares emblemáticos, restaurantes, jardines y parques. Esta iniciativa también se ha tomado urbes como Londres o Nueva York.
Los beneficios ambientales de las abejas están bien documentados. Son las responsables de la polinización de un tercio de los cultivos de alimentos del mundo.
En las últimas décadas, sin embargo, sus números han disminuido por el uso de pesticidas, a depredadores como la avispa asiática y a la agricultura comercial, que arranca hierbas con flores, elimina los setos y reduce los arbustos para dar lugar a extensos campos de cereales como el trigo y el maíz, los cuales ofrecen poco interés para esta especie.
El agotamiento de la población de abejas en algunas áreas presagia una crisis para los seres humanos. Estos animalitos han llegado a ser tan pocas en algunas zonas de China que las manzanas y peras de agricultores están haciendo el trabajo de las abejas, el polen lo recogen manualmente y lo pasan de un árbol a otro.