Chile: Alarma por posible aumento de sarna en la fauna silvestre

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La pérdida anormal de pelo por probable sarna en la fauna silvestre habría aumentado en los últimos años en Chile, sobre todo en zorros, guanacos y vicuñas. Así lo advierte un nuevo estudio que usó reportes de CONAF, ciencia ciudadana y centros de rehabilitación. A nivel internacional, la sarna ha causado estragos en animales salvajes, incluyendo un grave caso que diezmó a vicuñas y guanacos en Argentina. Los expertos claman por un sistema nacional de vigilancia para enfrentar este problema, que sería el síntoma de un planeta enfermo, pues el impacto humano en la naturaleza no solo contribuyó a que se desatara la actual pandemia, sino que también facilita la aparición de enfermedades que amenazan a las especies salvajes.

Una intensa picazón, la piel irritada que culmina con heridas y costras, y la alopecia (pérdida de pelo) localizada, son algunos de los síntomas que produce el microscópico ácaro Sarcoptes scabiei, el responsable de la sarna sarcóptica. Aunque estemos familiarizados con casos en animales domésticos como los perros, la fauna silvestre tampoco se ha librado de este ectoparásito. De hecho, aunque algunas especies experimenten solo picazones leves, otras se han visto afectadas de forma dramática, padeciendo en estados más avanzados un desbalance fisiológico que puede ocasionar la muerte de los individuos. Así ha pasado con los wombats en Australia, los zorros rojos en Europa, y los guanacos y vicuñas en Argentina.

Mientras tanto, en Chile la sarna sarcóptica ha sido reportada de forma anecdótica y dispersa durante la última década. Sin embargo, todo hace sospechar que los casos estarían aumentando. Por ello, un grupo de investigadores recopiló la información disponible sobre la presencia de mamíferos con pérdida anormal de pelo – que es el síntoma visible y compatible con la sarna – durante los últimos 15 años en áreas protegidas, y fuera de ellas a escala nacional.

De esa manera, la información recopilada cuajó en un estudio – publicado en la revista científica Perspectives in Ecology and Conservation – que encendió las alarmas al sugerir que en los últimos 15 años han aumentado los reportes de mamíferos silvestres con una pérdida anormal de pelo que sería compatible con la sarna. De acuerdo con la evidencia disponible, las principales víctimas serían los zorros chilla (Lycalopex griseus) y culpeo (Lycalopex culpaeus) y los camélidos sudamericanos, específicamente el guanaco (Lama guanicoe) y la vicuña (Vicugna vicugna). Pero eso no es todo, ya que la investigación apuntaría, además, a una probable expansión de esta enfermedad a nuevos lugares del país, como se ha observado en el periodo estudiado.

Diego Montecino, quien es epidemiólogo del programa de Salud Silvestre en la Wildlife Conservation Society (WCS) de Estados Unidos, explica que “el tema de los zorros es bastante interesante. Hay avistamientos en todo Chile, desde el Norte Grande hasta Tierra del Fuego, de zorros con pérdida de pelo y con un aspecto compatible con la sarna. En los camélidos suele estar en el extremo norte y sur, pero por un tema de ubicación geográfica donde suelen concentrarse estas especies propiamente tal”.

El estudio fue realizado gracias a la colaboración entre la Universidad de Chile, el One Health Institute de la Universidad de California en Davis y la Universidad de Los Lagos en Osorno, de la mano de los investigadores Diego Montecino-Latorre, Constanza Napolitano, Cristóbal Briceño y Marcela Uhart.

“La sarna en fauna silvestre estaría aumentando en los últimos años, especialmente en zorros y camélidos sudamericanos. La metodología para realizar este diagnóstico preliminar fue de evidencia múltiple, donde se compilaron tanto registros de ciencia ciudadana, encuestas a guardaparques de CONAF y animales enfermos recibidos en centros de rescate y rehabilitación. Esta aproximación resultó bastante interesante y exitosa para poder recabar la mayor cantidad de información posible de la situación a nivel nacional en torno a este problema que está sub-estudiado y del que muy poco se sabía hasta ahora”, detalla Constanza Napolitano, académica del Departamento de Ciencias Biológicas y Biodiversidad de la Universidad de Los Lagos, e investigadora del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).

En efecto, para obtener esos resultados, el equipo utilizó los reportes de guardaparques de la Corporación Nacional Forestal (CONAF) dentro de las áreas protegidas entre los años 2004 y 2018. En cuanto a los animales detectados fuera de parques o reservas, usaron registros ingresados por ciudadanos en el sitio web Salud Silvestre, y las bases de datos de centros de rescate y rehabilitación de fauna silvestre.

En ese sentido, Montecino advierte que “nuestros resultados indican que deberíamos prender las alarmas porque, sobre todo con la información de CONAF, se muestra que hay áreas protegidas que hace 10 o 5 años no tenían presencia de animales con pérdida anormal de pelo, y ahora sí”.

Como es de esperarse, los investigadores reconocen los límites en este diagnóstico ante la aludida falta de información, sumado a las dificultades prácticas y logísticas que implica el trabajo en terreno, la captura de ejemplares salvajes, la toma de muestras y su posterior análisis. Aún así, se omitieron reportes como aquellos que mostraban una pérdida de cabello que no coincidía con la provocada por el ácaro, y que podría corresponder, por ejemplo, a la usual muda estacional de pelaje de distintas especies.

Pero eso no fue todo.

Aunque los zorros y camélidos lideraron el ranking con pérdida anormal de pelo, también hubo registros de otras especies, como un quique (Galictus cuja) y un cururo (Spalacopus cyanus).

Al respecto, el epidemiólogo de fauna silvestre de WCS relata que “es bastante sorprendente porque hay un caso claro de un cururo, que es un roedor. No podemos confirmar que es sarna, pero tiene todo el aspecto compatible con la sarna, y también hay un reporte de un quique, que es un mustélido y carnívoro nativo, que se describió en un centro de rehabilitación, donde se aisló el parásito. Entonces, no es que solo esté ocurriendo en zorros, hay un tema de visión de cuál es la capacidad de detectar la enfermedad, pero sí puede ser que ocurra en más especies”.

De esa manera, Chile no estaría escapando de la tendencia mundial donde el minúsculo Sarcoptes scabei ha generado estragos.

Así lo recuerda Marcela Uhart, directora del Programa Latinoamericano del One Health Institute, de la Universidad de California en Davis: “Hay varios reportes de grandes impactos poblacionales a nivel internacional, por ejemplo, en los wombats en Australia, que si bien no amenaza a la especie, hay varias poblaciones de ella que se han visto muy, muy afectadas en los últimos años, y eso ocurre de manera media cíclica”.

El listado suma y sigue. Solo por nombrar algunos de los numerosos ejemplos, los brotes epidémicos de sarna en Europa han impactado a especies de ungulados como el rebeco (Rupicapra rupicapra), el rebeco cantábrico (Rupicapra pyrenaica), el íbice (Capra ibex) en los Alpes, y la cabra hispánica (Capra pyrenaica). En bóvidos como los rebecos e íbices, se llegaron a descensos poblacionales de hasta un 80% en determinados periodos.

Sudamérica no se queda atrás.

Precisamente, un caso tristemente emblemático ocurrió en el Parque Nacional San Guillermo, emplazado en Argentina, donde la sarna provocó un grave desplome de las poblaciones locales de vicuñas y guanacos. Uhart relata que “el parque se creó justamente con el objetivo de conservar los ambientes y pastizales altoandinos, y a los camélidos sudamericanos, principalmente a la vicuña, ya que abarca el extremo sur de la distribución de esta especie. En 2014 se detecta la sarna por primera vez en vicuñas y guanacos en el Parque Nacional San Guillermo, medio casualmente, se informa y no se realiza ninguna intervención. En el periodo 2014-2016, la densidad de guanacos y vicuñas bajó, en un 95% en el caso de los guanacos, y entre un 55% y 98% para las vicuñas”.

La científica argentina agrega que, a medida que la sarna se fue expandiendo, la caída en estas poblaciones fue todavía mayor, como quedó constatado en los trabajos liderados por la investigadora Hebe Ferreyra: “Durante el 2017-2018, el periodo de estudio, la densidad de guanacos y vicuñas que quedaban bajó otro 77% en el caso de los guanacos, y 68% en el caso de las vicuñas, con lo cual básicamente no quedaron camélidos en el parque”.

Como queda de manifiesto, la sarna puede acarrear devastadoras consecuencias para la fauna salvaje y, por lo tanto, para la biodiversidad. Pese a ello, no existe una evaluación integral de esta potencial amenaza en Chile. El vacío de información es considerable debido a la falta de monitoreo y de datos sistemáticos sobre la situación de las especies nativas. La poca evidencia que existe está dispersa y fragmentada en estudios, centros de rehabilitación e instituciones con algunas competencias en esta materia.

A pesar del vacío de información, no cabe duda de que el impacto humano, traducido en problemas como la degradación ambiental, tiene mucha relación con la emergencia de enfermedades infecciosas. Así lo atestigua la pandemia del coronavirus, que continúa enfermando y confinando a parte importante de la humanidad, y que fue facilitada por nuestra devastación de la naturaleza y acciones como el tráfico de especies silvestres, aumentando las chances para que los patógenos de estos seres “salten” a los humanos.

El meollo del asunto es que no solo hemos disparado contra nuestros propios pies, sino que también estamos aumentando el riesgo para la cada vez más vulnerable fauna silvestre.

El síntoma de un planeta enfermo

La crisis ambiental global generada por nuestra especie, y el movimiento de patógenos y sus huéspedes domésticos, impulsado por nosotros mismos, han facilitado la aparición de enfermedades en los animales silvestres en un mundo altamente globalizado.

La sarna no es la única enfermedad que ha generado problemas.

Algunas de las más recientes han afectado a los anfibios, los cuales han sido diezmados por la quitridiomicosis, infección provocada por el hongo quitridio o quítrido (Batrachochytrium dendrobatidis). Esta amenaza global habría sido uno de los factores detonantes que provocó la presunta desaparición de especies como el sapo de Monteverde en Costa Rica, que se presume extinto ya que no ha sido registrado desde 1989.

Este patógeno ha sido propagado por la acción humana, por ejemplo, por la introducción de especies exóticas en territorios fuera de su distribución natural, a través del intercambio comercial de anfibios para distintos fines. “Esta enfermedad es responsable de la declinación de más de 500 especies de anfibios, lo cual es una de cada 16 especies que conocemos de anfibios, y de las especies que afectó, 90 se extinguieron o se presumen extintas en vida silvestre, lo cual es gravísimo. Hay por lo menos 124 especies que han disminuido sus poblaciones en más de un 90% con lo cual están en altísimo peligro de extinción”, advierte la directora del Programa Latinoamericano del One Health Institute.

Otro caso es el síndrome de nariz blanca (White-nose syndrome) que afecta a los murciélagos, y que es causado por el hongo Pseudogymnoascus destructans. Su presencia fue detectada en el año 2006 en una caverna donde vivían estos quirópteros en Nueva York, Estados Unidos, y hasta la fecha ha diezmado las poblaciones de alrededor de 12 especies en territorio norteamericano.

Uhart advierte que “en algunas especies de murciélagos la letalidad es de un 95%, o sea, básicamente mata a casi todo lo que infecta, y se estima que la mortalidad ya ha sobrepasado los 7 millones de murciélagos en Norteamérica. Es principalmente letal para las especies de murciélagos que hibernan, ya que les afecta durante la hibernación y les agota sus reservas energéticas en un momento en que los animales están al mínimo en su metabolismo, y así los termina matando”.

Una de las hipótesis que se barajan es que esta enfermedad se introdujo a Norteamérica de forma accidental desde Europa, probablemente durante la visita de turistas a la cueva. Las esporas de este hongo pueden durar mucho tiempo en la ropa, zapatos y equipos para actividades al aire libre. Por ello, aunque las personas no enfermen, pudieron mover al hongo – sin saberlo – de un lugar a otro. Desde entonces, se ha esparcido por Estados Unidos y Canadá.

“Este hongo existe en Europa, y se documenta en los murciélagos de allá, pero en ese caso no causa problemas porque ha evolucionado con los murciélagos del continente europeo, mientras que los del continente americano no tienen esa protección conferida por la coevolución con este patógeno, causando muchísima mortalidad”, puntualiza Uhart.

La urgencia de un Programa de Monitoreo de Fauna Silvestre

En Sudamérica, esta preocupante realidad está infrarrepresentada en la literatura científica. No obstante, hay signos evidentes de alarma.

Un reflejo de aquello es lo que contamos hace un tiempo sobre el huemul (Hippocamelus bisulcus), especie heráldica en peligro de extinción que ha contraído patógenos e infecciones como la linfoadenitis caseosa, la sarna ovina, la diarrea bovina y el parapoxvirus. Todas ellas habrían sido transmitidas por animales exóticos introducidos en el país, que son usados por la ganadería, como las ovejas y vacas.

Además, el huemul ha sido desplazado de su hábitat y – podríamos especular – se ve obligado a habitar en territorios de peor calidad. Todo este coctel de factores adversos, desde la pérdida de biodiversidad, la contaminación, hasta la crisis climática, podrían aumentar aún más su vulnerabilidad ante las enfermedades.

Al respecto, Montecino asegura que “Chile es un desastre ambiental. Me imagino que con la sequía va a haber menos presa, menos presa significa estrés porque la condición corporal, la fisiología y la propia respuesta inmune va a ser menor en algunos animales. Podemos tener problemas con los contaminantes en el agua, por desechos mineros, los pesticidas de la agricultura, etc. Estos animales se empiezan a bioacumular. También puede haber un tema con el control de plagas con rodenticidas. En ciertos carnívoros hay una bioacumulación crónica que, si bien no tiene efectos letales a corto plazo, puede tener efectos crónicos en disminución del sistema inmunitario, entonces, puede ser cualquiera de estas cosas, o la suma de ellas. O puede ser ninguna”.

Volviendo de lleno a la sarna producida por Sarcoptes scabei, en el caso del Parque Nacional San Guillermo, una de las hipótesis apunta a que la enfermedad habría llegado con la introducción de llamas (Lama glama) para un programa de incentivo ganadero.

En Chile no existe claridad sobre su origen en los zorros y camélidos sudamericanos. Algunos sugieren que animales domésticos como los perros o el ganado podrían tener algún papel en el asunto, pero no existen estudios ni pruebas contundentes que respalden esas hipótesis para este caso en particular.

Montecino asevera que “el siguiente paso es ver si la sarna tiene algún impacto sobre la conservación. El impacto sobre el bienestar de los individuos definitivamente lo tiene. Es una enfermedad bastante lamentable, sufren mucho, les duele todo, les pica, tienen infecciones y fiebre, se mueren en tres meses de inanición. Ahora, desde el punto de vista de la diversidad, hay que ver si se controla sola, si se mantiene, tiene impactos, o va a quedar en algún nivel permanente durante el tiempo. Para hacer todo eso necesitamos instalar un sistema real para hacer un mejor seguimiento de estos animales”.

Efectivamente, los investigadores claman por un programa o sistema nacional de vigilancia y monitoreo de enfermedades en la fauna silvestre, que se guíe por el enfoque de “Una Salud” (One Health), es decir, que considere que la salud de los humanos está estrechamente conectada a la salud de los animales no humanos y los ecosistemas. Si una de ellas está en riesgo, todas lo están, tal como lo ha demostrado el COVID-19.

Napolitano sostiene que “es imperativo que el Estado tenga un rol más activo en estos temas y pueda avanzar en la implementación de un sistema nacional de vigilancia y monitoreo de enfermedades en fauna, con aproximación Una Salud, es decir, donde las enfermedades humanos-animales domésticos-fauna silvestre están interconectadas”. La académica de la Universidad de Los Lagos recalca que “es responsabilidad del Estado salvaguardar la salud de la fauna, la salud de los ecosistemas y la biodiversidad en Chile”.

En ese sentido, existen instituciones internacionales que reúnen a investigadores para actuar en esta materia, como la Wildlife Disease Association. También hay modelos en otros países que se basan en la colaboración público-privada, y que podrían ser replicables en el nuestro, con el fin de levantar, sistematizar y estandarizar información de forma unificada (y no dispersa como en Chile), para impulsar medidas efectivas que aborden estos desafíos.

Los modelos más comunes son aquellos donde el gobierno coordina y/o centraliza, pero trabaja colaborativamente con universidades, centros de investigación y ONG, las cuales hacen el monitoreo, reciben a los animales, elaboran los diagnósticos y aportan con información. Por ejemplo, en Estados Unidos hay un modelo gubernamental más central, e instituciones que realizan investigación que reportan información, como la National Wildlife Heatlh Center. En Australia la organización Wildlife Health Australia coordina y trabaja de forma estrecha con el gobierno y una red de entidades para el mismo fin.

La vocera del One Health Institute añade que “esos modelos de asociación público-privada son muy buenos porque son flexibles, permiten mucha transparencia e involucran al sector académico, a la ciudadanía, y son públicos y transparentes, lo cual es bien importante. Los hallazgos se comunican según los compromisos de los países a la Organización Mundial de Sanidad Animal”.

Los acuerdos entre vecinos también son de gran utilidad, como sucede entre Estados Unidos, Canadá y México, los cuales trabajan en conjunto para enfrentar brotes de enfermedades como la gripe aviar, dado que comparten corredores migratorios de aves silvestres.

Por ello, coordinar esfuerzos de forma transfronteriza entre Chile y Argentina podría ser una opción, considerando que tenemos varias especies nativas en común. “Sería interesante en el caso de Argentina y Chile tomar acciones bilaterales, de hecho, sabemos que hay guanacos y vicuñas con sarna en el norte de Chile y que, posiblemente, sea una cuestión de intercambio con lo que está pasando en el norte de Argentina y también en Perú y Bolivia, porque todas esas poblaciones son muy cercanas y no funcionan como unidades aisladas”, puntualiza Uhart.

Pero si hay algo que nos recuerda esta preocupante realidad, es que un cambio de paradigma no solo es apremiante para el propio bienestar, lo que nos evitaría más epidemias y pandemias, sino que también es fundamental para resguardar a las criaturas silvestres, ya sea porque empatizamos con ellas y reconocemos su valor intrínseco, o por nuestra dependencia de ellas, dada su crítica importancia para el funcionamiento del planeta.

Uhart sintetiza: “Básicamente, lo que hay que cambiar son todas las cosas que hacemos las personas, como nuestros hábitos de consumo, de uso y producción que son insostenibles porque generan impactos ambientales enormes, y nos predisponen a las enfermedades y pandemias, y porque generan impactos en el clima. Todo eso opera en conjunto para que tengamos cada vez una salud más degradada”.

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