La naturaleza es pródiga en maravillas, pero pocos integrantes de la fauna marina nos deslumbran como las ballenas. De un tamaño y una elegancia que dejan sin palabras, son mamíferos, respiran aire a través de pulmones y poseen una inteligencia que los biólogos todavía no alcanzan a dimensionar. Todos los años nadan miles de kilómetros para dar a luz, cuidan de sus crías y poseen un lenguaje propio.
“Por ejemplo, la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae) es conocida por sus ‘cantos mágicos’ –cuenta Luis Cappozzo, biólogo marino del Laboratorio de Ecología, Comportamiento y Mamíferos Marinos en el Museo Argentino de Ciencias Naturales–. Se comunica con su bebé con una melodía específica y se sabe que, como es ‘cosmopolita’, dependiendo del lugar del mundo donde habite, cada población tiene idiomas diferentes y hasta hay acentos particulares, como los que distinguen a un cordobés de un entrerriano”.
Después de haber estado entre las especies en peligro, aunque sus números se recuperaron tras la prohibición de su caza, en los últimos tiempos preocupa un aumento en los avistamientos y varamientos. Según Cappozzo y colegas, que firman un artículo de reciente publicación en el New Zealand Journal of Marine and Freshwater Research (https://doi.org/10.1080/00288330.2022.2130365), en el que evalúan la ocurrencia y la mortalidad antropogénica en esta población entre 2003 y 2021, “Los avistamientos y varamientos de ballenas jorobadas a lo largo de la costa de la provincia de Buenos Aires, en Argentina, que alguna vez fueron esporádicos, aumentaron hasta un 640% desde 2018”.
En el estudio, consignan que la mayoría de los individuos encontrados muertos eran animales jóvenes y el 27% mostraba signos de interacciones antropogénicas. “La información recopilada durante las últimas dos décadas indica claramente que los varamientos de ballenas jorobadas son cada vez más frecuentes y crecen en número a lo largo de la costa argentina. Para su protección, deben implementarse regulaciones gubernamentales lo antes posible”, escriben los científicos.
“En plena pandemia, una de las cosas que notamos con otros colegas es que aumentaba la frecuencia de varamientos de megafauna marina: delfines, ballenas, incluso tortugas marinas, lobos marinos y focas (que son anfibios, pero llegan a la costa y mueren)…Y empezamos a notar un crecimiento muy notorio de la frecuencia en ciertas especies de cetáceos; especialmente, de la ballena jorobada”, explica Cappozzo.
Este monumento natural se distribuye por todos los océanos del mundo, a excepción de ciertas regiones ecuatoriales, aguas cerradas como el mar Mediterráneo y algunas zonas del Ártico. Ampliamente explotadas durante el siglo XX, con más de 200.000 ballenas capturadas en el hemisferio sur, sus poblaciones ahora se están recuperando a una tasa de alrededor del 4% al 12% anual.
Estos cetáceos migran anualmente desde sus principales zonas de reproducción, en los trópicos, hacia las de alimentación, en las regiones templadas y polares de ambos hemisferios. Son viajes que pueden extenderse 8000 km, lo que los convierte en las migraciones más largas conocidas para cualquier especie de mamífero. En el Océano Atlántico sudoccidental, las áreas de reproducción se ubican a lo largo de la costa brasileña, desde donde parten siguiendo rutas migratorias costeras o mar adentro. Según este estudio, los avistamientos a lo largo de la costa argentina se volvieron más frecuentes desde 2013, y los varamientos aumentaron a lo largo del Golfo Nuevo y el San Jorge (en la Patagonia), el Canal Beagle (en Tierra del Fuego) y la Península Antártica e Islas Orcadas del Sur.
“Aunque la provincia de Buenos Aires se encuentra entre las áreas de reproducción y alimentación de las ballenas jorobadas y, por lo tanto, cerca de una ruta de migración, históricamente hubo pocos registros de avistamientos o varamientos durante los siglos XIX y XX –escriben los científicos–. Sin embargo, durante los últimos diez años se volvieron más frecuentes”.
“Empezamos a notar que muchas ballenas terminaban muriendo en la costa –dice Cappozzo–. Y entonces, como era en plena pandemia, pese a que tuvimos mucho apoyo de todos los municipios del Partido de la Costa, fue muy difícil trabajar. El principal problema son los protocolos para tomar muestras, porque nunca llegaban como correspondían y no se podían sacar conclusiones fehacientes”. Entre las hipótesis barajadas, figuran el aumento de la población, la acción de virus y toxinas, y las interacciones antropogénicas, como enredos en artes de pesca o colisiones con embarcaciones. Aunque admite que carece de las evidencias necesarias para probarlo, el científico también teme que el fenómeno se deba al ruido producido por la prospección sísmica offshore.
“Las imágenes de personas cubiertas de crudo en las playas de Mar del Plata son irreales, porque la probabilidad de que haya un derrame [suponiendo que encuentren petróleo en el lecho marino] es bajísima –aclara Cappozzo–. Las empresas tienen mecanismos de contingencia para aplicar ante accidentes. Por otra parte, el crudo flota y, si las cosas se ponen feas, cierran la válvula. El problema no es la extracción del crudo, sino la metodología de búsqueda, porque se utiliza prospección sísmica; es decir, se emiten ondas sonoras que rebotan contra el subsuelo marino y vuelven. Con esos datos, los geofísicos y geólogos pueden hacer mapas y descubrir yacimientos”.
Los barcos de exploración tienen un arnés en la parte de atrás, como un triángulo de hierro del que cuelgan entre cuatro y siete caños que miden varios kilómetros, con orificios que apuntan hacia abajo, y realizan explosiones controladas de aire comprimido que se libera en una frecuencia que hoy varía entre 250 y 265 decibeles. “Esto ‘liquida’ los tímpanos de la megafauna marina y de las aves buceadoras, destruye las vejigas natatorias de los bancos de peces que estén cerca, y el impacto en la biodiversidad puede ser tremendo –dice el investigador–. En el trabajo que acabamos de publicar no podemos asegurar que las ballenas jorobadas [que perecieron varadas en la costa] tuvieran dañado el tímpano. Pero cuando uno analiza la serie desde 2003 hasta 2021, se ve un aumento exponencial desde 2018. Esto sugiere que algo está sucediendo con esta especie en particular, pero también con otras, aunque no podemos dilucidar si se debe a cambios ambientales vinculados con el calentamiento global, la acidificación de los océanos… Lo que sí vemos claramente es que hay un incremento”.
En su documento Estado de situación. Riesgos e impacto de la prospección sísmica en el Mar Argentino, los integrantes del Foro para la Conservación del Mar Patagónico y Áreas de Influencia, también expresan preocupación. “El ruido submarino es una forma de contaminación que puede afectar negativamente a la fauna marina, desde el zooplancton hasta las grandes ballenas –afirman–. (…) Puede modificar el comportamiento habitual de los animales, enmascarar su comunicación, dificultar la percepción del entorno, desplazarlos de hábitats relevantes, provocar reacciones de estrés, interferir con sus funciones vitales, reducir la disponibilidad de presas y, en casos extremos de exposición, causar lesiones directas o incluso la muerte. La actividad hidrocarburífera es una industria que genera impactos ambientales (…). Sus efectos negativos sobre la biodiversidad, en todos sus niveles, son especialmente considerables. Asimismo, puede causar impactos negativos en actividades socioeconómicas, como la actividad pesquera y la industria del turismo de naturaleza”.
Sin embargo, desde el Instituto Argentino del Petróleo y el Gas (IAPG), una asociación civil sin fines de lucro considerada el referente técnico de la industria, no comparten estas conclusiones y ofrecen argumentos para sostener su posición.
“Por supuesto que el tema nos preocupa y consideramos que es positivo tomar todas las precauciones necesarias –afirma Fernando Halperin, coordinador de comunicación del IAPG–. Pero es importante aclarar algunos puntos. El primero es que desde hace casi dos años (mayo de 2020) no se realiza ningún tipo de exploración sísmica ni de perforación. No hay actividad petrolera fuera de la zona productiva ubicada frente a la costa de Tierra del Fuego (en un pozo que data de 2011). Por otro lado, la prospección sísmica en el Mar Argentino lleva décadas: se realiza desde fines de los 50. La inició la propia Prefectura para conocer nuestros recursos, ya que sirve también para delimitar la plataforma. Se emiten ondas sonoras que penetran el subsuelo marino, rebotan y el eco se detecta con geófonos, lo que permite cartografiar el subsuelo por medio de algoritmos. O sea, la exploración y producción offshore no son ni algo nuevo, ni esporádico. Se hacen en forma intensiva desde hace muchísimos años. Brasil, que es un país petrolero, por poner un ejemplo, extrae el 95% de su petróleo del mar”.
De acuerdo con Halperin, en la Argentina, se realizaron hasta hoy 187 perforaciones, pero solo 36 pozos están productivos, porque nunca hubo descubrimientos de importancia. “El primero se hizo a 115 Km de la costa de Villa Gesell –detalla–. Sí se encontraron importantes yacimientos de gas frente a Tierra del Fuego y en la entrada del Estrecho de Magallanes. De hecho, hoy el 17% del gas que produce la Argentina viene del mar”.
También hay que tener en cuenta, apunta, que el sonido, como la radiación, tiene un decaimiento que no es lineal, sino exponencial; o sea, decae al cuadrado de la distancia. “Cuanto uno más se aleja, más fuerte es la caída de la potencia –subraya–. Entonces, es cierto que si uno produce un boom sónico al lado de una ballena le va a dañar el oído. Pero a 500 metros, que es lo que exigen prácticamente todos los países del mundo, el ruido ya no daña. Y en la Argentina, el protocolo exige estar a una distancia de mil metros, el doble. A mil metros ya los decibeles son similares a los que alcanza una conversación en tono alto. Para constatar que no haya ballenas cerca, el protocolo exige llevar dos observadores a bordo, que deben ser biólogos independientes, sin vínculo con una petrolera. Ellos son los que dan el OK para empezar las operaciones. Además, el inicio se hace de forma suave, aumentando la potencia de a poco hasta llegar a la intensidad deseada, con lo cual se le da tiempo al cetáceo para que se aleje”.
La audiencia pública para discutir el primer pozo exploratorio offshore, que será a 350 km de distancia de la costa de Mar del Plata, se iniciará este miércoles y se extenderá durante tres días. “Si se avanza, esa perforación solo permitirá saber si hay o no petróleo. En principio, se podría construir el año que viene –explica–. Pero cualquiera sea el resultado, se abandona y queda totalmente sellada. Si es positivo, hay que hacer dos pozos ‘de extensión’ para determinar el tamaño del reservorio. Luego, si el yacimiento vale la pena, se comienza con los pozos productivos, que para el caso del área que se va a explorar ahora podrían ser unos 20”.
Por supuesto, afirma Halperin, el impacto “cero” no existe: podría desplazar algunos cardúmenes o el recorrido de algunas ballenas. Según los registros del último año, en la zona que se estudiará (llamada CAN100) no se practica la pesca comercial. “Hay que distinguir entre riesgos potenciales e impacto cierto –comenta–. Del mismo modo que ocurre en otras actividades humanas, como la aviación e incluso el transporte terrestre, se toman las precauciones necesarias para disminuirlos al mínimo”.
Cappozzo, por su parte, reclama que el Estado debiera, si habilita la exploración offshore, cobrar el costo ambiental para generar un fondo soberano y aplicarlo no solo en regiones que tengan especies de interés comercial, sino también en otras de relevancia para la conservación de la biodiversidad.