Muchos de nosotros nos sentimos bastante ansiosos por la destrucción del mundo natural. Pero los humanos no son los únicos que se estresan: al analizar las hormonas que se acumulan en el pelaje, un grupo de investigadores ha descubierto que los roedores y marsupiales que viven en parcelas pequeñas del Bosque Atlántico de América del Sur sufren más estrés que los que viven en bosques más grandes e intactos.
“Sospechábamos que los animales que habitan áreas deforestadas mostrarían niveles más altos de estrés que los animales de bosques más prístinos, y encontramos evidencia de que esto es cierto”, asegura Noé de la Sancha, investigador del Field Museum de Chicago y profesor en la Universidad Estatal de la misma ciudad, coautor del estudio publicado en ‘Scientific Reports’.
“Muchas especies en todo el mundo, pero especialmente en los trópicos, están poco estudiadas”, recuerda Sarah Boyle, del Rhodes College y autora principal del estudio. Concretamente, el Bosque Atlántico a menudo se ve ensombrecido por su vecino Amazonas, pese a ser el segundo bosque más grande de América del Sur, al extenderse desde el noreste de Brasil hacia el sur a lo largo de la costa brasileña, hasta el noroeste de Argentina y el este de Paraguay.
Desde la llegada de los colonos portugueses hace 500 años, partes de este bosque han sido destruidas para dar paso a tierras de cultivo y áreas urbanas. Hoy, queda menos de un tercio del bosque original. La destrucción del hábitat de un animal puede cambiar drásticamente su vida. Hay menos comida y territorio para todos, y el animal puede encontrarse en contacto más frecuente con depredadores o en una mayor competencia con otros animales por los escasos recursos. Estas circunstancias pueden motivar estrés a largo plazo.
Pero el estrés no es algo malo en sí mismo. En pequeñas dosis, el estrés puede salvar vidas. “Si algo te perturba y puede causar que te lastimes o mueras, la respuesta al estrés moviliza energía para lidiar con esa situación y devolver las cosas a un estado normal. Te permite sobrevivir”, asegura David Kabelik, también del Rhodes College. Por ejemplo, si un animal se encuentra con un depredador, una avalancha de hormonas del estrés puede darle la energía que necesita para huir, y luego esos niveles hormonales vuelven a la normalidad. Pero a largo plazo, el estrés puede generar problemas.
En este caso, los investigadores centraron su foco en parcelas de bosque en el este de Paraguay, que se han visto particularmente afectadas en el último siglo debido a que la región fue talada para obtener leña, ganadería y soja. Para estudiar los efectos de esta deforestación, los investigadores capturaron 106 mamíferos de áreas que van desde 2 a 1.200 hectáreas. Los ejemplares que analizaron incluían cinco especies de roedores y dos especies de marsupiales.
Los investigadores tomaron muestras del pelaje, ya que las hormonas se acumulan en el pelo durante períodos de varios días o semanas, y podrían presentar una imagen más clara de los niveles de estrés típicos de los animales más que las hormonas presentes en una muestra de sangre. “Las hormonas cambian en la sangre minuto a minuto, así que eso no refleja exactamente estrés a largo plazo”, apunta Kabelik.
De vuelta en el laboratorio, los investigadores pulverizaron el pelaje y analizaron los niveles de hormonas mediante un inmunoensayo enzimático. El equipo descubrió que los animales de parcelas más pequeñas de bosque tenían niveles más altos de hormonas que los animales procedentes de áreas de bosque más grandes.
“En particular, estos hallazgos son de gran relevancia para países como Paraguay que actualmente muestran una tasa acelerada de cambio en los paisajes naturales. En Paraguay, apenas estamos comenzando a documentar cómo se distribuye la diversidad de especies que se están perdiendo”, advierte Pastor Pérez, biólogo de la Universidad Nacional de Asunción y otro de los autores del artículo. “Sin embargo, este documento muestra que también tenemos mucho que aprender sobre cómo estas especies interactúan en estos entornos”.
Puntos críticos de transmisión de enfermedades a humanos
Según la información del Field Museum recogida por DiCYT, los resultados de este estudio van mucho más allá del Bosque Atlántico de América del Sur. “Podría aplicarse al resto de bosques del mundo”, afirma De la Sancha.
El estudio no solo arroja luz sobre cómo los animales responden a la deforestación, sino que también podría conducir a una mejor comprensión de las circunstancias en las que los animales pueden transmitir enfermedades a los humanos. “Si hay muchos mamíferos estresados, pueden albergar virus y otras enfermedades, y cada vez hay más personas que viven cerca de estas áreas deforestados que potencialmente podrían estar en contacto con estos animales”, dice De la Sancha. “Al destruir los hábitats naturales, estamos potencialmente creando puntos críticos para los brotes de enfermedades zoonóticas”.