La Universidad Nacional de Tucumán reintroduce en San Javier un mamífero al borde de la extinción

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El tapir es el mayor mamífero terrestre de Sudamérica. Habita este planeta hace 35 millones de años, lo que lo convierte en un ser primitivo.

Se han contabilizado cinco especies en algunos países americanos y del sudeste asiático. Todas están al borde de la extinción debido a la pérdida de su hábitat, a la fragmentación de sus poblaciones y a la caza.

En la Argentina se calcula que debe haber unos 2.500 ejemplares (“es un número bajo”, explica Juan Pablo Juliá, director de la Reserva Experimental de Horco Molle y miembro de la asociación internacional Tapir Specialist Group).

La reducción ha sido dramática. Por ello, el programa de reintroducción del tapir a Tucumán -liderado por la reserva- ha avanzado desde 2019 sin pausa. Se realizó el acto de traslado del primer ejemplar de tapir a su cercado de presuelta; es decir, al sitio donde posteriormente será liberado, dentro del Parque Sierra de San Javier.

“Se trata de una medida necesaria para lograr la aclimatación a su nuevo hogar. Este proceso dura aproximadamente un mes. Luego, comenzará su vida en la naturaleza”, añade Juliá.

Antes, los biólogos capacitarán a los lugareños para que, en caso de toparse con el animal, no pretendan cazarlo ni le teman.

La experiencia -única en el norte del país- podría convertirse en el puntapié de planes similares, a decir de Juliá. Para reinsertar el tapir es necesario conocer sus hábitos y para ello desde la Facultad de Ciencias Exactas se ha diseñado un sistema de rastreo con GPS: un collar satelital que se coloca en el cuello del mamífero.

Justamente, esto supone una investigación mancomunada de diferentes centros de estudio de la Universidad Nacional de Tucumán. Además del trabajo llevado a cabo por la gente de la Reserva, que depende de la depende de la Facultad de Ciencias Naturales e Instituto Miguel Lillo, la iniciativa cuenta con la colaboración del gobierno provincial, de empresas privadas y de Ciencias Exactas.

“Primero vamos a soltar dos hembras, con 15 días de separación entre ellas. Cuando estén entrando en celo, se soltará un macho. Y está previsto liberar una pareja más el año que viene”, precisa Juliá.

Si el tapir desaparece, muchas otras especies, animales y vegetales, se irán con él. Su papel en los ecosistemas es clave, ya que disemina semillas a través de la defecación; germina plantas con su orina y cambia el follaje.

Además de esa importancia ecológica, se trata de una especie de bandera o paraguas. Sucede que los naturalistas se valen de su carisma para proteger lo que viene por detrás, como ranas, insectos y murciélagos.

En América del Sur, donde hay pocos animales de más de 100 kilos, el tapir forma parte del selecto club de la megafauna. Tal vez modelado por su pasado, huye de la civilización.

La gestación es de 13 meses. Nace una cría por vez. El cachorro tiene la piel manchada, para camuflarse en el medio ambiente. Cuando es adulto, las manchas desaparecen. Se comunica con sus pares a través de silbidos y de señales olfativas.

En agosto de 2016, en la reserva de Horco Molle murió Inés, un tapir hembra de 34 años. Era considerada uno de los ejemplares más viejos del mundo que vivía en cautiverio y un ícono de la conservación.

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