En Bahía de los Ángeles, un pueblo del Mar de Cortés alejado de carreteras y aeropuertos, los pescadores han zarpado toda la vida en sus lanchas para pescar lenguado, pulpo, cabría o cochito, según la temporada. Pero desde hace 17 años, entre junio y diciembre, los pescadores se transforman en investigadores para aportar, con datos, al conocimiento científico de una de las especies marinas más desconocidas del océano: el tiburón ballena (Rhincodon typus).
Este lugar que pertenece a la Reserva de la Biosfera Bahía de los Ángeles, Canal de Ballenas y de Salsipuedes y que sigue relativamente aislado del frenesí turístico que caracteriza a esa región de México, se ha convertido en uno de los referentes para la investigación y protección de esta especie considerada En Peligro por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).
Cada año son cientos los tiburones ballena que llegan a Bahía de los Ángeles y es por eso que pescadores, científicos y habitantes del lugar conformaron, en 2008, un grupo de monitoreo comunitario llamado originalmente ‘Pejesapo’, para estudiar y proteger a este pez, el más grande conocido hasta ahora.
El fundador de la organización, el científico Abrahám Vázquez, asegura que Bahía de los Ángeles es el lugar donde se han registrado más tiburones ballena en toda la Costa Pacífico Oriental y que esta población, considerando todos los sitios del Golfo de California, “ha aportado a la base internacional (registro de individuos de esta especie a nivel mundial) más de 1250 individuos”.
El aporte del monitoreo comunitario
“Hace dos días no hubiéramos podido tener esta conversación. No hay señal de celular y apenas me instalaron un internet decente”, dice a Mongabay Latam la bióloga Vanesa Vázquez, veterinaria, especializada en biotecnología marina quién está a la cabeza del proyecto comunitario.
Sin embargo, el relativo aislamiento en el que vive la población de Bahía de los Ángeles no ha sido impedimento para convertirse en una importante fuente de información. Al contrario, la visita de los tiburones a Bahía de los Ángeles comienza en junio y dura hasta diciembre mientras el agua se mantiene cálida. Llegan siguiendo la comida, asegura Vázquez, y como la bahía es tan prolija en alimento, se quedan durante esos meses dentro de un estero (sitio donde un río desemboca en el mar), que es el tipo de zonas que prefieren, explica la experta.
Con cada visita, pescadores y científicos se sumergen para fotografiar el patrón de puntos o manchas que tiene cada animal, estas son como su huella dactilar. En este caso, registran las presentes en una de las aletas dorsales del tiburón. Luego se colocan debajo de sus panzas para determinar el sexo. De esa manera, desde que empezó el monitoreo en 2008, han logrado identificar hasta 250 animales por temporada.
A pesar de ser una especie con una amplia distribución a nivel global, se sabe muy poco sobre ellos. Por ejemplo: ¿dónde se aparean? ¿dónde nacen? ¿A dónde van cuando alcanzan la adultez y dejan el Golfo de Baja California para adentrarse en el Océano Pacífico? Son preguntas que la ciencia lleva años intentando responder.
“Desconocemos mucho de su biología, de sus hábitos. Esa es la importancia del programa de identificación con foto”, explica Vázquez.
La información levantada por el grupo de monitoreo comunitario en Bahía de los Ángeles, le ha permitido, por ejemplo, a la organización Tiburón Ballena México lograr reunir los datos necesarios para determinar algunos puntos importantes.
Uno de ellos es que los tiburones que se quedan en el Golfo de California son los “juveniles”, es decir, aquellos que no han alcanzado su madurez sexual y por lo tanto nunca se han reproducido. “El Golfo de California es como el kínder garden, la primaria y la secundaria para estos animales”, asegura la directora de la organización Tiburón Ballena México, Dení Ramírez. De hecho, “una vez que están cerca de la madurez sexual, (los tiburones) se van y ya no los volvemos a ver”, asegura la experta. “Tenemos animales que los hemos visto durante 10 años pero llegan a una talla y dejan el Golfo de California y no sabemos a dónde se van”.
Esto último lo han podido comprobar porque a ciertos ejemplares les han colocado, tanto en Bahía de La Paz como en Bahía de los Ángeles, marcas satelitales. Con ellas los científicos han podido rastrear a los tiburones ballena por hasta seis meses en aguas cercanas. Pero cuando se internan mar adentro se les pierde el rastro, explica Ramírez.
Pero, además, los datos recogidos tanto por Tiburón Ballena México como por los integrantes del proyecto Pejesapo, en Bahía de los Ángeles, han permitido establecer que alrededor del 40 % de los ejemplares que visitan el Golfo de Baja California trazan un recorrido entre las bahías de La Paz y de los Ángeles durante los seis meses que dura el arribo.
Sin embargo, el hecho de que un porcentaje de tiburones de un grupo etario específico se quede dentro del Golfo de California, no significa que exista un patrón definido en el recorrido de todos los individuos de esta especie en esa región de México. “No se van todos juntos ni el mismo animal sigue el mismo recorrido cada año. Es al azar. Mientras uno deja la Bahía de la Paz y se va al norte, otro decide irse a un lugar diferente. No siguen un patrón de migración en el que hagan un recorrido”, explica Ramírez.
Pero eso no es todo, con el correr de los años el grupo de monitoreo comunitario ha podido escuchar algo sorprendente. Hasta ahora la ciencia ha establecido que los tiburones ballenas no emiten sonidos, sin embargo en Bahía de los Ángeles aseguran lo contrario. “Sí hacen ruidos. Suenan como un tamboreo”, dice Vanessa Vázquez.
Si los tiburones ballena emiten o no sonidos, es un debate que existe actualmente entre científicos porque no existe por ahora un registro claro. Sin embargo, en Bahía de los Ángeles “llevamos años diciendo que sí hacen ruidos”, señala la experta. “Hay sonidos felices y sonidos de no me caíste bien”, precisa. De hecho, “una vez vino una muchacha con un hidrófono. Sin nadie en el agua, con las embarcaciones paradas, se escuchaba tun, tun, tun”, cuenta Vázquez, quien, además, señala que el tiburón ballena “es de las especies con el oído interno más grande en relación con su tamaño. Sería muy raro que no pudieran emitir un sonido”, dice.
El símbolo del pueblo
Uno de los símbolos del proyecto de monitoreo y conservación se llama Norma y es hembra.
Se llama así, dice Vázquez, porque su estado físico es el ideal para un ejemplar de Tiburón Ballena. Norma es también “la consentida del pueblo” porque lleva cerca de 12 años visitando la bahía cada junio, sin falta, y la han visto crecer desde los 4.6 hasta más de 10 metros aproximadamente.
“La primera vez que se vio fue casi empezando el proyecto y estaba chicona. Aquí la vieron crecer. Le pusieron así porque es una hembra impecable. No tiene ni un rasguño, nada, es inmaculada, un tiburón impecable. Es la norma de cómo tiene que verse un tiburón”, explica Vazquez.
Cuando Norma llegó por primera vez, eran tiempos en los que la población de Bahía de los Ángeles no le daba la importancia que hoy le da a estos animales. “La gente se les montaba y surfeaban arriba de ellos”, cuenta la científica. Hoy, sin embargo, el tiburón ballena se ha vuelto la especie más carismática de la bahía.
Durante la temporada en la que llegan, el Estado no permite la pesca en el pedazo de bahía que estos animales ocupan por lo que el pueblo ha dejado de vivir solo de la pesca y ha adoptado al tiburón ballena como su nuevo motor económico a través del turismo. “Si no lo conservamos y cuidamos, se acaba eso”, dice el pescador José Arce, pionero en el proyecto Pejesapo, quien ve con buenos ojos el giro económico que los tiburones han traído a su pueblo.
José Arce Smith es un hombre cuya familia llegó a la Bahía atraída por la pesca y aunque su apellido proviene de la sierra, él creció, literalmente, en el mar.
Arce es pescador (principalmente pesca jurel), guía de turistas, de científicos y promotor de la conservación del medio ambiente a través de un proyecto de jóvenes fotógrafos nativos de Bahía de los Ángeles.
Desde que tiene memoria —dice— ha estado seguro de vivir en un “lugar único” y con la llegada de investigadores a su pueblo, se dio cuenta de que también estaba a su alcance conservar las especies.
De hecho, cada día se levanta en la madrugada y toma fotos del amanecer y las comparte con sus contactos. Siempre mira algo diferente desde la misma ubicación donde las toma.
José Arce descubrió la fotografía de joven y tiene un amplio registro de la vida marina que lo rodea. Un día decidió utilizar la fotografía como una estrategia para vincular a los niños con el océano y hoy está convencido de que el apego al mar que le ha inculcado a los jóvenes a través de la fotografía ha sido de ayuda para el arraigo del proyecto Pejesapo. También para la adopción del tiburón ballena como “especie bandera” de Bahía de los Ángeles.
Joseph Díaz López es uno de los adolescentes que entró en el programa. Se lo ganó por su rendimiento escolar en la escuela primaria.
“Comenzaron los viajes a la bahía, a la zona costera de manglares. El Güero (José Arce) nos fue llamando cada vez más. Las primeras cámaras nos las prestaba él. Poco a poco fueron llegando las cámaras más mejorcitas”, cuenta.
Su primera exposición fue en el parque del pueblo, hace cinco años. Pegaron las fotos ahí y la gente comenzó a ver la vida marina más allá de lo que alcanza la mirada. Después vinieron varias exposiciones más: en La Cobacha (una pequeña galería de arte de cuatro paredes), después expusieron al Museo Caracol (en la ciudad de Ensenada) y después la Universidad Iberoamericana.
Eso —cuenta Arce— les cambió la vida. Y Joseph está de acuerdo: “Es diferente la forma de pensar y de valorar. Es un entorno demasiado hermoso. Es un lugar en el que te puedes acostar media hora para tomar una foto de un cangrejo y todas las fotos te van a encantar y una te va a gustar demasiado”, dice.
Así es como de la experiencia del monitoreo comunitario de tiburones ballena han surgido, por un lado, valiosos datos para que la ciencia pueda comprender a estos misteriosos animales y así conservarlos, pero también otros proyectos para seguir vinculando a los habitantes de Bahía de los Ángeles con la biodiversidad del Mar de Cortés y sembrar en ellos la necesidad de cuidarla.