Durante décadas, las latas de conserva fueron aliadas indispensables en la cocina moderna. Fáciles de almacenar, duraderas y prácticas, ya que son ideales para las emergencias culinarias de la vida cotidianas por igual. Pero tras su aparente inocuidad, estudios recientes alertan sobre riesgos químicos vinculados a sus materiales.
La estructura interna de las latas suele incluir recubrimientos que impiden el contacto directo entre el alimento y el metal. Sin embargo, algunos de estos compuestos pueden migrar al contenido, especialmente si este es graso o si se aplica calor, como sucede en contextos de camping o al recalentar directamente en el envase.
La migración de sustancias como el bisfenol A y sus derivados, reconocidos disruptores hormonales, representa un riesgo acumulativo. Aunque muchas latas cumplen con los límites establecidos por organismos europeos, una exposición constante a bajas dosis puede afectar la salud a largo plazo, sobre todo en niños y personas mayores.
Especialistas señalan que el problema se agrava al reutilizar líquidos de cobertura, como el aceite de atún, para aliñar ensaladas u otros platos, incrementando la ingesta de compuestos químicos.

Los envases también contaminan
Las pruebas de laboratorio revelan que el contenido graso favorece la absorción intestinal de estos compuestos. Además, el calor acelera su liberación, lo que convierte prácticas comunes en potenciales fuentes de riesgo. Estos hallazgos ponen sobre la mesa una preocupación ambiental y sanitaria vinculada al consumo diario.
Más allá del BPA, algunos compuestos detectados aún no están regulados, por lo que se desconoce su impacto a largo plazo. La contaminación no solo se limita al momento de consumo: también afecta al entorno cuando los envases no son gestionados adecuadamente.
La creciente conciencia ecológica impulsa a repensar nuestros hábitos de compra y uso. Elegir conservas en vidrio, evitar calentar envases metálicos o limitar la reutilización de líquidos son pasos hacia una alimentación más segura.
Promover una ciudadanía informada es clave para reducir la exposición a sustancias tóxicas y minimizar el impacto ambiental. Cambiar pequeñas prácticas cotidianas puede marcar una gran diferencia en la salud de las personas y del planeta.

Impacto ambiental de las latas: más allá de la salud
Además del riesgo para la salud humana por migración de sustancias químicas, las latas de conserva generan un importante impacto ambiental. Su producción implica una elevada huella de carbono, ya que requiere el uso de metales como el aluminio o el acero, cuya extracción y procesamiento son altamente contaminantes.
La fabricación de estos envases consume grandes cantidades de energía y agua, y emite gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. Aunque muchos de estos materiales son reciclables, no siempre llegan a las plantas de reciclado, especialmente en zonas donde la gestión de residuos es deficiente.
Cuando las latas no se recuperan adecuadamente, terminan en vertederos o en entornos naturales, donde pueden tardar hasta 100 años en degradarse. Esto no solo genera residuos persistentes, sino que también contamina suelos y cursos de agua, afectando a la biodiversidad local.
Además, el aumento en la demanda global de productos enlatados promueve una economía lineal basada en el consumo y descarte, contraria a los principios de sostenibilidad. Por eso, reducir el uso de latas y apostar por envases reutilizables o compostables se vuelve urgente para mitigar su huella ecológica.