La invasión de microplásticos, apenas perceptibles a simple vista, están presentes en el mar, ríos, lagos e incluso en el hielo de los polos y los suelos más remotos del planeta.
Su pequeño tamaño los hace biodisponibles, y a menudo se confunden con el plancton marino, ingresando así en la cadena alimentaria. En la cúspide de esta cadena están los grandes depredadores, incluidos los seres humanos, que llevan décadas consumiendo, bebiendo e incluso respirando partículas de plástico.
Hace solo 20 años, un grupo de científicos acuñó el término “microplásticos”. Ahora, estos mismos investigadores publican una revisión en la revista Science, destacando lo que se ha descubierto desde entonces. La conclusión es clara: la acumulación de datos sobre la alta presencia de microplásticos en el medio ambiente y sus peligros exige una acción global para reducir su impacto.
Aunque el plástico ha sido parte fundamental de la infraestructura de nuestras sociedades desde mediados del siglo XX, no fue hasta 2004 que se empezó a hablar específicamente de los microplásticos. La invasión de microplásticos con minúsculos fragmentos han permeado nuestro entorno y requieren una respuesta urgente.
Los microplásticos, apenas perceptibles a simple vista (especialmente los más grandes), están presentes en el mar, ríos, lagos e incluso en el hielo de los polos y los suelos más remotos del planeta. Su pequeño tamaño los hace biodisponibles, y a menudo se confunden con el plancton marino, ingresando así en la cadena alimentaria. En la cúspide de esta cadena están los grandes depredadores, incluidos los seres humanos, que llevan décadas consumiendo, bebiendo e incluso respirando partículas de plástico.
Los microplásticos, con un tamaño de apenas unas micras, se confunden con el plancton y son ingeridos por diversas especies marinas. Se ha documentado su presencia en más de 1.300 especies de peces, aves y mamíferos, incluso en los seres humanos. Aunque no hay pruebas definitivas de que estén relacionados con la disminución de la calidad del esperma humano, existe una correlación temporal preocupante.
Recientemente, se ha investigado el impacto de los microplásticos en la salud. Además, han surgido estudios sobre los nanoplásticos, aún más pequeños y biodisponibles. Sin embargo, seguimos con incertidumbres y necesitamos refinar nuestras metodologías para detectarlos y comprender su origen.
En resumen, la acumulación de plástico en nuestro entorno es alarmante, y debemos actuar de manera global para reducir su impacto. El ritmo de llegada de más plástico supera la capacidad de la Tierra para asimilarlo mediante procesos naturales de mineralización.
Los plásticos biodegradables a menudo no cumplen su promesa y, en realidad, se fragmentan en trozos más pequeños. Esta paradoja hace que lo que parece amigable con el entorno sea más dañino, ya que acelera la descomposición del plástico, facilitando su ingesta por parte de los seres vivos. Desde 2019, la Comisión Europea ha prohibido los plásticos oxobiodegradables, que se descomponen mediante la acción del oxígeno pero persisten en el medio ambiente.
Tanto el profesor Thompson como la investigadora Morales son parte de la Coalición de Científicos para un Tratado Efectivo sobre los Plásticos. Abogan por reducir nuestra dependencia del plástico y enfocar las medidas en el inicio de la cadena de producción, no solo en los consumidores y evitar que la invasión de microplásticos siga en aumento. En noviembre, Naciones Unidas podría lograr un acuerdo mundial vinculante sobre este tema. Morales destaca el éxito del Tratado de Montreal sobre los CFC, que en 1987 prohibió estos gases dañinos para la capa de ozono. La clave está en analizar qué plásticos son esenciales y buscar alternativas sostenibles. Aunque han pasado 30 años desde aquel acuerdo, el agujero de la capa de ozono finalmente comienza a recuperarse.
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