Menos biodiversidad llevó al colapso ecológico tras la Gran Extinción

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Un estudio sobre la evolución de los ecosistemas marinos durante la extinción masiva del Pérmico-Triásico ha revelado que la pérdida de biodiversidad impulsó el colapso ecológico tras aquel evento.

A lo largo de la historia de la vida en la Tierra se han producido varias extinciones masivas, la mayor de las cuales fue la del Pérmico-Triásico, también conocida como la Gran Mortandad, que tuvo lugar hace 252 millones de años. Aunque en general los científicos están de acuerdo en sus causas, la forma exacta en que se desarrolló esta extinción masiva, y el colapso ecológico que le siguió, sigue siendo un misterio.

En el nuevo estudio, publicado en Current Biology, los investigadores analizaron los ecosistemas marinos antes, durante y después de la Gran Mortandad para comprender mejor la serie de acontecimientos que condujeron a la desestabilización ecológica.

Al hacerlo, el equipo internacional del estudio –compuesto por investigadores de la Academia de Ciencias de California, la Universidad China de Geociencias y la Universidad de Bristol (Reino Unido)– reveló que la pérdida de biodiversidad puede ser el presagio de un colapso ecológico más devastador, un hallazgo preocupante dado que el ritmo de pérdida de especies en la actualidad supera al que se produjo durante la Gran Extinción.

“La extinción del Pérmico-Triásico sirve de modelo para estudiar la pérdida de biodiversidad en nuestro planeta en la actualidad –afirma en un comunicado el doctor Peter Roopnarine, Conservador de Geología de la Academia–. En este estudio, determinamos que la pérdida de especies y el colapso ecológico se produjeron en dos fases distintas, y que esta última tuvo lugar unos 60.000 años después del desplome inicial de la biodiversidad”.

El suceso en sí acabó con el 95% de la vida en la Tierra, es decir, con 19 de cada 20 especies. Probablemente desencadenado por el aumento de la actividad volcánica y el subsiguiente incremento del dióxido de carbono atmosférico, provocó condiciones climáticas similares a los problemas medioambientales actuales provocados por el hombre, como el calentamiento global, la acidificación de los océanos y la desoxigenación marina.

Para realizar el estudio, los investigadores examinaron fósiles del sur de China de un mar poco profundo durante la transición del Pérmico al Triásico para recrear el antiguo entorno marino. Clasificando las especies en gremios, o grupos de especies que explotan los recursos de forma similar, el equipo pudo analizar las relaciones entre presas y depredadores y determinar las funciones que desempeñaban las antiguas especies. Estas redes tróficas simuladas proporcionaron representaciones plausibles del ecosistema antes, durante y después de la extinción.

“Los yacimientos fósiles de China son perfectos para este tipo de estudios, ya que necesitamos abundantes fósiles para reconstruir las redes tróficas –explica el profesor Michael Benton, de la Universidad de Bristol–. Las secuencias rocosas también se pueden datar con mucha precisión, por lo que podemos seguir una cronología paso a paso para rastrear el proceso de extinción y la eventual recuperación”.

“A pesar de la pérdida de más de la mitad de las especies de la Tierra en la primera fase de la extinción, los ecosistemas se mantuvieron relativamente estables”, afirma el doctor Yuangeng Huang, investigador de la Academia, ahora en la Universidad China de Geociencias.

Las interacciones entre especies sólo disminuyeron ligeramente en la primera fase de la extinción, pero se redujeron significativamente en la segunda, provocando la desestabilización de los ecosistemas. “Los ecosistemas se vieron empujados a un punto de inflexión del que no pudieron recuperarse”, prosigue Huang.

Un ecosistema en su conjunto es más resistente a los cambios ambientales cuando hay varias especies que desempeñan funciones similares. Si una especie se extingue, otra puede ocupar ese nicho y el ecosistema permanece intacto.

“Descubrimos que la pérdida de biodiversidad en la primera fase de la extinción fue principalmente una pérdida de esta redundancia funcional, dejando un número suficiente de especies para realizar funciones esenciales –apunta Roopnarine–, pero cuando más tarde se produjeron perturbaciones ambientales como el calentamiento global o la acidificación de los océanos, a los ecosistemas les faltó esa resistencia reforzada, lo que condujo a un colapso ecológico abrupto”.

Para el equipo del estudio, sus hallazgos subrayan la importancia de tener en cuenta la redundancia funcional a la hora de evaluar las estrategias modernas de conservación y recuerdan la urgente necesidad de actuar para hacer frente a la actual crisis de biodiversidad provocada por el hombre.

“Actualmente estamos perdiendo especies a un ritmo más rápido que en cualquiera de los anteriores episodios de extinción de la Tierra. Es probable que estemos en la primera fase de otra extinción masiva más grave –advierte Huang–. No podemos predecir el punto de inflexión que llevará a los ecosistemas al colapso total, pero es un resultado inevitable si no invertimos la pérdida de biodiversidad”.

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