Una de las principales promesas de campaña del candidato Joe Biden fue retornar al Acuerdo de París y reactivar las políticas climáticas de Obama. Y a partir de ahora, esa promesa se va a convertir en mandato presidencial.
Estados Unidos vuelve al sentido común también en medio ambiente. Entre las propuestas de su “Plan Biden para una revolución de energía limpia y justicia ambiental”, el entonces candidato destacaba “integrar plenamente el cambio climático en nuestras estrategias de política exterior y seguridad nacional, así como en nuestro enfoque comercial”. Y tiene intención de cumplirla. Para llevarla a cabo, ha elegido a un viejo conocido de quienes seguimos la política climática internacional: John Kerry. El exsecretario de Estado con Obama, incansable activista medioambiental, protagonizó uno de los momentos más emotivos de la firma del histórico Acuerdo de París, que tanto contribuyó a alcanzar, al hacerlo con su pequeña nieta Isabelle en brazos.
Nombrado ahora comisionado internacional para el Clima, un cargo de alto rango con voz y voto en el inaccesible Consejo de Seguridad Nacional, Kerry volverá a viajar por el mundo para anunciar el renovado compromiso de Estados Unidos en la lucha contra la crisis climática y el firme compromiso presidencial de situar el medio ambiente en el centro de la nueva política exterior norteamericana. Otro paso de gigante ha sido la creación de una nueva oficina de la Casa Blanca que velará por el cumplimiento de los acuerdos en materia de medio ambiente en toda la Administración. Para dirigirla, ha elegido a Gina McCarthy, la que fuera presidenta de la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) con Obama. McCarthy tendrá un papel muy poderoso dentro del Gobierno federal, al contar con capacidad legislativa para imponer nuevas normativas a todas las agencias federales para que reduzcan sus emisiones, sin la necesidad de ser aprobadas por el Congreso. Y es que uno de los objetivos del mandato Biden/Harris que se inicia hoy es establecer las bases de actuación para que Estados Unidos logre reducir sus emisiones de gases con efecto invernadero a cero antes de 2050, convirtiéndose así en una economía neutra en carbono.
Según los analistas internacionales del Consejo de Comunicaciones Estratégicas Globales (GSCC, por sus siglas en inglés), una red internacional de profesionales de la comunicación en el campo del clima y la energía, las primeras acciones que podría llevar a cabo la nueva Administración norteamericana es la suspensión de los acuerdos que fomentan el ‘fracking’ y la producción de petróleo y gas en Argentina. Una polémica inversión llevada a cabo por la Administración Trump a la que se opusieron varios senadores de EEUU, incluida la actual vicepresidenta, Kamala Harris, reconocida adalid del medioambiente. Como recuerdan los expertos del GSCC, entre 2010 y 2019, el Banco de Exportación e Importación de los Estados Unidos destinó la mayor parte de sus inversiones en el extranjero a promover los combustibles fósiles, y en 2020 concedió un préstamo de 5.000 millones de dólares al proyecto de gas natural licuado (GNL) de Total en Mozambique. Biden, en cambio, ha declarado que frenará esas inversiones, prohibirá los subsidios a los combustibles fósiles en el extranjero y presionará al resto de países del G-20, incluido China, para que hagan lo mismo.
Las palabras del ya presidente en ese sentido no pueden resultar más esperanzadoras: “Lograr una economía de energía limpia al 100% no es solo una obligación: es una oportunidad. Debemos avanzar hacia un futuro de energía limpia de forma plena, no solo por todos nosotros hoy, sino por nuestros hijos y nietos, para que su futuro sea más saludable, más seguro y más justo”. No tenemos tiempo que perder ante la crisis climática, y sin el respaldo norteamericano, todo era más difícil. Las intenciones del flamante presidente de Estados Unidos invitan al optimismo. Esperemos que esos buenos propósitos den paso muy pronto a actuaciones concretas y aún estemos a tiempo de evitar los peores escenarios.