Difícil imaginar el comercio internacional sin el papel que juegan los barcos en la cadena de suministros. A bordo de sus bodegas y entre las pilas de contenedores que transporta en cubierta se mueve alrededor del 77% del comercio exterior de la Unión Europea y el 35% del intracomunitario, según las cifras recogidas por la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA).
El reverso de esos porcentajes, como recoge el organismo comunitario, es el volumen de contaminación que provoca: aproximadamente el 13,5% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero generadas por el sector del transporte en la UE, proporción que queda por detrás del terrestre, pero que en 2019 equivalía a 1,63 millones de toneladas de dióxido de azufre.
En el sector ya hay movimientos para paliar esas emisiones. Hay quien opta por apostar por el hidrógeno o los buques eléctricos y quien busca nuevas opciones para sacar mayor partido del que históricamente ha sido el gran aliado del tráfico marino: el viento, ya sea volviendo a los viejos veleros o con nueva tecnología que ayude a aprovechar al máximo su impulso.
En ese camino el sector acaba de dar un paso valioso.
Un transporte menos contaminante
Hace unos días el Puerto de Newcastle, en Australia, informaba de que acababa de recibir en su viaje inaugural al Shofu Maru, el primer buque granelero del mundo que funciona en parte gracias al impulso de la energía eólica. El navío, con un registro de 100.422 toneladas (tn) de peso muerto, 235 metros de eslora y una manga de 43, es propiedad de la naviera japonesa Mitsui OSK Lines (MOL).
Si resulta tan especial es sin embargo por la tecnología que incorpora para respaldar su movimiento: el sistema Wind Challenger, una vela rígida telescópica capaz de sacar partido de las rachas.
“Desarrollado principalmente por MOL y Oshima Shipbuilding, utiliza una vela dura telescópica que aprovecha la energía del viento para propulsar el buque. La instalación del sistema permite reducir la cantidad de combustible utilizado para su funcionamiento, lo que se espera que reduzca el impacto ambiental y mejore la eficiencia económica”, anotan desde Mitsui OSK Lines.
La estructura está fabricada con fibra de vidrio y puede alcanzar una altura de 55 metros, lo que facilita al barco encargarse de la misión que tiene encomendada: el transporte de carbón.
El sistema —precisa Offshore Energy— permite que los mercantes logren reducir de forma significativa el consumo de combustible y emitan alrededor de un 5 u 8% menos de gases de efecto invernadero. El propio Puerto de Newcastle calcula que la vela rígida reducirá las emisiones nocivas del Shofu Maru en su viaje entre Japón y Australia en un porcentaje que ronda el 5%.
La naviera japonesa no plantearía quedarse solo en la experiencia de Shofu Maru. En agosto la compañía anunció sus planes de equipar un segundo granelero con el sistema de Wind Challenger que se dedicará al movimiento de pellets de madera. El plazo de entrega que se maneja es 2024.
Otra de las propuestas que tiene sobre la mesa es la de aprovechar las velas de rotor (rotor sail), que podrían aportar un extra también aprovechando el impulso del viento y reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero. Hace justo un año la firma nipona publicitó un acuerdo precisamente para valorar la capacidad de los dispositivos, de la británica Anemoi Marine Technologies.
Los sistemas de Wind Challenger o Anemoi Marine no son los únicos que buscan aprovechar al máximo el viento para impulsar los navíos. Otra solución igual que interesante es la de Airseas. Su apuesta pasa por el uso de gigantescas cometas, de 500 metros cuadrados, que se despliegan para aprovechar la fuerza de las rachas. Su dispositivo se llama “Seawing” y según las estimaciones de la compañía permitiría a las embarcaciones recortar en un 20% el consumo de combustible.
El objetivo está claro en todos los casos: lograr un transporte marítimo más ecológico.