Científicos alertan sobre el creciente riesgo de explosión de un supervolcán

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“Es hora de prepararse” ante la nada remota posibilidad de que un supervolcán explote en un futuro cercano. Una explosión que, dependiendo de su magnitud, puede causar un cambio climático global abrupto y el colapso de la civilización, tan letal como el impacto del asteroide que acabó con los dinosaurios y el 75% de las especies.

Ese es el inequívoco mensaje de un artículo recientemente publicado en la prestigiosa revista científica Nature, que también hace una fuerte crítica a la pasividad de la clase política y la falta de inversión en la prevención y preparación ante estos eventos catastróficos. Haciendo un paralelismo con la gestión chapuza de la crisis del Covid-19, afirman que podríamos evitar la pérdida de miles de millones de vidas y trillones de dólares a nivel global con una inversión mínima.

“Durante el próximo siglo, las erupciones volcánicas a gran escala tienen cientos de veces más probabilidades de ocurrir que los impactos de asteroides y cometas, juntos,” afirman el vulcanólogo de la universidad de Birmingham Michael Cassidy y la investigadora de riesgos existenciales de la universidad de Cambridge Lara Mani. “El impacto climático de estos eventos es comparable, pero la respuesta es muy diferente”.

Un peligro cierto

Según los vulcanólogos, hay 20 supervolcanes conocidos en la Tierra. Y si uno entrara en erupción, causaría un invierno volcánico durante años que eliminaría la agricultura y la ganadería, causando una crisis de alimentos mundial en sólo 74 días, según las Naciones Unidas. Según Cassidy y Mani, aunque se sabe a ciencia cierta que el peligro de los supervolcanes es claro y presente, no se están tomando medidas para anticiparse a las erupciones o prevenir el potencial impacto económico y social.

“Los datos recientes [extraídos de] los testigos de hielo [de ambos polos] sugieren que la probabilidad de una erupción con una magnitud 7 (10 o 100 veces mayor que la explosión del Hunga-Tonga) o mayor en este siglo es de 1 entre 6”, afirman.

Una posibilidad entre seis es un riesgo muy alto, mucho más grande de lo que anteriormente se suponía. Según uno de los estudios más recientes, publicado en 2021, se detectaron 1.113 firmas erupciones en el hielo de Groenlandia y 737 en la Antártida, con 97 eventos que probablemente tuvieron un impacto climático equivalente al de una erupción de magnitud 7 o superior. Estos eventos, afirman, ocurren aproximadamente una vez cada 625 años. Los eventos de magnitud 8, aproximadamente una vez cada 14.300 años.

En su análisis, los científicos apuntan a que una explosión de magnitud siete tendría un efecto en cascada por todo el tejido económico y social global: “Los impactos a nivel mundial afectarían en cascada al transporte, la alimentación, el agua, el comercio, la energía, las finanzas y las comunicaciones”, afirman. Y, aunque la explosión no fuera tan grande como ocasionar el efecto de un invierno nuclear a nivel planetario, el coste sería incalculable.

En la explosión del Hunga-Tonga, por ejemplo, los efectos se notaron por todas las costas del Pacífico. Según las simulaciones, si hubiera ocurrido “cerca de una alta concentración de rutas marítimas vitales, redes eléctricas u otra infraestructura global crucial, habría tenido repercusiones en las cadenas de suministro, el clima y los recursos alimentarios en todo el mundo”. Para ellos, esa explosión fue el equivalente de un asteroide que roza la Tierra.

Alerta y soluciones

Cassidy y Mani piden urgentemente un incremento en la inversión de monitorización de actividad global en los volcanes activos conocidos que incluyan todo tipo de medidas más allá de los clásicos sismógrafos. La monitorización del gas o las deformaciones del terreno — que van aumentando a medida que se aproxima la erupción — ayudaría a crear modelos de predicción con los que evitar un coste humano a nivel local y regional. La información y recomendación de los modelos debería además notificarse de forma permanente y abierta a las zonas que podrían verse afectadas, tanto en las regiones de los volcanes como, cuando sean marinos o en islas, a las zonas costeras que pudieran ser afectadas por un tsunami.

También apuntan a la inversión en la investigación de contramedidas para paliar el efecto de las partículas y gases de una erupción masiva. El objetivo sería desarrollar sistemas que compensen el efecto de un invierno nuclear, calentando la atmósfera. El artículo no ofrece ninguna solución sobre cómo parar estos supervolcanes, aunque menciona un estudio de la NASA del que ya hemos hablado en estas páginas. En 2016, el comité de defensa planetaria de la NASA ya dijo que está más preocupado con que la erupción de un supervolcán “acabe con la humanidad” que con la llegada de un asteroide destructor.

El plan de la NASA

La NASA apunta al caso de un supervolcán como Yellowstone, con un volumen de 10,667 kilómetros cúbicos sólo en su cámara de magma más superficial y 30 trillones de kilogramos de magma. Este volcán produce tanta energía que podría suministrar electricidad a todo el planeta dos veces. La única manera de evitar que Yellowstone o cualquier otro volcán o supervolcán entre en erupción, dice la agencia espacial norteamericana, es extrayendo el calor que se acumula en su interior. En el caso de Yellowstone, el calor que sale a la atmósfera es del 60 al 70% del total que produce, pero si fuéramos capaces de incrementar la extracción de calor en un 35%, el mayor supervolcán conocido nunca entraría en erupción. Y además, EEUU podría satisfacer su demanda eléctrica.

Para hacerlo, proponen excavar varios pozos de 10 kilómetros de profundidad en puntos estratégicos y hacer circular agua para usarlo como fuente de energía termal.

Esto extraería calor del volcán, reduciendo su temperatura poco a poco, año tras año. El coste del proyecto de esta central térmica sería de unos 2.980 millones de euros y ya existe la tecnología para realizar pozos de ese tamaño utilizando plasma.

Pero, como también denuncian Cassidy y Mani, la NASA ya apuntó en su día a que no hay voluntad política o social para prevenir o paliar estos eventos, que sabemos a ciencia cierta ocurrirán tarde o temprano. Esto es algo que también ocurre con las tormentas solares y otros peligros cuyos efectos podríamos evitar con una ridícula inversión en comparación con el coste de miles de millones de vidas humanas y el colapso de la civilización tal y como la conocemos.

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