La Estación Experimental Agropecuaria (EEA) del INTA Chubut trabajó durante más de tres décadas para restaurar sitios impactados por derrames de hidrocarburos en la región. Con la implementación de protocolos en colaboración con productores y empresas, lograron la revegetación de más de 500 hectáreas utilizando plantas nativas de zonas áridas.
En ese sentido, en un esfuerzo por prevenir y controlar la contaminación ambiental que afecta los recursos naturales y la producción agropecuaria en la Patagonia, el Grupo de Pastizales de la EEA del INTA Chubut lideró la rehabilitación de sitios impactados por la actividad petrolera.
La investigadora Adriana Beider, integrante del Grupo de Pastizales del INTA Chubut, resaltó los avances logrados: “Después de años de investigación y experimentación adaptativa, hoy contamos con unidades demostrativas en canteras y picadas, donde se evaluaron diversas prácticas de laboreo y revegetación con especies arbustivas y pastos”.
La propuesta técnica desarrollada aborda aspectos como la modificación topográfica, la mitigación de procesos erosivos y la recuperación de la cobertura vegetal, siendo un hito significativo en la restauración ambiental de la región.
“Detener y retirar el material contaminante fue nuestro primer paso crucial, pero nos planteamos un desafío aún mayor: la restauración de estos sitios”, afirmó.
El impacto positivo en el ambiente de las plantas nativas
La propuesta del INTA se centró en la revegetación de las áreas afectadas, con prácticas de bajo costo y mantenimiento.
“Planificamos cuidadosamente los laboreos previos para crear condiciones propicias para el establecimiento de especies nativas y exóticas adaptadas a nuestro clima. Queremos devolverle la vida a estos lugares”, subrayó la experta.
Además, en la tarea de rehabilitar taludes, puntos críticos con pendientes inestables, el equipo del INTA implementó paños de contención y polímeros de retención de humedad.
“Estos métodos aceleran el establecimiento de la cobertura vegetal, siendo esenciales para el éxito de nuestro enfoque”, explicó con entusiasmo la investigadora líder del proyecto.
“Hemos logrado establecer plantaciones de arbustos en condiciones desafiantes, superando el 50% de tasa de establecimiento”, destacó con orgullo.
En el corazón de Trelew, el Vivero de Especies Nativas emerge como un espacio de remediación ambiental. Ante la necesidad crítica de material vegetal para la revegetación de áreas afectadas por derrames de hidrocarburos, el INTA canalizó sus esfuerzos en las plantas nativas.
Su misión es identificar, investigar y domesticar especies autóctonas, especialmente aquellas arraigadas en la flora patagónica.
Las “joyas” del vivero incluyen el Grindelia chiloensis, conocido como el “botón de oro,” y el Senecio filaginoides, apodado “charcao,” ambas destacadas por su capacidad colonizadora y rápido crecimiento.
No obstante, estos arbustos no solo resisten las condiciones adversas del entorno, sino que también desempeñan un papel crucial en la restauración autogénica de áreas degradadas. Al concentrar recursos escasos como suelo, nutrientes y agua, crean auténticas islas fértiles en las regiones áridas.
Con una producción anual que oscila entre 8000 y 50.000 plantines, el vivero se convirtió en un epicentro de esfuerzos sostenibles para restaurar la riqueza vegetal de la región.
El trabajo se inició en la década del 90 y refleja un compromiso
En este contexto, el INTA no solo impulsa investigaciones y aplicaciones prácticas, sino que también capacita a diversos actores locales, desde trabajadores petroleros hasta organizaciones de la sociedad civil.
Fomentan la comprensión y participación en la temática ambiental.
Este enfoque integral no solo regenera la flora, sino que también crea nuevas oportunidades de empleo para los pobladores locales y empresas de la zona, enhebrando un tejido de sostenibilidad en el corazón de la Patagonia.
En la década de 1990, el Grupo de Pastizales del INTA Chubut, liderado por Molina Sanchez, Viviana Nakamatsu, Jorge Luque y Nicolás Ciano, enfrentó la problemática de los derrames de hidrocarburos en la región.
Tras exhaustivos ensayos, desarrollaron protocolos que se convirtieron en la brújula para la recuperación de suelos contaminados.
La transferencia de este conocimiento clave a empresas permitió aplicar técnicas efectivas en la práctica, marcando un hito en la restauración ambiental.
A su vez, el proceso de recuperación involucra técnicas como el subsolado y la labranza vertical, que airean el suelo y promueven la degradación de hidrocarburos mediante fertilizantes. Estas condiciones propicias allanan el camino para el restablecimiento de la cobertura vegetal y facilitan la siembra de especies tolerantes.
La mayoría de las áreas intervenidas son de propiedad privada, tanto de empresas como de productores ganaderos. El INTA no solo lidera el trabajo inicial, sino que también capacita al personal de las empresas para que puedan asumir la gestión de la recuperación.
Por último, entre 2001 y 2005, el INTA se embarcó en un ambicioso plan de cierre de picadas y canteras en la cuenca del Golfo San Jorge.
Este plan no solo generó recomendaciones y normas de procedimiento para la restauración de sitios, sino que también abrió nuevas perspectivas de trabajo.
Las empresas, ahora equipadas con procedimientos y herramientas, ampliaron su capacidad operativa y generaron empleo local al asumir tareas integrales de apertura, cierre y rehabilitación de canteras.
Los viveros urbanos, encargados de producir plantas nativas para la revegetación, se convirtieron en motores de empleo y sostenibilidad.
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